La última pirámide
Egipto al fin está
unido de nuevo bajo un mismo faraón y los extranjeros no solo están fuera de la
tierra del Nilo, sino que “el Gran Libertador” Ahmose I ha llevado las
fronteras más allá del desierto, hacia Asia Menor atravesando el Sinaí y hacia
Nubia en el sur. Sin embargo el antiguo culto ancestral ha sido roto por culpa
de los herejes hicsos. Los secretos de Horus fueron revelados y sus sacerdotes
destituidos. La religión solo se mantuvo en Tebas. Pero en Tebas, el dios
principal no es Horus ni su padre, Osiris. En Luxor se venera a Amón, el señor
de la guerra.
Amón pasó de ser
un dios provincial a ser el dios principal de Egipto. En principio era llamado
“el oculto” y simbolizaba al viento del desierto que todo lo quema y era
representado por un hombre de piel rojiza (quemado por el viento ardiente) o un
carnero. Se decía que nadie podía verlo pero todos podían sentirlo. Su culto
era venerado en un templo cuyo santuario principal estaba restringido a los
sumos sacerdotes. En las múltiples procesiones que se hacían a lo largo del año
litúrgico, siempre iba oculto por cortinajes que impedían ver la imagen del
dios. Sus cultos y rituales eran secretos.
Este hecho
diferencial, propició el que una vez descubiertos los ritos de Horus por los
extranjeros, el culto hermético de Amón pasara a formar parte de la religión
principal de los faraones. Cualquiera podía saber los ritos de los demás
dioses, incluso un bárbaro extranjero, sin embargo los de Amón habían
permanecido intactos y secretos. Era como la única cosa que había escapado a la
impureza y por tanto se consideró un signo de que era el verdadero culto. Por
tanto, Amón no solo desplazó otros cultos que quedaron relegados a pequeños
homenajes y festivales campesinos y locales, sino que condensó a otros dioses
principales, como Rá-el Sol, Osiris y Horus, Ptah, etc.
Pero Ahmose era de
la vieja escuela y a pesar de ser tebano, y de que su madre y su esposa/hermana
estaban posiblemente influenciadas por los sacerdotes de Amón, quiso (o
quisieron) que tuviera una pirámide. La pirámide es un símbolo asociado al
culto del sol, es decir Rá, y la religión tebana no es muy dada a símbolos
exteriores. El faraón, que al morir se convierte en el mismo dios (Amón) no
puede tener un símbolo que indique claramente donde está enterrado. Hay que
recordar que Amón es “el oculto”. Sin embargo, aunque no fue enterrado bajo la
pirámide, sí se levantó una en su honor. Sobre una base de escombros se levantó
la estructura exterior. Desde el principio se ve que los antiguos arquitectos/sacerdotes
que habían creado desde hacía cientos de años las grandes pirámides que aun hoy
podemos disfrutar, habían desaparecido con el culto a Horus y la tradicional
religión egipcia. Los malditos hicsos habían arrasado el país culturalmente.
Las caras de la pirámide eran, según las dos únicas hiladas que quedan gracias
a estar enterradas, de 60º frente a los 51º de la de Keops. Esto la hace menos
estable y como quedó demostrado, al poco de construirse se desmoronó el
interior de escombros y la estructura exterior quedó dañada. Los sillares de
caliza fueron usados en otras construcciones funerarias posteriores. Así, el
destino de la que probablemente sea la última pirámide quedó en un montón de
escombros de ladrillo y adobe casi antes de que desapareciera la propia
dinastía que creó “el Gran Libertador”.
Los
ahmosidas
En el año 1525
A.c. tomó las riendas del país del Nilo, el hijo de Ahmose. Amenofis I continuó
la labor de reconstrucción de su padre y llegó a la segunda catarata,
acorralando a los reyes nubios en el Sudán. Continuó así mismo la
reconstrucción de templos, no solo de Amón (en cuyo honor llevaba su nombre),
sino de otros dioses. Su esposa/hermana, Ahmose Meritatón, permanecía relegada
a un segundo plano mientras la madre de ambos, Ahmose Nefertari, acompañaba en
todo momento a su vástago como digna hija de la gran Ahhotep. La reina guerrera
había enseñado perfectamente a su hija que con la muerte del faraón, el reino
quedaba durante un tiempo en un estado crítico. No era momento de encerrarse a
derramar lágrimas, para eso estaban las plañideras, era momento de mantener a
raya a los nobles de escasa confianza y apoyarse en los más sumisos y en los
fuertes pero leales. Continuar con la política mientras se preparaban las
exequias del difunto rey. Al igual que de niño le acompañaba en sus primeros
pasos en la vida, la reina madre debía acompañar a su hijo en los primeros
pasos como rey para tener constancia de que su educación había dado buenos
frutos.
