La pretensión de este blog no es ni más ni menos que traer la Historia a aquellos que no gustan de ella bien porque creen que es aburrida, porque se le hace un tostón una lista de nombres y fechas o porque sencillamente de pequeños tuvieron que soportar un profesor monótono y pesado que les hizo odiar esta asignatura. Quiero, con un lenguaje sencillo, de la calle y divertido, contar la Historia del mundo como si fuera una anecdota entre amigos o colegas sobre cosas que hubieran pasado en el barrio hace unos días. Es por eso que esto no es una Historia sino una "Histeria" Universal.

10 de diciembre de 2012

Imperio nuevo. XVIII Dinastía (I)





La última pirámide

 

Egipto al fin está unido de nuevo bajo un mismo faraón y los extranjeros no solo están fuera de la tierra del Nilo, sino que “el Gran Libertador” Ahmose I ha llevado las fronteras más allá del desierto, hacia Asia Menor atravesando el Sinaí y hacia Nubia en el sur. Sin embargo el antiguo culto ancestral ha sido roto por culpa de los herejes hicsos. Los secretos de Horus fueron revelados y sus sacerdotes destituidos. La religión solo se mantuvo en Tebas. Pero en Tebas, el dios principal no es Horus ni su padre, Osiris. En Luxor se venera a Amón, el señor de la guerra.

Amón pasó de ser un dios provincial a ser el dios principal de Egipto. En principio era llamado “el oculto” y simbolizaba al viento del desierto que todo lo quema y era representado por un hombre de piel rojiza (quemado por el viento ardiente) o un carnero. Se decía que nadie podía verlo pero todos podían sentirlo. Su culto era venerado en un templo cuyo santuario principal estaba restringido a los sumos sacerdotes. En las múltiples procesiones que se hacían a lo largo del año litúrgico, siempre iba oculto por cortinajes que impedían ver la imagen del dios. Sus cultos y rituales eran secretos.

Este hecho diferencial, propició el que una vez descubiertos los ritos de Horus por los extranjeros, el culto hermético de Amón pasara a formar parte de la religión principal de los faraones. Cualquiera podía saber los ritos de los demás dioses, incluso un bárbaro extranjero, sin embargo los de Amón habían permanecido intactos y secretos. Era como la única cosa que había escapado a la impureza y por tanto se consideró un signo de que era el verdadero culto. Por tanto, Amón no solo desplazó otros cultos que quedaron relegados a pequeños homenajes y festivales campesinos y locales, sino que condensó a otros dioses principales, como Rá-el Sol, Osiris y Horus, Ptah, etc.

Pero Ahmose era de la vieja escuela y a pesar de ser tebano, y de que su madre y su esposa/hermana estaban posiblemente influenciadas por los sacerdotes de Amón, quiso (o quisieron) que tuviera una pirámide. La pirámide es un símbolo asociado al culto del sol, es decir Rá, y la religión tebana no es muy dada a símbolos exteriores. El faraón, que al morir se convierte en el mismo dios (Amón) no puede tener un símbolo que indique claramente donde está enterrado. Hay que recordar que Amón es “el oculto”. Sin embargo, aunque no fue enterrado bajo la pirámide, sí se levantó una en su honor. Sobre una base de escombros se levantó la estructura exterior. Desde el principio se ve que los antiguos arquitectos/sacerdotes que habían creado desde hacía cientos de años las grandes pirámides que aun hoy podemos disfrutar, habían desaparecido con el culto a Horus y la tradicional religión egipcia. Los malditos hicsos habían arrasado el país culturalmente. Las caras de la pirámide eran, según las dos únicas hiladas que quedan gracias a estar enterradas, de 60º frente a los 51º de la de Keops. Esto la hace menos estable y como quedó demostrado, al poco de construirse se desmoronó el interior de escombros y la estructura exterior quedó dañada. Los sillares de caliza fueron usados en otras construcciones funerarias posteriores. Así, el destino de la que probablemente sea la última pirámide quedó en un montón de escombros de ladrillo y adobe casi antes de que desapareciera la propia dinastía que creó “el Gran Libertador”.

Los ahmosidas

 

En el año 1525 A.c. tomó las riendas del país del Nilo, el hijo de Ahmose. Amenofis I continuó la labor de reconstrucción de su padre y llegó a la segunda catarata, acorralando a los reyes nubios en el Sudán. Continuó así mismo la reconstrucción de templos, no solo de Amón (en cuyo honor llevaba su nombre), sino de otros dioses. Su esposa/hermana, Ahmose Meritatón, permanecía relegada a un segundo plano mientras la madre de ambos, Ahmose Nefertari, acompañaba en todo momento a su vástago como digna hija de la gran Ahhotep. La reina guerrera había enseñado perfectamente a su hija que con la muerte del faraón, el reino quedaba durante un tiempo en un estado crítico. No era momento de encerrarse a derramar lágrimas, para eso estaban las plañideras, era momento de mantener a raya a los nobles de escasa confianza y apoyarse en los más sumisos y en los fuertes pero leales. Continuar con la política mientras se preparaban las exequias del difunto rey. Al igual que de niño le acompañaba en sus primeros pasos en la vida, la reina madre debía acompañar a su hijo en los primeros pasos como rey para tener constancia de que su educación había dado buenos frutos.

