Estamos en el año 1360 a. C. aproximadamente. En Malkata,
Amenofis III pasa sus últimos años. Le acompañan su esposa Tiy y sus hijos
Amenofis y Sitamón. El anciano Amenhotep, hijo de Hapu, vela por ellos. Pero el
gran arquitecto, escriba y político es demasiado mayor. El diseñador de, entre
otras cosas, el gran complejo palaciego de Malkata, cumple ya la increíble
cifra de 80 años cuando se le encarga que prepare las celebraciones del jubileo
del faraón y su última acción fue el lograr que Amenofis se case con su hija
Sitamón.
Sitamón era seguidora de Amón y era una manera de congraciar
al faraón en sus últimos años con el poderoso clero. Era totalmente contraria a
su hermano Amenofis. Este se crió bajo las faldas de su madre y Tiy le influyó
enormemente sobre el culto a Atón. Poseían caracteres diferentes y encontrados.
Sitamón tenía que ser la esposa de su hermano, sin embargo en una maniobra
hábil, el anciano Amenhotep la salvó de semejante sufrimiento.
Aquella estratagema, sin embargo, no pasó desapercibida para
la reina ni para el heredero. Debieron reprimir su rabia no obstante, hasta que
el faraón muriese. No se sabe muy bien de quien partió la idea, ni quien fue su
autor material, quizás la propia reina o el jovencísimo y astuto heredero. Lo
cierto es que al año siguiente murió Amenhotep. Ciertamente era anciano,
demasiado para la época. Pero el enorme movimiento que sacudió los rincones más
oscuros de Malkata, aun cuando a nivel de superficie se le elevó a la categoría
de dios (al estilo de Imhotep), da a entender que para algunos era necesario
que desapareciera antes de que Sitamón pudiera quedar encinta. No se podía
permitir que el posible hijo de la princesa destronase al extraño y raro
Amenofis. No hay que olvidar que la reina confirma la descendencia del faraón y
Tiy era plebeya y descendiente de extranjeros. Sitamón a pesar de ser su hija,
llevaba la sangre del faraón y eso la hacía superior.
Unos años más tarde, en 1353, Amenofis III asocia al trono a
su hijo. En realidad Amenofis IV no era el mayor. El verdadero heredero habría
sido, hasta su pronta muerte, Tutmosis, hijo del faraón y de la princesa Giluhepa
de Mitanni. La princesa/reina habría muerto ya y su hijo resultaba un molesto
escollo para las pretensiones de Tiy. No se sabe si ambos murieron envenenados,
pero es de suponer. Egipto se desentendió de Mitanni que, aunque le envió a
otra princesa para “recordarle” su amistad, veía como la sombra hitita se
cernía sobre ellos.
En el año siguiente muere el faraón Amenofis III. Su hijo
gobierna Egipto en solitario, con la sombra de su madre sobre él. El nuevo
faraón estaba casado con una hermosa princesa llamada Nefertiti. Tiy se las
prometía felices, hasta que descubrió que había creado un monstruo. El joven
Amenofis es un fanático religioso, y su esposa lo alienta aun más. Nefertiti,
una dama extranjera cuyo nombre significa “la bella ha llegado”. Amenofis
decide que en adelante solo se rendirá culto a un solo dios que personifica a
todos los anteriores, Atón, el disco solar. En Tebas cunde el desconcierto
primero, y luego la total oposición. Los poderosos sacerdotes de Amón, que
habían salvado a la patria de los invasores extranjeros, veían su poder
declinar en favor de aquel nuevo culto. La reina Tiy había sido un enemigo
salvable. Su hijo, el nuevo faraón, no. Consiguieron poner a toda la nobleza en
su contra, y el ciego y recalcitrante Amenofis no tuvo mejor idea que poner
tierra de por medio, como había hecho su madre anteriormente. Pero su madre no
era el faraón, y el faraón debía estar al frente de su pueblo, algo que le
costó a Egipto mucho sufrimiento.
Amenofis decidió trasladar su corte fuera de Tebas. Eligió
un remoto lugar en el desierto donde poder contemplar cada día la salida y la
puesta de su adorado Atón. Y así creó Ajetatón.
