La pretensión de este blog no es ni más ni menos que traer la Historia a aquellos que no gustan de ella bien porque creen que es aburrida, porque se le hace un tostón una lista de nombres y fechas o porque sencillamente de pequeños tuvieron que soportar un profesor monótono y pesado que les hizo odiar esta asignatura. Quiero, con un lenguaje sencillo, de la calle y divertido, contar la Historia del mundo como si fuera una anecdota entre amigos o colegas sobre cosas que hubieran pasado en el barrio hace unos días. Es por eso que esto no es una Historia sino una "Histeria" Universal.

3 de marzo de 2014

Dinastía XVIII. La herejía amarniense.



 

Estamos en el año 1360 a. C. aproximadamente. En Malkata, Amenofis III pasa sus últimos años. Le acompañan su esposa Tiy y sus hijos Amenofis y Sitamón. El anciano Amenhotep, hijo de Hapu, vela por ellos. Pero el gran arquitecto, escriba y político es demasiado mayor. El diseñador de, entre otras cosas, el gran complejo palaciego de Malkata, cumple ya la increíble cifra de 80 años cuando se le encarga que prepare las celebraciones del jubileo del faraón y su última acción fue el lograr que Amenofis se case con su hija Sitamón.

 

Sitamón era seguidora de Amón y era una manera de congraciar al faraón en sus últimos años con el poderoso clero. Era totalmente contraria a su hermano Amenofis. Este se crió bajo las faldas de su madre y Tiy le influyó enormemente sobre el culto a Atón. Poseían caracteres diferentes y encontrados. Sitamón tenía que ser la esposa de su hermano, sin embargo en una maniobra hábil, el anciano Amenhotep la salvó de semejante sufrimiento.

 

Aquella estratagema, sin embargo, no pasó desapercibida para la reina ni para el heredero. Debieron reprimir su rabia no obstante, hasta que el faraón muriese. No se sabe muy bien de quien partió la idea, ni quien fue su autor material, quizás la propia reina o el jovencísimo y astuto heredero. Lo cierto es que al año siguiente murió Amenhotep. Ciertamente era anciano, demasiado para la época. Pero el enorme movimiento que sacudió los rincones más oscuros de Malkata, aun cuando a nivel de superficie se le elevó a la categoría de dios (al estilo de Imhotep), da a entender que para algunos era necesario que desapareciera antes de que Sitamón pudiera quedar encinta. No se podía permitir que el posible hijo de la princesa destronase al extraño y raro Amenofis. No hay que olvidar que la reina confirma la descendencia del faraón y Tiy era plebeya y descendiente de extranjeros. Sitamón a pesar de ser su hija, llevaba la sangre del faraón y eso la hacía superior.

 

Unos años más tarde, en 1353, Amenofis III asocia al trono a su hijo. En realidad Amenofis IV no era el mayor. El verdadero heredero habría sido, hasta su pronta muerte, Tutmosis, hijo del faraón y de la princesa Giluhepa de Mitanni. La princesa/reina habría muerto ya y su hijo resultaba un molesto escollo para las pretensiones de Tiy. No se sabe si ambos murieron envenenados, pero es de suponer. Egipto se desentendió de Mitanni que, aunque le envió a otra princesa para “recordarle” su amistad, veía como la sombra hitita se cernía sobre ellos.

 

En el año siguiente muere el faraón Amenofis III. Su hijo gobierna Egipto en solitario, con la sombra de su madre sobre él. El nuevo faraón estaba casado con una hermosa princesa llamada Nefertiti. Tiy se las prometía felices, hasta que descubrió que había creado un monstruo. El joven Amenofis es un fanático religioso, y su esposa lo alienta aun más. Nefertiti, una dama extranjera cuyo nombre significa “la bella ha llegado”. Amenofis decide que en adelante solo se rendirá culto a un solo dios que personifica a todos los anteriores, Atón, el disco solar. En Tebas cunde el desconcierto primero, y luego la total oposición. Los poderosos sacerdotes de Amón, que habían salvado a la patria de los invasores extranjeros, veían su poder declinar en favor de aquel nuevo culto. La reina Tiy había sido un enemigo salvable. Su hijo, el nuevo faraón, no. Consiguieron poner a toda la nobleza en su contra, y el ciego y recalcitrante Amenofis no tuvo mejor idea que poner tierra de por medio, como había hecho su madre anteriormente. Pero su madre no era el faraón, y el faraón debía estar al frente de su pueblo, algo que le costó a Egipto mucho sufrimiento.