Amenofis I era un devoto de Amón y por tanto los sacerdotes tebanos estaban de enhorabuena. Frente a la ciudad de Tebas, en el margen oeste del Nilo, existía un paraje que ya fue usado como cementerio real por el faraón de la XI Dinastía, Mentuhotep II. El magnífico templo situado en las laderas de las barrancadas montañas se erguía aun en pie. Mentuhotep II había sido, aparte del reunificador de las Dos Tierras, un reformador en cuanto a ritos funerarios. Su devoción por Montu, primitivo dios del que proviene Amón, y su origen tebano le conferían ese carácter guerrero y hermético que caracterizó siglos después a los libertadores del Imperio Nuevo. Con el fin de que los constructores de complejos funerarios no tuviesen un carácter temporal, sino que fuese un trabajo a tiempo total y bien remunerado, creó la ciudad de Set Maat “el lugar de la verdad” (Deir el-Medina). Reunió allí a los mejores artesanos y constructores, y les proporcionó una vida relajada y apartada de la que era la vida común de cualquier campesino o artesano egipcio. Tal fue el grado de satisfacción de los habitantes de la ciudad de los artesanos que divinizaron al faraón como su patrón, rindiéndole culto en la ciudad.

La pobre Ahmose Meritatón murió sin poder dar al faraón Amenofis ningún hijo que le sobreviviera a él. Así, cuando éste murió en 1504 A.c. le sucedió el que hubiera sido su yerno, pero se convirtió en cuñado, Tutmosis.

Tutmosis I se casó con una de las hermanas menores de Amenofis, llamada como su padre y como su madre, con el nombre de familia de la Dinastía, Ahmose. Sin embargo, la joven reina nunca llegó a ser importante ya que, a pesar de ser la única Esposa Real, nunca llegó a ser “Esposa del dios”, lo cual quiere decir que existía una hermana mayor o una tía que ya lo ostentaba, y que de ésta pasó a la hija de Tutmosis. El faraón inició una serie de campañas en Siria, Mitanni y Nubia, alcanzando la máxima extensión conocida hasta entonces. Cuando llegaron a Siria los soldados egipcios quedaron sorprendidos al contemplar un extraño río cuyas aguas iban hacia arriba. Se trataba del Eufrates, que discurre de norte a sur, al contrario que el Nilo. Su arquitecto, Ineni, tuvo el honor de ser el diseñador del Valle de los Reyes.

A Tutmosis I le sucedió en 1492 A.c. su hijo, también de nombre Tutmosis. Era hijo de una de las esposas secundarias, Mutnefer, y por tanto no tenía derecho al trono en principio. Esto se solucionó, como ya venía siendo habitual, casándose con la hija principal del faraón anterior, en este caso era su hermana Hatshepsut. Tutmosis II apenas tuvo relevancia, quizás nunca fue educado para ostentar el trono. Fue Ineni, que aparte de arquitecto era chaty de Tumosis I, es decir el mayordomo o senescal de palacio, el hombre más influyente después del propio faraón, quien para no dejar el trono en manos de cualquiera y que lo conseguido en los últimos años no se fuera a pique, lo unió a la princesa heredera y así lo legitimó en el trono. Sin embargo, Hatshepsut era orgullosa, no en vano era hija, nieta y bisnieta de las poderosísimas reinas tebanas de la dinastía. No le gustó demasiado la idea de Ineni. Ella quería gobernar, pero no como consorte. La corte era un redil de corderos y el pastor era Ineni. Hatshepsut sabía que no podía contar con nadie en palacio y por ello buscó donde sabía que ella y sus ascendientes eran respetados, el templo de Amón.

Ni corta ni perezosa se rodeó de fieles y adeptos de la casta sacerdotal. El principal era el sumo sacerdote Hapuseneb. Era además familia suya ya que su madre, de nombre Ahhotep, era de la casa real. Otro personaje importante era Senenmut, un militar que acompañó a Tutmosis I en sus campañas y que fue nombrado preceptor de la princesa. Por tanto a la muerte del faraón quedó como tutor y llegó a convertirse en mano derecha de Hatshepsut. Entre ambos lograron conformar un tejido protector alrededor de la reina y comenzaron a ir acumulando poderes, ya que el faraón Tutmosis II era un pusilánime y temían que llevara a Egipto de nuevo al fracaso.