En la ciudad del “Horizonte del Sol”, Amarna en árabe, vivió
desde su cuarto año de reinado con su esposa e hijas. Un idilio a orillas del
Nilo. Allí reunió a gran cantidad de comerciantes de todos los lugares
conocidos y fue considerada la primera ciudad abierta de la Historia. Una Roma
cosmopolita siglos antes de la fundación de ésta. Amenofis cambió su nombre y
el de su esposa en honor a Atón. Akenatón y Neferneferuatón, respectivamente.
La reina fue dotada de los mayores poderes y considerada por
primera vez con el mismo estatus que el propio faraón. Ni siquiera la poderosa
Hatshepsut, un siglo antes, había conseguido tal honor. Se la representaba con
los mismos atributos del faraón y a este en actitudes amorosas con ella y sus
hijas.
El faraón Akenatón se volvió peligroso, y su propia madre se
dio cuenta. Cansada de enfrentarse a su nuera, la poderosa mujer Faraón,
regresa a Tebas donde residirá hasta su muerte en 1340 a. C. y volvió a
acogerse al poderoso templo de Amón.
Para entonces ya se había roto todo vínculo entre la pareja
Real y su pueblo. Akenatón se nombra uno solo con su esposa, es decir, son la
misma persona, y como tal incluso la representación gráfica y escultórica da
cierta ambigüedad a ambos cónyuges. Son la única vía entre el dios y los
hombres y suprime al sacerdocio. Esto es algo inaudito y es lo que a la larga
le atrae el odio intenso con que será vejado a su muerte. Sin embargo, en la
base del culto a Atón está su final. No se preocupó de instaurar un culto
privado y doméstico, sino solo a nivel público. La gente normal no sabía como
rezarle al nuevo todopoderoso Atón. Se limitaba a acudir a los actos públicos,
escasos y localizados de Amarna. Así, cuando el faraón murió, la vida religiosa
regresó a su status quo anterior sin
más problema. Solo fue una década que pasó sin pena ni gloria en el milenario
Egipto.
La Biblia recoge la figura de Moisés, que para los egipcios
sería un hereje traidor y para los pueblos orientales que venían a Amarna a
mercadear, era un sacerdote afín a sus creencias monoteístas. La palabra Mses significa “engendrado” en egipcio,
se colocaba detrás del nombre de un dios, y bien pudiera haberse tratado del
Escriba Real y Comandante de las tropas del Señor de la Dos Tierras, Ramose o
Ramses. Este personaje, un poderoso sacerdote desde los tiempos de Amenofis
III, caería en desgracia cuando el faraón hereje muriera, y con él su
heterodoxia. No es raro que siglos después (el libro del Éxodo se escribió en
el siglo VII a. C. en época del rey Josías de Israel) se fundieran en un solo
acto los dos posibles éxodos, el episodio de las plagas y el cruce del Mar Rojo
cuando la expulsión de los hicsos, y
el viaje por el desierto con Moisés al frente. A siglos vista todo venía bien
para provocar el miedo a la esclavitud y el orgullo patrio, cuando se cernía
sobre ellos el peligro egipcio de nuevo.
Hacía el 1340 a. C. (año 14 de su reinado) se produjo una
grave epidemia de gripe o peste. Atacó por igual a personas y animales y se
llevó por delante a la propia reina madre, Tiy, y a las hijas/esposas del
faraón Meketatón, Setenpenrá y Neferurá. Quizás se trate de la plaga recogida
en el libro hebreo, en el que murieron los hijos de primogénitos de Egipto.
Efectivamente morirían otros aparte del primogénito, pero era este el privilegiado,
el futuro de la familia, el tocado por los dioses. El resto era secundario.
Neferneferuatón (Nefertiti) cambia su nombre a uno
masculino, Anjeperura Meryuaenra, “amado de Akhenatón”, haciendo ver que era un
varón para gobernar como ya hizo Hatshepsut. El motivo podría ser la debilidad
manifiesta del faraón o su desvinculación total con el poder.
Tal es así que Kiya, la primera esposa del rey, antes llamada
Taduhepa y proveniente de Mitanni, desapareció de escena junto a su hijo
Tutankatón.
Haciendo un alarde novelesco, tal vez pudiera ocurrir lo
siguiente. La reina Kiya nunca fue nombrada esposa real, porque la sibilina
Nefertiti lo impidió con sus artes. Además ya estaba casado con ambas cuando
ascendió al trono, con lo cual Nefertiti se pudo adelantar en el escalafón sin
ningún problema. Nefertiti solo tenía hijas y sin embargo Kiya le había dado un
hijo. Era necesario alejarla de la corte si, como se temía, el faraón estaba
con un pie en la tumba.
