Los faraones extranjeros
La
hija del rey Amenemhat IV, Neferusobek, fue el último gobernante de la XII
Dinastía. La belleza de Sobek, el dios Nilo, dejó su cetro y su trono a su
esposo quizás. Este no era otro que Jutauyra que gobernó desde la aldea real de
El-Lisht a unos sesenta Km. al sur de El Cairo. Dos años, de 1759 a 1757 a. C.
duró el pobre Jutayura.
Sigue
a este faraón una lista de gobernantes que fueron reconocidos tanto en el Alto
Egipto, hasta la isla de Elefantina y la propia Nubia, como en el Delta del
Nilo. Se sucedieron 45 faraones que fueron turnándose en el trono, accediendo a
él la mayoría de las veces nombrados a dedo por el faraón moribundo, de entre
los funcionarios reales. Algunos se mantuvieron unos años en tanto otros tan
solo duraron unos meses.
Durante
el reinado de Sebekhotep IV, allá por el 1700 a. C., el faraón que más tiempo
se mantuvo en el trono de la XIII Dinastía, se produjo una fragmentación del
poder real. Mientras el faraón iniciaba una campaña al sur, en la Baja Nubia, se
produjo una escisión en el Delta. La zona se dividió en dos reinos, uno al
oeste con capital en Xois y cuyos reyes son desconocidos pero probablemente
cananeos asentados en la zona; el otro al este con capital en Avaris, del cual
se conoce que fueron 76 los reyes que se sucedieron en los 50 años que duró la
que ha dado en llamar la XIV Dinastía.
En
el año 1650 a. C. Avaris es tomada por un rey de raza cananea, Salitis. Este
soldado pone fin a la XIV Dinastía egipcia instaurando la XV Dinastía que
gobernaría el Delta del Nilo dejando el reino de Xois, al oeste, en manos de
funcionarios nombrados por ellos. Era más bien desinterés por la pantanosa zona
occidental lo que permitió a este último vestigio de la anterior dinastía
seguir gobernando su región. Mientras tanto, en el Alto Egipto, seguía “gobernando”
un faraón egipcio, Suadyetu. Pero el verdadero poder estaba en el norte, en manos
de los que los egipcios llamaron heqa-jasut “gobernantes extranjeros”, y
que han llegado hasta nosotros con el nombre griego de Hicsos.
Llegados
como comerciantes a lo largo de los siglos anteriores, durante la XII dinastía,
fueron incorporándose al ejército como voluntarios y ocupando puestos
relevantes en la administración. Los egipcios no tenían un ejército fijo en
aquella época y su armamento era escaso y pobre, hecho principalmente de cobre.
Los hicsos en cambio tenían una ruta con los reinos asiáticos por donde les
llegaban innovaciones de todo tipo, entre ellas el bronce y las armas curvas y
los arcos.
La historia de José, hijo de Jacob
Tenía
Jacob doce hijos, pero su preferido era José. Era José como Jacob, inteligente,
manso y sabio. Tanto era así que a pesar de ser undécimo y ser hijo de la
segunda esposa, fue nombrado heredero principal por su padre. Vivian en Canaán
como pastores. Los hermanos de José envidiaban su suerte. Cierto día envió
Jacob a su hijo ya que sus hermanos habían salido a apacentar al rebaño y aun
no habían regresado. Cuando le vieron llegar vestido de brillantes colores
mientras ellos llevaban ropas oscuras decidieron matarle. Rubén, el
primogénito, les convenció para que no lo hicieran, sin embargo sí le tiraron a
un pozo seco mientras discutían que hacer con él. Justo pasaba una caravana
hacia Egipto y decidieron vendérselo como esclavo. Así llegó José a Egipto.
Cuando
regresaron, los hijos de Jacob dijeron que solo encontraron sus ropas
ensangrentadas, que algún animal habría dado cuenta de él, sumiendo a su padre
en una gran tristeza.
Mientras,
en Egipto, José fue comprado por Putifar, el jefe de la guardia del Faraón.