 

Murió Tutmosis II sin que la Esposa Principal le diera heredero varón e Ineni se apresuró a nombrar al que había tenido con una de sus esposas secundarias, Isis. Pero Hatshepsut no iba a permitir que se le volviera a dar de lado. Como Tutmosis III era un jovencito de unos diez años, ella asumió la regencia y puso todos los impedimentos posibles para que no se celebrase, por mucho tiempo, el matrimonio sagrado con la princesa Neferura que legitimaría al hijo de la concubina. Hatshepsut se coronó a sí misma como faraón en presencia del propio Tutmosis. El joven poco podía hacer por evitarlo. Tenía escasos seguidores en palacio y sobre todo, lo que era más importante, en el Templo de Amón. No estaba casado con una princesa descendiente de las grandes reinas, ya que su tía le negaba el matrimonio con su hija. Firmaron un acuerdo tácito por el cual ella se encargaba de la política en tanto que él se dedicaría a lo militar. Mientras tanto la joven Neferura se criaba ajena a todo bajo el manto amoroso del que las malas lenguas decían que era su padre verdadero, Senenmut. La reina la nombró Esposa del dios aun estando soltera y la asoció a su trono como Heredera Única. Tal vez pretendía formar una dinastía de reinas.

A partir de entonces la reina asumió todos los títulos masculinos excepto el de “Toro Poderoso”. Se hacía representar como hombre e incluso se colocaba una barba postiza en público. Dio gran poder al clero de Amón, haciéndole donaciones de tierras y oro, en detrimento de otros dioses. A cambio, estos le ofrecieron una historia con la que la afianzaban como el monarca más poderoso que jamás había pisado Egipto. Le crearon una historia por la cual ella no era hija de Tutmosis I sino del mismísimo Amón, que una noche visitó a su madre y la dejó encinta. Se dotaba así de un carácter divino mayor que el de cualquier otro gobernante. Ella no sería una representación viva de un dios a la espera de morir para fundirse en uno con el dios. Ella era la hija de dios, y por ende, una diosa.

A la larga, la relación de Hatshepsut con el clero de Amón trajo la desgracia a su dinastía, pero ella gobernó con el máximo poder jamás imaginado. La reina promovió varios viajes por mar hacia el sur de Arabia en busca de la mirra de Punt, la tierra de la mítica Saba. También dio un gran empuje a construcciones tanto religiosas como civiles gracias a su arquitecto y posible amante Senenmut. El segundo gran sabio de la Historia, después de Imhotep y antes de Arquímedes, creó el más hermoso templo para su reina. El Dyeser-dyeseru (Sanctasanctórum) o “Templo del millón de años”. Una serie de tres terrazas columnadas que se adentraban en la ladera de la montaña. Dos largas rampas de ascenso a cada terraza, a cuyos lados se extendían bellos jardines. Una larga fila de esfinges con el rostro de la reina y una serie de estatuas de Osiris, con los rasgos de la faraón, hoy desparecidos por la furia que se desató contra ella a su muerte, remataban el monumento. La más bella obra jamás creada en Egipto y un adelanto de lo que sería la línea clásica que se desarrolló en Grecia siglos después. Mientras tanto, Senenmut se construía una cripta justo enfrente del templo de Hatshepsut. Un simple agujero de 97 metros de largo (denominada hoy tumba TT353) consistente en unas escaleras que se cortan por varias cámaras sencillas que sin embargo contienen una gran carga emocional. En las paredes puede verse a Senenmut con Hatshepsut en actitud cariñosa, e incluso hay algún graffiti en el que se ven en actitud más que cariñosa. El corredor pasa bajo el propio templo de la reina en una especie de intento de estar junto a ella incluso tras la muerte y existen dos puertas falsas esculpidas en ambos templos (se supone que estas puertas falsas eran por las que las almas de los muertos podían salir de sus tumbas) que tienen dos ojos de Horus tallados que se unen en una imaginaria línea que se trazase.

Por último, existe la teoría de que este sacerdote/arquitecto que reunió en su persona todos los cargos posibles como administrador y supervisor de todos los aspectos de la política interna del Imperio, fuese el mismísimo Moisés de la Biblia. Su nombre coincide tanto en lo etimológico como en su escritura (si lo ponemos al revés lo cual en egipcio no cambia el sentido). Sen Mut, hijo de las aguas y Moses, salido de las aguas. Sus orígenes son igualmente plebeyos y oscuros, Senenmut dice ser descendiente de un tal Ra-moses, un campesino “khabiru” (nombre con el que se denominaban a los cananeos) y Moisés de un esclavo hebreo. Ambos llegaron a lo más alto en la corte del farón y acapararon los mayores títulos. Ambos desaparecieron de repente sin dejar rastro. Moisés se marchó, según el Éxodo, al golpear y matar a un guardia egipcio que flagelaba a un anciano hebreo. Senenmut desapareció sobre el 1473 A.c. y su momia no ha sido aun identificada, quedando pues la incógnita de si murió en Egipto y está por aparecer algún dato que la identifique o si verdaderamente desapareció en vida y murió fuera del Imperio.