Y efectivamente, Akenatón muere en 1338 a. C. siendo
sustituido por un no menos enigmático Semenejkara. Se especula que Semenejkara
no es otro que Nefertiti con un nuevo cambio de nombre para esta vez sí, asumir
todo el poder omnímodo y único en su persona.
Semenejkara se casa con su propia hija de manera simbólica.
Hubo de hacerlo porque, si bien el linaje se traspasaba por línea femenina,
como ocurriera anteriormente con Tiy, Nefertiti no era de sangre real ni
siquiera egipcia. Así se unió en es mismo año a Meritatón.
Pero la fragilidad del trono en esos momentos era tal que la
vida se tornaba difícil para la nueva “pareja”. El abandono del culto a los
dioses que era garantía de la estabilidad económica del pueblo (la mayoría de
templos era a su vez graneros que custodiaban los diezmos y repartían el grano
de la siembra y el de alimentación en época de malas cosechas), el descuido de
las fronteras y las relaciones con otros reinos como Mitanni cuando se cernía
la nueva amenaza en el norte, los hititas.
Los sacerdotes, una vez muerto Akenatón y en poder del hijo
del rey, el príncipe Tutankatón, comenzarían a presionar sobre la reina, que
quizá en un intento de desvincularse del ya odiado y acabado culto a Atón,
decidió ponerse el otro nombre del sol, Ra. Quizás ahí está la clave de
Semenejkara, desvincularse del nombre anterior. Pero ya era tarde.
¿Querrían casarla con su hijastro “Tut”, perdiendo así el
poder o directamente defenestrarla?
El extraño caso Dahamunzu
Antes de la muerte de Akenatón, su suegro Tusharatta de
Mitanni le envía multitud de cartas de arcilla. Las llamadas “cartas de Amarna”
fueron depositadas en un abandonado archivo real, para ser olvidadas. En
algunas de ellas se puede leer el lamento desesperado del rey de Mitanni hacia
el faraón, y a la madre de este (Tiy), en virtud de los lazos familiares que
les unían. El rey hitita Shubiluliuma se lanzó sobre el reino hurrita y lo
empujaba contra el Imperio Asirio, para destruirlo entre ambos. Antaño, el
padre de Akenatón, había sido una fuerza equilibrante en la zona y los hurritas
de Mitanni crecieron gracias al comercio en la zona, protegidos por Amenofis
III. Pero, o bien Akenatón estaba a otras cosas, o Nefertiti le ocultó las
desconsoladas cartas, al tiempo que desterraba a su hija Kiya y al joven
Tutankatón.
Tusharatta al final pereció en 1350 a. C. asesinado por su
hermano Artatama II, aliado de Asiria, y el hijo de este, Shuttarna III. Pero
viendo que el estado de Mitanni se inclinaba hacia Asiria, Shubiluliuma tomó
cartas en el asunto y colocó en el trono a Shattiwaza, hijo de Tusharatta y por
tanto cuñado de Akenatón.
Mittani desaparecía de escena como la llama de una vela que
se termina, ante la indiferencia de un faraón alejado del mundo y de la
realidad.
A la muerte de Akenatón, con la posterior caída en desgracia
de su misterioso heredero Semenejkara (Nefertiti masculinizada), sube al trono
de Egipto un faraón que durante muchos años permaneció en el olvido y del cual
apenas se sabía su nombre durante siglos, Tutankatón. Fue en 1336 a. C. cuando
el clero de Amón desahució totalmente a la reina faraón. El hijo de la primera
esposa de Akenatón se había salvado al ser un niño apocado y enfermo. La
poderosa Nefertiti creyó que con tan solo alejarlo de la corte, la naturaleza
haría el resto. Pero ella no tenía hijos a quienes nombrar, ni tampoco amigos
ni fieles. En su afán por alejarse, a ella y su esposo, de todo contacto con el
resto del mundo, se había quedado sola. Su poder se extinguió en su retiro en
Ajetatón/Amarna.