Como demostró saber de números, lo puso a administrar su casa con muy buenos
resultados. La esposa de Putifar no tardó en fijarse en él, pero como éste la
rechazó, decidió vengarse. Le acusó de intentar violarla y a pesar de que Putifar
confiaba en José tuvo que enviarlo a la cárcel ante la insistencia de su rica
esposa.
En
la cárcel conoció al copero y al panadero real que también estaban allí presos.
Un día el copero le contó un sueño que había tenido: De una vid salían tres
sarmientos que florecieron en tres racimos. Tomó los racimos y los exprimió en
la copa del Faraón de la cual bebió el rey.
José
interpretó el sueño como que en tres días estaría de nuevo sirviendo vino al
Faraón. Acto seguido el panadero se acercó y contó el suyo: Iba con tres cestas
de pan en la cabeza de las que le gustaban al monarca. Los pájaros picoteaban
el pan hasta comérselo todo.
José
dijo que en tres días el panadero seria decapitado y su cuerpo colgado para que
los pájaros lo devorasen. Pasaron tres días y todo sucedió como él había
vaticinado. Cuando salió de la cárcel, el copero olvidó a José que le había
pedido que hablase por él al Faraón.
Pasaron
dos años y un día el gran rey se despertó sobresaltado. Había soñado con siete
hermosas vacas pastando, pero del Nilo vinieron siete vacas flacas que las
devoraron aunque seguían estando flacas como antes. Luego soñó con siete
espigas de trigo cuajadas de granos gordos y dorados. Crecieron a su lado siete
espigas sin apenas granos, negras y quemadas del sol, que ahogaron a las siete
gordas espigas. El copero lo oyó y recordó a José, entonces el faraón lo mandó
llamar. José interpretó los sueños. Vendrían siete años de buenas cosechas y
buena crianza seguidos de siete años de sequía y hambre. El Faraón decidió
enviar visires y durante siete años recogió en los graneros todo el grano de
Egipto. Cuando efectivamente llegó una época de plagas y sequías, el faraón
repartió grano entre su pueblo y evitó así no solo el hambre sino las
rebeliones. En recompensa le nombró gobernador y le ofreció como esposa a la
hija del propio Putifar.
Durante
los primeros años de escasez, los hijos de Jacob el cananeo se acercaron a
Egipto a pedir comida. José los recibió en audiencia y aunque ellos no le
reconocieron, él a ellos sí. El como transcurrió la reunión y como al final se
quedaron en Egipto es una historia que no viene a cuento, quien esté interesado
tan solo ha de acudir a la Biblia (Libro del Génesis).
La
cuestión es que así explica la mitología judía la llegada de elementos
orientales a Egipto. Evidentemente, las dinastías posteriores genuinamente
egipcias no los vieron así. Los vieron como invasores extranjeros que arrasaron
Egipto a hierro y fuego. Nada más lejos de la realidad. Los pueblos cananeos,
hábiles comerciantes habían ido tendiendo redes de comercio por todo el
Mediterráneo oriental y Oriente Próximo. Desde el inicio del II milenio A.c. el
cambio climático en Europa trajo una gran actividad a los pueblos indoeuropeos
y en especial a los hurritas e hititas. Éstos, como ya vimos en el capítulo
dedicado a ellos, comenzaron a presionar sobre los pueblos semitas de
Mesopotamia y ya en el S XVII A.c. habían hecho con el poder de las principales
ciudades de la zona. Los que no quisieron plegarse a ellos se marcharon. Pero
el único camino hacia un lugar donde asentarse era hacia el suroeste, a Egipto.
Y el mejor sitio, el Delta. Los cananeos llegaron en pequeñas oleadas y fueron
creando pequeños emporios comerciales en las ciudades del Delta, tomando cargos
de relevancia en la administración pública del Faraón. Cuando los reyezuelos de
la XIV dinastía ya no podían mantener más su poder, los jefes tribales
cananeos, que mantenían pequeños ejércitos personales, decidieron que si eran
ellos los que traían el dinero a casa era justo que fuesen ellos los que
gobernaran. Los hicsos no cambiaron la cultura del país ya que habían asimilado
la cultura egipcia mucho tiempo atrás. No modificaron la lengua, los dioses o
la escritura. Tan solo se sabe de ellos que gobernaron bien y sin apenas
conflictos importantes.