Al desaparecer Senenmut y fallecer la joven Neferura, Hatshepsut inició su declive. Un año más tarde dejaría todo su poder a su sobrino Tutmosis que ya era un gran militar. Siguió siendo considerada faraón hasta su muerte en 1468 A.c. pero ya nada sería igual. Aquejada de osteoporosis y con un grave absceso en la boca, falleció a los 22 años de reinado, de septicemia. Su grandeza fue borrada de la historia, no así la inmensa mayoría de su legado, por su sucesor o por los sacerdotes de Osiris en su nombre. Tutmosis III no quería que la familia de su tía quisiera deslegitimarle nuevamente. Quedaban atrás, suntuosos templos, viajes exóticos y campañas militares a Nubia y Gaza (comandadas por el propio sobrino) y sea abría la puerta a un gran faraón que será recordado como el “Napoleón egipcio”.

24 de noviembre de 2012

Segundo Periodo Intermedio

Los faraones extranjeros
La hija del rey Amenemhat IV, Neferusobek, fue el último gobernante de la XII Dinastía. La belleza de Sobek, el dios Nilo, dejó su cetro y su trono a su esposo quizás. Este no era otro que Jutauyra que gobernó desde la aldea real de El-Lisht a unos sesenta Km. al sur de El Cairo. Dos años, de 1759 a 1757 a. C. duró el pobre Jutayura.
Sigue a este faraón una lista de gobernantes que fueron reconocidos tanto en el Alto Egipto, hasta la isla de Elefantina y la propia Nubia, como en el Delta del Nilo. Se sucedieron 45 faraones que fueron turnándose en el trono, accediendo a él la mayoría de las veces nombrados a dedo por el faraón moribundo, de entre los funcionarios reales. Algunos se mantuvieron unos años en tanto otros tan solo duraron unos meses.
Durante el reinado de Sebekhotep IV, allá por el 1700 a. C., el faraón que más tiempo se mantuvo en el trono de la XIII Dinastía, se produjo una fragmentación del poder real. Mientras el faraón iniciaba una campaña al sur, en la Baja Nubia, se produjo una escisión en el Delta. La zona se dividió en dos reinos, uno al oeste con capital en Xois y cuyos reyes son desconocidos pero probablemente cananeos asentados en la zona; el otro al este con capital en Avaris, del cual se conoce que fueron 76 los reyes que se sucedieron en los 50 años que duró la que ha dado en llamar la XIV Dinastía.



En el año 1650 a. C. Avaris es tomada por un rey de raza cananea, Salitis. Este soldado pone fin a la XIV Dinastía egipcia instaurando la XV Dinastía que gobernaría el Delta del Nilo dejando el reino de Xois, al oeste, en manos de funcionarios nombrados por ellos. Era más bien desinterés por la pantanosa zona occidental lo que permitió a este último vestigio de la anterior dinastía seguir gobernando su región. Mientras tanto, en el Alto Egipto, seguía “gobernando” un faraón egipcio, Suadyetu. Pero el verdadero poder estaba en el norte, en manos de los que los egipcios llamaron heqa-jasut “gobernantes extranjeros”, y que han llegado hasta nosotros con el nombre griego de Hicsos.



Llegados como comerciantes a lo largo de los siglos anteriores, durante la XII dinastía, fueron incorporándose al ejército como voluntarios y ocupando puestos relevantes en la administración. Los egipcios no tenían un ejército fijo en aquella época y su armamento era escaso y pobre, hecho principalmente de cobre. Los hicsos en cambio tenían una ruta con los reinos asiáticos por donde les llegaban innovaciones de todo tipo, entre ellas el bronce y las armas curvas y los arcos.