Amenofis decidió trasladar su corte fuera de Tebas. Eligió un remoto lugar en el desierto donde poder contemplar cada día la salida y la puesta de su adorado Atón. Y así creó Ajetatón.

En la ciudad del “Horizonte del Sol”, Amarna en árabe, vivió desde su cuarto año de reinado con su esposa e hijas. Un idilio a orillas del Nilo. Allí reunió a gran cantidad de comerciantes de todos los lugares conocidos y fue considerada la primera ciudad abierta de la Historia. Una Roma cosmopolita siglos antes de la fundación de ésta. Amenofis cambió su nombre y el de su esposa en honor a Atón. Akenatón y Neferneferuatón, respectivamente.

La reina fue dotada de los mayores poderes y considerada por primera vez con el mismo estatus que el propio faraón. Ni siquiera la poderosa Hatshepsut, un siglo antes, había conseguido tal honor. Se la representaba con los mismos atributos del faraón y a este en actitudes amorosas con ella y sus hijas.

El faraón Akenatón se volvió peligroso, y su propia madre se dio cuenta. Cansada de enfrentarse a su nuera, la poderosa mujer Faraón, regresa a Tebas donde residirá hasta su muerte en 1340 a. C. y volvió a acogerse al poderoso templo de Amón.

 

Para entonces ya se había roto todo vínculo entre la pareja Real y su pueblo. Akenatón se nombra uno solo con su esposa, es decir, son la misma persona, y como tal incluso la representación gráfica y escultórica da cierta ambigüedad a ambos cónyuges. Son la única vía entre el dios y los hombres y suprime al sacerdocio. Esto es algo inaudito y es lo que a la larga le atrae el odio intenso con que será vejado a su muerte. Sin embargo, en la base del culto a Atón está su final. No se preocupó de instaurar un culto privado y doméstico, sino solo a nivel público. La gente normal no sabía como rezarle al nuevo todopoderoso Atón. Se limitaba a acudir a los actos públicos, escasos y localizados de Amarna. Así, cuando el faraón murió, la vida religiosa regresó a su status quo anterior sin más problema. Solo fue una década que pasó sin pena ni gloria en el milenario Egipto.

 

La Biblia recoge la figura de Moisés, que para los egipcios sería un hereje traidor y para los pueblos orientales que venían a Amarna a mercadear, era un sacerdote afín a sus creencias monoteístas. La palabra Mses significa “engendrado” en egipcio, se colocaba detrás del nombre de un dios, y bien pudiera haberse tratado del Escriba Real y Comandante de las tropas del Señor de la Dos Tierras, Ramose o Ramses. Este personaje, un poderoso sacerdote desde los tiempos de Amenofis III, caería en desgracia cuando el faraón hereje muriera, y con él su heterodoxia. No es raro que siglos después (el libro del Éxodo se escribió en el siglo VII a. C. en época del rey Josías de Israel) se fundieran en un solo acto los dos posibles éxodos, el episodio de las plagas y el cruce del Mar Rojo cuando la expulsión de los hicsos, y el viaje por el desierto con Moisés al frente. A siglos vista todo venía bien para provocar el miedo a la esclavitud y el orgullo patrio, cuando se cernía sobre ellos el peligro egipcio de nuevo.

 

Hacía el 1340 a. C. (año 14 de su reinado) se produjo una grave epidemia de gripe o peste. Atacó por igual a personas y animales y se llevó por delante a la propia reina madre, Tiy, y a las hijas/esposas del faraón Meketatón, Setenpenrá y Neferurá. Quizás se trate de la plaga recogida en el libro hebreo, en el que murieron los hijos de primogénitos de Egipto. Efectivamente morirían otros aparte del primogénito, pero era este el privilegiado, el futuro de la familia, el tocado por los dioses. El resto era secundario.

 

Neferneferuatón (Nefertiti) cambia su nombre a uno masculino, Anjeperura Meryuaenra, “amado de Akhenatón”, haciendo ver que era un varón para gobernar como ya hizo Hatshepsut. El motivo podría ser la debilidad manifiesta del faraón o su desvinculación total con el poder.

Tal es así que Kiya, la primera esposa del rey, antes llamada Taduhepa y proveniente de Mitanni, desapareció de escena junto a su hijo Tutankatón.