La
XVI dinastía eran reyes también asiáticos que gobernaban el oeste del Delta, la
zona pantanosa, bajo el mando de los hicsos de la XV dinastía. Estuvieron
prácticamente durante el tiempo que duraron los hicsos.
La rebelión de los autóctonos
Los faraones de la XIII Dinastía
tuvieron su continuación en la XVII. Esta es contemporánea con la XV Dinastía
que gobernó el Delta bajo el poder de los extranjeros hicsos. Resumiendo podría
decir que la Dinastía XIII se rompió a la mitad de su mandato y tuvo que
gobernar junto a la XIV en el terreno que le dejaron en mitad del Nilo. La XIV
fue depuesta por la XV, también extranjera, que a su vez dividió el Delta en
dos. La mejor parte se la quedó y la zona oeste con más canales y pantanos se
la cedió a unos funcionarios cananeos que reinaron con el nombre de XVI
Dinastía.
Espero haberlo dejado claro.
Al sur de la Isla Elefantina,
donde hoy se levanta la presa de Asuan, comenzaba el reino de Kush. La antigua
región de Nubia, hoy Sudán. Los kushitas o “negros”, como los llamaban los
egipcios, se asentaban en un territorio rico en oro. Los egipcios siempre
habían dominado la zona hasta la llegada de los hicsos. Cuando la XIV Dinastía
destruyó el poder absoluto de la XIII, los kushitas destruyeron los fuertes
egipcios.
La XVII Dinastía vivió en
relativa paz con los poderosos reyes comerciantes hicsos de la XV. De espaldas
a los nubios kushitas con quienes no tenían apenas relación. Esto fue así
durante los primeros 65 años de la dinastía, de cuyos faraones apenas se sabe
nada más que sus nombres y como es habitual, de algunos incluso se duda su
existencia o se cree que son distinto nombre para un mismo faraón, incluso
nombre de grandes hombres de palacio que gobernaron como regentes.
En el año 1560 A.c. sube al trono
de Tebas el faraón Taa, cuyo reinado fue tan insulso como los anteriores de no
ser… de no ser por su esposa la reina Tetisheri.
Tetisheri era de origen plebeyo,
hija de un juez de la ciudad de Tebas llamado Tyenna y una simple ama de casa
llamada Neferu. Sin embargo el faraón Taa se enamora de ella y no solo la
nombra Gran Esposa Real, lo que es lo mismo, la que manda entre todas la
esposas del faraón y además madre del posible heredero, sino que la hace
partícipe del gobierno del reino. Taa debió darse cuenta del potencial y la
inteligencia de su esposa ya que este privilegio era muy raro en Egipto. Él se
vería a sí mismo poca cosa, así que dejó que su esposa gobernara aunque fuese
él mismo quien dictara las órdenes. Pero no fue sino durante el reinado de su
hijo Seqenenrá o Taa II, cuando se vio quién era esta señora.
El padre de Seqenenrá no llegó a
un año en el trono y fue a él a quién Tetisheri inspiró el odio hacia los
hicsos. Una embajada de la XV Dinastía vino a decirle al rey que debía
sacrificar a los hipopótamos sagrados ya que no dejaban dormir al faraón Apofis
I. Esta es una manera simbólica de decir que había conspiradores en su palacio
y el faraón quería que los eliminase. Seguro que los anteriores no hubiesen
dudado, pero no tenían a Tetisheri de madre.