La historia de José, hijo de Jacob

Tenía Jacob doce hijos, pero su preferido era José. Era José como Jacob, inteligente, manso y sabio. Tanto era así que a pesar de ser undécimo y ser hijo de la segunda esposa, fue nombrado heredero principal por su padre. Vivian en Canaán como pastores. Los hermanos de José envidiaban su suerte. Cierto día envió Jacob a su hijo ya que sus hermanos habían salido a apacentar al rebaño y aun no habían regresado. Cuando le vieron llegar vestido de brillantes colores mientras ellos llevaban ropas oscuras decidieron matarle. Rubén, el primogénito, les convenció para que no lo hicieran, sin embargo sí le tiraron a un pozo seco mientras discutían que hacer con él. Justo pasaba una caravana hacia Egipto y decidieron vendérselo como esclavo. Así llegó José a Egipto.
Cuando regresaron, los hijos de Jacob dijeron que solo encontraron sus ropas ensangrentadas, que algún animal habría dado cuenta de él, sumiendo a su padre en una gran tristeza.
Mientras, en Egipto, José fue comprado por Putifar, el jefe de la guardia del Faraón. Como demostró saber de números, lo puso a administrar su casa con muy buenos resultados. La esposa de Putifar no tardó en fijarse en él, pero como éste la rechazó, decidió vengarse. Le acusó de intentar violarla y a pesar de que Putifar confiaba en José tuvo que enviarlo a la cárcel ante la insistencia de su rica esposa.
En la cárcel conoció al copero y al panadero real que también estaban allí presos. Un día el copero le contó un sueño que había tenido: De una vid salían tres sarmientos que florecieron en tres racimos. Tomó los racimos y los exprimió en la copa del Faraón de la cual bebió el rey.
José interpretó el sueño como que en tres días estaría de nuevo sirviendo vino al Faraón. Acto seguido el panadero se acercó y contó el suyo: Iba con tres cestas de pan en la cabeza de las que le gustaban al monarca. Los pájaros picoteaban el pan hasta comérselo todo.
José dijo que en tres días el panadero seria decapitado y su cuerpo colgado para que los pájaros lo devorasen. Pasaron tres días y todo sucedió como él había vaticinado. Cuando salió de la cárcel, el copero olvidó a José que le había pedido que hablase por él al Faraón.
Pasaron dos años y un día el gran rey se despertó sobresaltado. Había soñado con siete hermosas vacas pastando, pero del Nilo vinieron siete vacas flacas que las devoraron aunque seguían estando flacas como antes. Luego soñó con siete espigas de trigo cuajadas de granos gordos y dorados. Crecieron a su lado siete espigas sin apenas granos, negras y quemadas del sol, que ahogaron a las siete gordas espigas. El copero lo oyó y recordó a José, entonces el faraón lo mandó llamar. José interpretó los sueños. Vendrían siete años de buenas cosechas y buena crianza seguidos de siete años de sequía y hambre. El Faraón decidió enviar visires y durante siete años recogió en los graneros todo el grano de Egipto. Cuando efectivamente llegó una época de plagas y sequías, el faraón repartió grano entre su pueblo y evitó así no solo el hambre sino las rebeliones. En recompensa le nombró gobernador y le ofreció como esposa a la hija del propio Putifar.
Durante los primeros años de escasez, los hijos de Jacob el cananeo se acercaron a Egipto a pedir comida. José los recibió en audiencia y aunque ellos no le reconocieron, él a ellos sí. El como transcurrió la reunión y como al final se quedaron en Egipto es una historia que no viene a cuento, quien esté interesado tan solo ha de acudir a la Biblia (Libro del Génesis).


La cuestión es que así explica la mitología judía la llegada de elementos orientales a Egipto. Evidentemente, las dinastías posteriores genuinamente egipcias no los vieron así. Los vieron como invasores extranjeros que arrasaron Egipto a hierro y fuego. Nada más lejos de la realidad. Los pueblos cananeos, hábiles comerciantes habían ido tendiendo redes de comercio por todo el Mediterráneo oriental y Oriente Próximo. Desde el inicio del II milenio A.c. el cambio climático en Europa trajo una gran actividad a los pueblos indoeuropeos y en especial a los hurritas e hititas. Éstos, como ya vimos en el capítulo dedicado a ellos, comenzaron a presionar sobre los pueblos semitas de Mesopotamia y ya en el S XVII A.c. habían hecho con el poder de las principales ciudades de la zona. Los que no quisieron plegarse a ellos se marcharon. Pero el único camino hacia un lugar donde asentarse era hacia el suroeste, a Egipto. Y el mejor sitio, el Delta. Los cananeos llegaron en pequeñas oleadas y fueron creando pequeños emporios comerciales en las ciudades del Delta, tomando cargos de relevancia en la administración pública del Faraón. Cuando los reyezuelos de la XIV dinastía ya no podían mantener más su poder, los jefes tribales cananeos, que mantenían pequeños ejércitos personales, decidieron que si eran ellos los que traían el dinero a casa era justo que fuesen ellos los que gobernaran. Los hicsos no cambiaron la cultura del país ya que habían asimilado la cultura egipcia mucho tiempo atrás. No modificaron la lengua, los dioses o la escritura. Tan solo se sabe de ellos que gobernaron bien y sin apenas conflictos importantes.
La XVI dinastía eran reyes también asiáticos que gobernaban el oeste del Delta, la zona pantanosa, bajo el mando de los hicsos de la XV dinastía. Estuvieron prácticamente durante el tiempo que duraron los hicsos.