 

Haciendo un alarde novelesco, tal vez pudiera ocurrir lo siguiente. La reina Kiya nunca fue nombrada esposa real, porque la sibilina Nefertiti lo impidió con sus artes. Además ya estaba casado con ambas cuando ascendió al trono, con lo cual Nefertiti se pudo adelantar en el escalafón sin ningún problema. Nefertiti solo tenía hijas y sin embargo Kiya le había dado un hijo. Era necesario alejarla de la corte si, como se temía, el faraón estaba con un pie en la tumba.

Y efectivamente, Akenatón muere en 1338 a. C. siendo sustituido por un no menos enigmático Semenejkara. Se especula que Semenejkara no es otro que Nefertiti con un nuevo cambio de nombre para esta vez sí, asumir todo el poder omnímodo y único en su persona.

Semenejkara se casa con su propia hija de manera simbólica. Hubo de hacerlo porque, si bien el linaje se traspasaba por línea femenina, como ocurriera anteriormente con Tiy, Nefertiti no era de sangre real ni siquiera egipcia. Así se unió en es mismo año a Meritatón.

 

Pero la fragilidad del trono en esos momentos era tal que la vida se tornaba difícil para la nueva “pareja”. El abandono del culto a los dioses que era garantía de la estabilidad económica del pueblo (la mayoría de templos era a su vez graneros que custodiaban los diezmos y repartían el grano de la siembra y el de alimentación en época de malas cosechas), el descuido de las fronteras y las relaciones con otros reinos como Mitanni cuando se cernía la nueva amenaza en el norte, los hititas.

Los sacerdotes, una vez muerto Akenatón y en poder del hijo del rey, el príncipe Tutankatón, comenzarían a presionar sobre la reina, que quizá en un intento de desvincularse del ya odiado y acabado culto a Atón, decidió ponerse el otro nombre del sol, Ra. Quizás ahí está la clave de Semenejkara, desvincularse del nombre anterior. Pero ya era tarde.

¿Querrían casarla con su hijastro “Tut”, perdiendo así el poder o directamente defenestrarla?

 

El extraño caso Dahamunzu

 

Antes de la muerte de Akenatón, su suegro Tusharatta de Mitanni le envía multitud de cartas de arcilla. Las llamadas “cartas de Amarna” fueron depositadas en un abandonado archivo real, para ser olvidadas. En algunas de ellas se puede leer el lamento desesperado del rey de Mitanni hacia el faraón, y a la madre de este (Tiy), en virtud de los lazos familiares que les unían. El rey hitita Shubiluliuma se lanzó sobre el reino hurrita y lo empujaba contra el Imperio Asirio, para destruirlo entre ambos. Antaño, el padre de Akenatón, había sido una fuerza equilibrante en la zona y los hurritas de Mitanni crecieron gracias al comercio en la zona, protegidos por Amenofis III. Pero, o bien Akenatón estaba a otras cosas, o Nefertiti le ocultó las desconsoladas cartas, al tiempo que desterraba a su hija Kiya y al joven Tutankatón.

Tusharatta al final pereció en 1350 a. C. asesinado por su hermano Artatama II, aliado de Asiria, y el hijo de este, Shuttarna III. Pero viendo que el estado de Mitanni se inclinaba hacia Asiria, Shubiluliuma tomó cartas en el asunto y colocó en el trono a Shattiwaza, hijo de Tusharatta y por tanto cuñado de Akenatón.

Mittani desaparecía de escena como la llama de una vela que se termina, ante la indiferencia de un faraón alejado del mundo y de la realidad.

A la muerte de Akenatón, con la posterior caída en desgracia de su misterioso heredero Semenejkara (Nefertiti masculinizada), sube al trono de Egipto un faraón que durante muchos años permaneció en el olvido y del cual apenas se sabía su nombre durante siglos, Tutankatón. Fue en 1336 a. C. cuando el clero de Amón desahució totalmente a la reina faraón. El hijo de la primera esposa de Akenatón se había salvado al ser un niño apocado y enfermo. La poderosa Nefertiti creyó que con tan solo alejarlo de la corte, la naturaleza haría el resto. Pero ella no tenía hijos a quienes nombrar, ni tampoco amigos ni fieles. En su afán por alejarse, a ella y su esposo, de todo contacto con el resto del mundo, se había quedado sola. Su poder se extinguió en su retiro en Ajetatón/Amarna.