Seqenenrá agasaja al mensajero y
le envía de vuelta a Avaris diciéndole que haga saber al rey Apofis que no
tardará en tener noticias de él. Efectivamente, en cuanto el embajador se
marcha, Seqenenrá se nombra faraón de todo Egipto y arma un ejército para
marchar hacia el norte. En Tebas quedan su madre, su hermana-esposa Ahhotep con
su hijo Ahmose y su otra hermana-esposa Inhapi y su hija Hentimehu. Todos estos
tendrán mucho que hacer en los días venideros. El nuevo faraón sorprende a
Apofis reconquistando ciudades hasta llegar a la actual Deir el-Balla. Desde
allí el jovencísimo faraón lanzó un ataque contra las tropas hicsas mejor
pertrechadas. El faraón iba al frente de sus tropas y por ello fue llamado Taa “el
grande en la Tierra”. Seqenenrá fue atacado por un enemigo que le golpeó en el
pómulo dejándoselo destrozado y una vez derribado le fue asestado un hachazo en
la frente que le abrió el cráneo. Para rematarlo le hundieron una daga en la
nuca.
La masonería, herederos según
ellos de los conocimientos de los sabios egipcios, mantienen otra versión que
si bien no es académica, merece ser añadida a modo de curiosidad.
Según los masones, los hicsos
trajeron a Egipto el culto a Baal, su dios principal. Loa egipcios asociaron
enseguida al dios Baal con su odiado Seth, señor del desierto, de la tormenta y
la guerra, protector de las caravanas; relacionando a los hicsos lógicamente
con los comerciantes y caravaneros cananeos que vinieron del desierto del
Sinaí. Seth, era junto a Ísis y Osiris, la triada divina principal de Egipto.
Según la mitología Osiris reinaba en Egipto junto a su esposa Ísis y su hermano
Seth. En un momento dado, Seth asesina a Osiris cuando éste paseaba junto al
Nilo arrojándolo al río. Luego cortó el cuerpo en 42 pedazos (el número de
nomos o provincias primigenias) y lo esparció a lo largo del río. El motivo
parece no estar claro pero los distintos escritos apuntan a que se trató de una
venganza por una afrenta (unos dicen que Osiris golpeó a Seth y otros que le
ofendió acostándose con la esposa de Seth). Seth gobernó Egipto y mientras Ísis
recogió los pedazos y los reunió (salvo el pene, lo cual da pistas sobre cual
pudo ser la causa de sus asesinato). Anubis, hijo adoptivo de Ísis, reconstruyó
el cuerpo y lo embalsamó. Ísis insufló con su poder la vida de nuevo en Osiris
para que la ayudara a engendrar un hijo con el que poder vengar su muerte. Así
fue como vino al mundo Horus, el dios con cabeza de halcón que simboliza el
nacimiento y la justicia. Cuando Horus fue mayor se enfrentó a Seth y lo
desterró fuera de Egipto aun a costa de perder un ojo. Desde entonces Osiris
navega en la barca solar cuando esta va por el inframundo y protege a los
muertos; Horus gobierna Egipto en nombre de Ra/el Sol gracias al ojo mágico que
su madre le dio; y Seth gobierna en el desierto a los pueblos extranjeros.
Según la creencia masónica,
Apofis (que curiosamente era el nombre de la maléfica serpiente que cada día
luchaba por detener la barca solar) quería saber los “secretos de Horus”, el
rito por el cual el faraón al morir se convertía en Osiris y reinaba durante
toda la eternidad. El faraón Seqenenrá y sus sacerdotes de Tebas no iban a
permitir que un rey extranjero y seguidor del culto a Seth supiera los misterios
para convertirse en su dios más venerado y que además pudiese acceder al
inframundo, para alcanzar la vida eterna. El rey cananeo envió a un sirviente
suyo que bien podría ser parte del mito bíblico de José. Según cuenta el
Génesis, José se casó con la hija de un sacerdote egipcio y le dio dos hijos:
Manasés y Efraím. Sin embargo ninguno de los dos fue sacerdote, así como
tampoco lo fue José. Según la masonería, fueron dos cananeos (hicsos) a ver a
un sacerdote para que les diera el secreto de la inmortalidad, el secreto de
Horus. Éstos se afeitaron las barbas y se raparon al estilo egipcio para
penetrar en el templo y trataron de sonsacarle (¿a un familiar?) el secreto
pero no los consiguieron y lo mataron. Uno de los sacerdotes les diría que el único
que podría saber el secreto sería el propio faraón así disfrazados de
sacerdotes le esperaron en una de sus habituales visitas al templo. Una vez
allí le asaltarían y le intentarían sacar a la fuerza el secreto. Al negarse le
matarían de la forma tan cruel como se aprecia en su momia.