La rebelión de los autóctonos
Los faraones de la XIII Dinastía tuvieron su continuación en la XVII. Esta es contemporánea con la XV Dinastía que gobernó el Delta bajo el poder de los extranjeros hicsos. Resumiendo podría decir que la Dinastía XIII se rompió a la mitad de su mandato y tuvo que gobernar junto a la XIV en el terreno que le dejaron en mitad del Nilo. La XIV fue depuesta por la XV, también extranjera, que a su vez dividió el Delta en dos. La mejor parte se la quedó y la zona oeste con más canales y pantanos se la cedió a unos funcionarios cananeos que reinaron con el nombre de XVI Dinastía.
Espero haberlo dejado claro.
Al sur de la Isla Elefantina, donde hoy se levanta la presa de Asuan, comenzaba el reino de Kush. La antigua región de Nubia, hoy Sudán. Los kushitas o “negros”, como los llamaban los egipcios, se asentaban en un territorio rico en oro. Los egipcios siempre habían dominado la zona hasta la llegada de los hicsos. Cuando la XIV Dinastía destruyó el poder absoluto de la XIII, los kushitas destruyeron los fuertes egipcios.
La XVII Dinastía vivió en relativa paz con los poderosos reyes comerciantes hicsos de la XV. De espaldas a los nubios kushitas con quienes no tenían apenas relación. Esto fue así durante los primeros 65 años de la dinastía, de cuyos faraones apenas se sabe nada más que sus nombres y como es habitual, de algunos incluso se duda su existencia o se cree que son distinto nombre para un mismo faraón, incluso nombre de grandes hombres de palacio que gobernaron como regentes.
En el año 1560 A.c. sube al trono de Tebas el faraón Taa, cuyo reinado fue tan insulso como los anteriores de no ser… de no ser por su esposa la reina Tetisheri.
Tetisheri era de origen plebeyo, hija de un juez de la ciudad de Tebas llamado Tyenna y una simple ama de casa llamada Neferu. Sin embargo el faraón Taa se enamora de ella y no solo la nombra Gran Esposa Real, lo que es lo mismo, la que manda entre todas la esposas del faraón y además madre del posible heredero, sino que la hace partícipe del gobierno del reino. Taa debió darse cuenta del potencial y la inteligencia de su esposa ya que este privilegio era muy raro en Egipto. Él se vería a sí mismo poca cosa, así que dejó que su esposa gobernara aunque fuese él mismo quien dictara las órdenes. Pero no fue sino durante el reinado de su hijo Seqenenrá o Taa II, cuando se vio quién era esta señora.
El padre de Seqenenrá no llegó a un año en el trono y fue a él a quién Tetisheri inspiró el odio hacia los hicsos. Una embajada de la XV Dinastía vino a decirle al rey que debía sacrificar a los hipopótamos sagrados ya que no dejaban dormir al faraón Apofis I. Esta es una manera simbólica de decir que había conspiradores en su palacio y el faraón quería que los eliminase. Seguro que los anteriores no hubiesen dudado, pero no tenían a Tetisheri de madre.
Seqenenrá agasaja al mensajero y le envía de vuelta a Avaris diciéndole que haga saber al rey Apofis que no tardará en tener noticias de él. Efectivamente, en cuanto el embajador se marcha, Seqenenrá se nombra faraón de todo Egipto y arma un ejército para marchar hacia el norte. En Tebas quedan su madre, su hermana-esposa Ahhotep con su hijo Ahmose y su otra hermana-esposa Inhapi y su hija Hentimehu. Todos estos tendrán mucho que hacer en los días venideros. El nuevo faraón sorprende a Apofis reconquistando ciudades hasta llegar a la actual Deir el-Balla. Desde allí el jovencísimo faraón lanzó un ataque contra las tropas hicsas mejor pertrechadas. El faraón iba al frente de sus tropas y por ello fue llamado Taa “el grande en la Tierra”. Seqenenrá fue atacado por un enemigo que le golpeó en el pómulo dejándoselo destrozado y una vez derribado le fue asestado un hachazo en la frente que le abrió el cráneo. Para rematarlo le hundieron una daga en la nuca.


La masonería, herederos según ellos de los conocimientos de los sabios egipcios, mantienen otra versión que si bien no es académica, merece ser añadida a modo de curiosidad.
Según los masones, los hicsos trajeron a Egipto el culto a Baal, su dios principal. Loa egipcios asociaron enseguida al dios Baal con su odiado Seth, señor del desierto, de la tormenta y la guerra, protector de las caravanas; relacionando a los hicsos lógicamente con los comerciantes y caravaneros cananeos que vinieron del desierto del Sinaí. Seth, era junto a Ísis y Osiris, la triada divina principal de Egipto. Según la mitología Osiris reinaba en Egipto junto a su esposa Ísis y su hermano Seth. En un momento dado, Seth asesina a Osiris cuando éste paseaba junto al Nilo arrojándolo al río. Luego cortó el cuerpo en 42 pedazos (el número de nomos o provincias primigenias) y lo esparció a lo largo del río. El motivo parece no estar claro pero los distintos escritos apuntan a que se trató de una venganza por una afrenta (unos dicen que Osiris golpeó a Seth y otros que le ofendió acostándose con la esposa de Seth). Seth gobernó Egipto y mientras Ísis recogió los pedazos y los reunió (salvo el pene, lo cual da pistas sobre cual pudo ser la causa de sus asesinato). Anubis, hijo adoptivo de Ísis, reconstruyó el cuerpo y lo embalsamó. Ísis insufló con su poder la vida de nuevo en Osiris para que la ayudara a engendrar un hijo con el que poder vengar su muerte. Así fue como vino al mundo Horus, el dios con cabeza de halcón que simboliza el nacimiento y la justicia. Cuando Horus fue mayor se enfrentó a Seth y lo desterró fuera de Egipto aun a costa de perder un ojo. Desde entonces Osiris navega en la barca solar cuando esta va por el inframundo y protege a los muertos; Horus gobierna Egipto en nombre de Ra/el Sol gracias al ojo mágico que su madre le dio; y Seth gobierna en el desierto a los pueblos extranjeros.