 

A pesar de que el nuevo faraón continuó con la misma corte que llevara su padre, las cosas habían cambiado. El padre de Nefertiti, Ay, seguía siendo consejero real y el general en jefe de los ejércitos, Horemheb, continuaba en su puesto. Pero inmediatamente después de la coronación del rey niño (8 ó 9 años), se abandonó por completo Amarna y la corte de dirigió a Tebas, donde residía el nuevo monarca. Tutankatón se casó con su medio hermana Anjesenpatón para legitimar su corona y juntos cambiaron su nombre pasándose a llamar Anjesenamón y Tutankamón, el faraón más famoso de todos los tiempos, aunque no por meritos propios.

 

En realidad el niño apenas hizo nada en su reinado, más que hacer caso a los sacerdotes de Amón y devolver las cosas a como estaban antes. Esto ocurrió cuatro años después de su coronación.

A los diecinueve años (1327 a. C.), Tutankamón tuvo una caída del carro que le llevaba y fue arrollado. A su precaria salud (necesitaba usar bastón) se unió el accidente que le mató. Parece que en una carrera de carros, quizás preparándose para alguna campaña, ya que Horemheb estaba camino del Sinaí para retener a los hititas, hizo que el rey cayera y al pasarle por encima la rueda le aplastó el fémur, la cadera y algunas costillas perforándole quizás el corazón (este no ha sido encontrado en su momia).

Anjesenamón quedó viuda de pronto, con solo una hija habida con su padre de forma incestuosa (Anjesenamón Tasherit). Inmediatamente se puso en marcha la ceremonia de embalsamamiento y entierro, que al ser tan apresurada, provocó que el cuerpo de Tutankamón se quemara en parte.

Como el general Horemheb estaba de campaña, el consejero real, Ay, se adelantó y se hizo coronar faraón y no dudó en casarse con su nieta. La pobre Anjesenamón se sentía como moneda de cambio y se vio casada primero con su propio padre, luego con su hermanastro y ahora con su abuelo, el anciano y decrépito Ay. No tuvo otra mejor idea que pedir ayuda fuera.

El rey hitita Shubiluliuma era el único con poder fuera de Egipto que podría ayudarla. En el país del Nilo nadie la apoyaría. Sin hijo varón, a punto de ser casada ya otra vez con el nuevo faraón, ¿quién se atrevería a dar un golpe de estado, si ni se atrevieron cuando su padre destituyó a los poderosos sacerdotes de Amón que había expulsado a los aborrecibles hicsos?

 

Mi esposo ha muerto. No tengo ningún hijo varón, pero dicen que tú tienes muchos hijos. Si me das a uno de tus hijos, se convertirá en mi esposo. Jamás escogeré a uno de mi súbditos como esposo [...] Tengo miedo.

Así imploraba la pobre Anjesenamón, según todos los indicios, al rey hitita, su enemigo natural.

El hitita no creía lo que leía, ¡la posibilidad de que Egipto fuera un simple vasallo de Hatti! Aquello no podía ser cierto. De todas formas era necesario averiguar que había de cierto en aquello y qué de traición, y envió a espías a Tebas. Al contactar con la reina para averiguar la veracidad de la carta esta se indignó y envió una segunda misiva.

 

¿Por qué dijiste que te estaba engañando en este asunto? Si hubiera tenido un hijo varón, ¿acaso te habría escrito acerca de mi vergüenza y la de mi país a una tierra extraña? [...] Aquél que era mi esposo ha muerto, y no tengo hijos [...] No he escrito a ningún país más, sólo me dirijo a ti. Entrégame a uno de tus hijos: será un esposo para mí y un rey para Egipto.

 

Shubiluliuma se apresuró a enviar a su cuarto hijo, Zanannza, para desposarse con la reina viuda que ellos llamaban en su lengua, Dahamunzu.

O ya estaban los egipcios al tanto, o el movimiento del principe camino del Nilo hizo alertar al faraón, ya casado con la reina. El caso es que el principe no llegó a pisar arena egipcia, y fue asesinado en el camino, y la reina desapareció y jamás se volvió a hablar de ella.

 

Para siempre quedó como un misterio la verdadera identidad de la reina Dahamunzu, la traidora, o la desesperada mujer que se hartó de ser una muñeca rota en manos de los reyes, que de niña la habían llevado en su regazo.

 

Ay reinó durante cuatro años, y Horemheb se mantenía como un halcón sobre él ya que sabía que por su edad duraría poco. Esta vez no dejaría escapar la oportunidad ¿Acaso no era él el que tenía el autentico poder en las tierras que regaba el Nilo?