Conclusiones
Es posible que de toda esta mitología
podamos sacar en concreto que el faraón llamémosle, de la casa, se viera cada
vez más amenazado por unos reyes poderosos pero extranjeros que no seguían sus
costumbres ni su religión. Seguramente la visita del embajador fue una especie
de advertencia. Según el papiro de “Sallier I”, escrita por el escriba Pentaur
como ejercicio para la escuela doscientos años más tarde, el faraón se quedó
estupefacto. ¿Cómo podía saber un extranjero del estanque que se hallaba en
Tebas, a 700 Km. de Avaris y que contenía los hipopótamos usados en la caza
ritual contra Seth? Esto era un secreto religioso que no debía ser desvelado.
Lo primero es que este culto iba dirigido contra el enemigo principal del dios
más venerado por los egipcios, es decir contra Seth, que era a su vez el dios
principal de los hicsos. Podía ser considerado una afrenta para ambos. Unos
porque les querían privar de sus ritos y los otros por sentirse atacados en su
religión. En segundo lugar, si los hicsos sabían de ese ritual era porque
alguien se lo había dicho, con lo cual había espías dentro del propio templo en
Tebas. Si ya era un insulto el saber que los gobernadores de provincias
egipcias se doblegaban y sometían a un rey hereje y extranjero, peor era la
certeza de que había traidores en su propio palacio y en el templo. De hecho
cuando quiso atacar a las ciudades más al norte se encontró con la reticencia
de los nobles. Seqenenrá se dio cuenta de que su trono estaba cogido más que
nunca por los pelos. Para colmo el embajador se permitía la chulería de no solo
no contestarle a su pregunta de cómo se habían enterado de la existencia de ese
estanque sino que, encima, le advertía que reflexionara sobre la razón por la
que se le enviaba. Cuando el faraón se quedó debió llevarse un rato con la
mandíbula desencajada. Pero para eso estaba allí su hermosa y lista esposa
Ahhotep, que era tan lista como su madre Tetisheri. Entre las dos le pondrían
las pilas y lo hicieron reaccionar. “O
te espabilas o te sacan de la foto, Seqe. Estos barbudos vienen a llevárselo
todo y nosotros ya les sobramos. Así que, a por ellos”. Pero los hicsos
tenían una cosa que no tenían los egipcios, tropas profesionales y bronce. Así
acabó el pobre Seqenenrá, muerto y destrozado. Su cuerpo estaba ya descompuesto
cuando pudo ser rescatado por sus tropas y por ello cuando se sacó de una tumba
escondida en el escondrijo Real de Deir-el Bahari, en el Valle de los Reyes,
presentaba signos de putrefacción y rigor mortis. Cabe la posibilidad de que
haya algo de cierto en la teoría masónica de que el rey hicso quisiera el
secreto de la inmortalidad y el mensaje de los hipopótamos fuera también un
anuncio de que el rey o iba a cargarse la religión egipcia o pretendía conocerla
y apropiarse de ella.
El Imperio
Nuevo
El hermano de Seqenenrá tuvo
conocimiento de lo sucedido y no esperó a que a él le sucediera lo mismo. Formó
un ejército y dirigió al norte, a la mismísima capital de los hicsos en Avaris.