Según la creencia masónica, Apofis (que curiosamente era el nombre de la maléfica serpiente que cada día luchaba por detener la barca solar) quería saber los “secretos de Horus”, el rito por el cual el faraón al morir se convertía en Osiris y reinaba durante toda la eternidad. El faraón Seqenenrá y sus sacerdotes de Tebas no iban a permitir que un rey extranjero y seguidor del culto a Seth supiera los misterios para convertirse en su dios más venerado y que además pudiese acceder al inframundo, para alcanzar la vida eterna. El rey cananeo envió a un sirviente suyo que bien podría ser parte del mito bíblico de José. Según cuenta el Génesis, José se casó con la hija de un sacerdote egipcio y le dio dos hijos: Manasés y Efraím. Sin embargo ninguno de los dos fue sacerdote, así como tampoco lo fue José. Según la masonería, fueron dos cananeos (hicsos) a ver a un sacerdote para que les diera el secreto de la inmortalidad, el secreto de Horus. Éstos se afeitaron las barbas y se raparon al estilo egipcio para penetrar en el templo y trataron de sonsacarle (¿a un familiar?) el secreto pero no los consiguieron y lo mataron. Uno de los sacerdotes les diría que el único que podría saber el secreto sería el propio faraón así disfrazados de sacerdotes le esperaron en una de sus habituales visitas al templo. Una vez allí le asaltarían y le intentarían sacar a la fuerza el secreto. Al negarse le matarían de la forma tan cruel como se aprecia en su momia.

Seth
Conclusiones
Es posible que de toda esta mitología podamos sacar en concreto que el faraón llamémosle, de la casa, se viera cada vez más amenazado por unos reyes poderosos pero extranjeros que no seguían sus costumbres ni su religión. Seguramente la visita del embajador fue una especie de advertencia. Según el papiro de “Sallier I”, escrita por el escriba Pentaur como ejercicio para la escuela doscientos años más tarde, el faraón se quedó estupefacto. ¿Cómo podía saber un extranjero del estanque que se hallaba en Tebas, a 700 Km. de Avaris y que contenía los hipopótamos usados en la caza ritual contra Seth? Esto era un secreto religioso que no debía ser desvelado. Lo primero es que este culto iba dirigido contra el enemigo principal del dios más venerado por los egipcios, es decir contra Seth, que era a su vez el dios principal de los hicsos. Podía ser considerado una afrenta para ambos. Unos porque les querían privar de sus ritos y los otros por sentirse atacados en su religión. En segundo lugar, si los hicsos sabían de ese ritual era porque alguien se lo había dicho, con lo cual había espías dentro del propio templo en Tebas. Si ya era un insulto el saber que los gobernadores de provincias egipcias se doblegaban y sometían a un rey hereje y extranjero, peor era la certeza de que había traidores en su propio palacio y en el templo. De hecho cuando quiso atacar a las ciudades más al norte se encontró con la reticencia de los nobles. Seqenenrá se dio cuenta de que su trono estaba cogido más que nunca por los pelos. Para colmo el embajador se permitía la chulería de no solo no contestarle a su pregunta de cómo se habían enterado de la existencia de ese estanque sino que, encima, le advertía que reflexionara sobre la razón por la que se le enviaba. Cuando el faraón se quedó debió llevarse un rato con la mandíbula desencajada. Pero para eso estaba allí su hermosa y lista esposa Ahhotep, que era tan lista como su madre Tetisheri. Entre las dos le pondrían las pilas y lo hicieron reaccionar. “O te espabilas o te sacan de la foto, Seqe. Estos barbudos vienen a llevárselo todo y nosotros ya les sobramos. Así que, a por ellos”. Pero los hicsos tenían una cosa que no tenían los egipcios, tropas profesionales y bronce. Así acabó el pobre Seqenenrá, muerto y destrozado. Su cuerpo estaba ya descompuesto cuando pudo ser rescatado por sus tropas y por ello cuando se sacó de una tumba escondida en el escondrijo Real de Deir-el Bahari, en el Valle de los Reyes, presentaba signos de putrefacción y rigor mortis. Cabe la posibilidad de que haya algo de cierto en la teoría masónica de que el rey hicso quisiera el secreto de la inmortalidad y el mensaje de los hipopótamos fuera también un anuncio de que el rey o iba a cargarse la religión egipcia o pretendía conocerla y apropiarse de ella.
El Imperio Nuevo
El hermano de Seqenenrá tuvo conocimiento de lo sucedido y no esperó a que a él le sucediera lo mismo. Formó un ejército y dirigió al norte, a la mismísima capital de los hicsos en Avaris. Antes había asaltado la ciudad de Buhen, primera del reino de Kush. Cuando el rey Apofis vio las tropas de Kamose, autonombrado faraón de todo Egipto, envió un mensajero a Nubia que nunca llegó. Supongo que cuando le llegó la cabeza del mensajero y la noticia de que Buhen había caído, Apofis tuvo un apretón de los fuertes y supo que de allí no saldría. Efectivamente, Apofis murió en ese asedio y le sucedió otro rey llamado Apofis (II) también. Pero antes le había antecedido en su camino a la verdes praderas el faraón Kamose que solo reinó tres años. Eso sí, en 1550 A.c., su último año en el trono, Kamose había acabado con el reino de Kush al sur y había conquistado todo el Delta, salvo la propia ciudad de Avaris que aun resistió sola como ciudad-reino de la ya casi acabada XV Dinastía.