A pesar de que el nuevo faraón continuó con la misma corte
que llevara su padre, las cosas habían cambiado. El padre de Nefertiti, Ay,
seguía siendo consejero real y el general en jefe de los ejércitos, Horemheb,
continuaba en su puesto. Pero inmediatamente después de la coronación del rey
niño (8 ó 9 años), se abandonó por completo Amarna y la corte de dirigió a
Tebas, donde residía el nuevo monarca. Tutankatón se casó con su medio hermana
Anjesenpatón para legitimar su corona y juntos cambiaron su nombre pasándose a
llamar Anjesenamón y Tutankamón, el faraón más famoso de todos los tiempos,
aunque no por meritos propios.
En realidad el niño apenas hizo nada en su reinado, más que
hacer caso a los sacerdotes de Amón y devolver las cosas a como estaban antes.
Esto ocurrió cuatro años después de su coronación.
A los diecinueve años (1327 a. C.), Tutankamón tuvo una
caída del carro que le llevaba y fue arrollado. A su precaria salud (necesitaba
usar bastón) se unió el accidente que le mató. Parece que en una carrera de
carros, quizás preparándose para alguna campaña, ya que Horemheb estaba camino
del Sinaí para retener a los hititas, hizo que el rey cayera y al pasarle por
encima la rueda le aplastó el fémur, la cadera y algunas costillas perforándole
quizás el corazón (este no ha sido encontrado en su momia).
Anjesenamón quedó viuda de pronto, con solo una hija habida
con su padre de forma incestuosa (Anjesenamón Tasherit). Inmediatamente se puso
en marcha la ceremonia de embalsamamiento y entierro, que al ser tan apresurada,
provocó que el cuerpo de Tutankamón se quemara en parte.
Como el general Horemheb estaba de campaña, el consejero
real, Ay, se adelantó y se hizo coronar faraón y no dudó en casarse con su
nieta. La pobre Anjesenamón se sentía como moneda de cambio y se vio casada
primero con su propio padre, luego con su hermanastro y ahora con su abuelo, el
anciano y decrépito Ay. No tuvo otra mejor idea que pedir ayuda fuera.
El rey hitita Shubiluliuma era el único con poder fuera de
Egipto que podría ayudarla. En el país del Nilo nadie la apoyaría. Sin hijo varón,
a punto de ser casada ya otra vez con el nuevo faraón, ¿quién se atrevería a
dar un golpe de estado, si ni se atrevieron cuando su padre destituyó a los
poderosos sacerdotes de Amón que había expulsado a los aborrecibles hicsos?
Mi esposo ha muerto. No tengo ningún hijo varón, pero
dicen que tú tienes muchos hijos. Si me das a uno de tus hijos, se convertirá
en mi esposo. Jamás escogeré a uno de mi súbditos como esposo [...] Tengo miedo.
Así imploraba la pobre Anjesenamón, según todos los
indicios, al rey hitita, su enemigo natural.
El hitita no creía lo que leía, ¡la posibilidad de que
Egipto fuera un simple vasallo de Hatti! Aquello no podía ser cierto. De todas
formas era necesario averiguar que había de cierto en aquello y qué de traición,
y envió a espías a Tebas. Al contactar con la reina para averiguar la veracidad
de la carta esta se indignó y envió una segunda misiva.
¿Por qué dijiste que te estaba engañando en este
asunto? Si hubiera tenido un hijo varón, ¿acaso te habría escrito acerca de mi
vergüenza y la de mi país a una tierra extraña? [...] Aquél que era mi esposo
ha muerto, y no tengo hijos [...] No he escrito a ningún país más, sólo me
dirijo a ti. Entrégame a uno de tus hijos: será un esposo para mí y un rey para
Egipto.
Shubiluliuma se apresuró a enviar a su cuarto hijo,
Zanannza, para desposarse con la reina viuda que ellos llamaban en su lengua,
Dahamunzu.
O ya estaban los egipcios al tanto, o el movimiento del
principe camino del Nilo hizo alertar al faraón, ya casado con la reina. El caso
es que el principe no llegó a pisar arena egipcia, y fue asesinado en el camino, y la reina desapareció y jamás
se volvió a hablar de ella.
Para siempre quedó como un misterio la verdadera identidad
de la reina Dahamunzu, la traidora, o la desesperada mujer que se hartó de ser
una muñeca rota en manos de los reyes, que de niña la habían llevado en su
regazo.
Ay reinó durante cuatro años, y Horemheb se mantenía como un
halcón sobre él ya que sabía que por su edad duraría poco. Esta vez no dejaría
escapar la oportunidad ¿Acaso no era él el que tenía el autentico poder en las
tierras que regaba el Nilo?
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