Antes había asaltado la ciudad de Buhen, primera del reino de Kush. Cuando el
rey Apofis vio las tropas de Kamose, autonombrado faraón de todo Egipto, envió
un mensajero a Nubia que nunca llegó. Supongo que cuando le llegó la cabeza del
mensajero y la noticia de que Buhen había caído, Apofis tuvo un apretón de los
fuertes y supo que de allí no saldría. Efectivamente, Apofis murió en ese
asedio y le sucedió otro rey llamado Apofis (II) también. Pero antes le había
antecedido en su camino a la verdes praderas el faraón Kamose que solo reinó
tres años. Eso sí, en 1550 A.c., su último año en el trono, Kamose había
acabado con el reino de Kush al sur y había conquistado todo el Delta, salvo la
propia ciudad de Avaris que aun resistió sola como ciudad-reino de la ya casi
acabada XV Dinastía.
Tetisheri
El hijo de Seqenenrá y Ahhotep,
que solo contaba 10 años, subió al trono que le había dejado su tío Kamose. Entre
su abuela y su madre le habían mantenido seguro en la ciudad de Tebas, a salvo
de enemigos tanto de fuera como de dentro del reino. Ambas le inculcaron al
niño la idea de que era por designio de Horus y Ra, el dios viviente en la
tierra de Egipto y que tendría que acabar lo que su padre y su tío habían
empezado. Estaba claro que había que dar machetazo al reino de la oscuridad del
hereje cananeo. Si fuerte era Tetisheri, más fuerte era Ahhotep. Había visto el
destrozado cadáver de su amado hermano-esposo Seqenenrá podrido antes de poder
recibir el ritual mortuorio que lo hiciese inmortal. Había enviado a su otro
hermano Kamose a la muerte y fue testigo de como se habían perdido los secretos
de Horus, toda una tragedia para las generaciones venideras y para la buena
marcha de la prosperidad del propio pueblo de Egipto. Pero no se amilanó. Asumió
el cargo de regente y despidió a toda la chusma de la nobleza que había preferido
seguir bajo el yugo bárbaro a cambio de estabilidad y se lanzó a la conquista
de Avaris una y otra vez. Y llegó el momento de la mayoría de edad de su hijo
Ahmose.
Kamose
Lo primero que hizo Ahmose fue
recompensar a su fiera madre con un collar con tres moscas de oro que era la
condecoración más alta que se podía dar a un militar, por su valentía frente a
las tropas durante los asedios a Avaris, mientras él crecía en la tranquilidad
de Tebas bajo el cuidado de su abuela. La reina se retiró a un templo de Luxor
y dejó a su amado hijo la tarea de limpiar el país de reyes herejes. Por entonces
gobernaba el heredero de Apofis II, Jamudy. Este Jamudy no sería más que un
noble que había tomado el titulo ya nada más que representativo de rey de
Egipto.
Ahmose toma los últimos reductos
cananeos del Delta y rodea a la capital, Avaris, sin tocarla. Se dirige por el “camino
de Horus”, la ruta que lleva por el Sinaí hasta Canaán y toma la ciudad-fortaleza
de Tharo, la última ciudad antes de salir al desierto donde siempre paraban los
ejércitos egipcios en sus campañas fuera de Egipto. La finalidad es cortar el
suministro que venía desde Canaán y cercar Avaris. El faraón intenta por tres
veces asaltar la ciudad de los hicsos pero no lo logra y encima tiene que
regresar a Tebas porque los nobles forman una rebelión. Se supone que con los
hicsos vivían muy bien, ya que el rey les permitía hacer lo que quisieran
siempre que no le molestaran. Quizás de ahí también lo de que los hipopótamos
no le dejaban dormir. Pero Ahmose volvió otra vez sobre Avaris y esta vez
Jamudy tuvo que huir con todo su ejército hacia Palestina, refugiándose en la
ciudad de Sharuen (entre Rafah y Gaza) fortificándola. Ahmose le persiguió
hasta allí logrando tomar la ciudad y del rey Jamudy no se supo más.
Ahmose
Ahmose era ahora el faraón de
todo Egipto y tras un siglo de gobierno extranjero y hereje, se iniciaba el
Imperio Nuevo y la XVIII Dinastía. Corría el año 1450 A.c.