Tetisheri

El hijo de Seqenenrá y Ahhotep, que solo contaba 10 años, subió al trono que le había dejado su tío Kamose. Entre su abuela y su madre le habían mantenido seguro en la ciudad de Tebas, a salvo de enemigos tanto de fuera como de dentro del reino. Ambas le inculcaron al niño la idea de que era por designio de Horus y Ra, el dios viviente en la tierra de Egipto y que tendría que acabar lo que su padre y su tío habían empezado. Estaba claro que había que dar machetazo al reino de la oscuridad del hereje cananeo. Si fuerte era Tetisheri, más fuerte era Ahhotep. Había visto el destrozado cadáver de su amado hermano-esposo Seqenenrá podrido antes de poder recibir el ritual mortuorio que lo hiciese inmortal. Había enviado a su otro hermano Kamose a la muerte y fue testigo de como se habían perdido los secretos de Horus, toda una tragedia para las generaciones venideras y para la buena marcha de la prosperidad del propio pueblo de Egipto. Pero no se amilanó. Asumió el cargo de regente y despidió a toda la chusma de la nobleza que había preferido seguir bajo el yugo bárbaro a cambio de estabilidad y se lanzó a la conquista de Avaris una y otra vez. Y llegó el momento de la mayoría de edad de su hijo Ahmose.

Kamose

Lo primero que hizo Ahmose fue recompensar a su fiera madre con un collar con tres moscas de oro que era la condecoración más alta que se podía dar a un militar, por su valentía frente a las tropas durante los asedios a Avaris, mientras él crecía en la tranquilidad de Tebas bajo el cuidado de su abuela. La reina se retiró a un templo de Luxor y dejó a su amado hijo la tarea de limpiar el país de reyes herejes. Por entonces gobernaba el heredero de Apofis II, Jamudy. Este Jamudy no sería más que un noble que había tomado el titulo ya nada más que representativo de rey de Egipto.


Ahmose toma los últimos reductos cananeos del Delta y rodea a la capital, Avaris, sin tocarla. Se dirige por el “camino de Horus”, la ruta que lleva por el Sinaí hasta Canaán y toma la ciudad-fortaleza de Tharo, la última ciudad antes de salir al desierto donde siempre paraban los ejércitos egipcios en sus campañas fuera de Egipto. La finalidad es cortar el suministro que venía desde Canaán y cercar Avaris. El faraón intenta por tres veces asaltar la ciudad de los hicsos pero no lo logra y encima tiene que regresar a Tebas porque los nobles forman una rebelión. Se supone que con los hicsos vivían muy bien, ya que el rey les permitía hacer lo que quisieran siempre que no le molestaran. Quizás de ahí también lo de que los hipopótamos no le dejaban dormir. Pero Ahmose volvió otra vez sobre Avaris y esta vez Jamudy tuvo que huir con todo su ejército hacia Palestina, refugiándose en la ciudad de Sharuen (entre Rafah y Gaza) fortificándola. Ahmose le persiguió hasta allí logrando tomar la ciudad y del rey Jamudy no se supo más.

Ahmose

Ahmose era ahora el faraón de todo Egipto y tras un siglo de gobierno extranjero y hereje, se iniciaba el Imperio Nuevo y la XVIII Dinastía. Corría el año 1450 A.c.