Amenofis I era un
devoto de Amón y por tanto los sacerdotes tebanos estaban de enhorabuena.
Frente a la ciudad de Tebas, en el margen oeste del Nilo, existía un paraje que
ya fue usado como cementerio real por el faraón de la XI Dinastía, Mentuhotep
II. El magnífico templo situado en las laderas de las barrancadas montañas se
erguía aun en pie. Mentuhotep II había sido, aparte del reunificador de las Dos
Tierras, un reformador en cuanto a ritos funerarios. Su devoción por Montu,
primitivo dios del que proviene Amón, y su origen tebano le conferían ese carácter
guerrero y hermético que caracterizó siglos después a los libertadores del
Imperio Nuevo. Con el fin de que los constructores de complejos funerarios no
tuviesen un carácter temporal, sino que fuese un trabajo a tiempo total y bien
remunerado, creó la ciudad de Set Maat “el lugar de la verdad” (Deir
el-Medina). Reunió allí a los mejores artesanos y constructores, y les
proporcionó una vida relajada y apartada de la que era la vida común de
cualquier campesino o artesano egipcio. Tal fue el grado de satisfacción de los
habitantes de la ciudad de los artesanos que divinizaron al faraón como su
patrón, rindiéndole culto en la ciudad.
La pobre Ahmose
Meritatón murió sin poder dar al faraón Amenofis ningún hijo que le
sobreviviera a él. Así, cuando éste murió en 1504 A.c. le sucedió el que
hubiera sido su yerno, pero se convirtió en cuñado, Tutmosis.
Tutmosis I se casó
con una de las hermanas menores de Amenofis, llamada como su padre y como su
madre, con el nombre de familia de la Dinastía, Ahmose. Sin embargo, la joven
reina nunca llegó a ser importante ya que, a pesar de ser la única Esposa Real,
nunca llegó a ser “Esposa del dios”, lo cual quiere decir que existía una
hermana mayor o una tía que ya lo ostentaba, y que de ésta pasó a la hija de
Tutmosis. El faraón inició una serie de campañas en Siria, Mitanni y Nubia,
alcanzando la máxima extensión conocida hasta entonces. Cuando llegaron a Siria
los soldados egipcios quedaron sorprendidos al contemplar un extraño río cuyas
aguas iban hacia arriba. Se trataba del Eufrates, que discurre de norte a sur,
al contrario que el Nilo. Su arquitecto, Ineni, tuvo el honor de ser el
diseñador del Valle de los Reyes.
A Tutmosis I le
sucedió en 1492 A.c. su hijo, también de nombre Tutmosis. Era hijo de una de
las esposas secundarias, Mutnefer, y por tanto no tenía derecho al trono en
principio. Esto se solucionó, como ya venía siendo habitual, casándose con la
hija principal del faraón anterior, en este caso era su hermana Hatshepsut.
Tutmosis II apenas tuvo relevancia, quizás nunca fue educado para ostentar el
trono. Fue Ineni, que aparte de arquitecto era chaty de Tumosis I, es
decir el mayordomo o senescal de palacio, el hombre más influyente después del
propio faraón, quien para no dejar el trono en manos de cualquiera y que lo
conseguido en los últimos años no se fuera a pique, lo unió a la princesa
heredera y así lo legitimó en el trono. Sin embargo, Hatshepsut era orgullosa,
no en vano era hija, nieta y bisnieta de las poderosísimas reinas tebanas de la
dinastía. No le gustó demasiado la idea de Ineni. Ella quería gobernar, pero no
como consorte. La corte era un redil de corderos y el pastor era Ineni.
Hatshepsut sabía que no podía contar con nadie en palacio y por ello buscó
donde sabía que ella y sus ascendientes eran respetados, el templo de Amón.
Ni corta ni
perezosa se rodeó de fieles y adeptos de la casta sacerdotal. El principal era
el sumo sacerdote Hapuseneb. Era además familia suya ya que su madre, de nombre
Ahhotep, era de la casa real. Otro personaje importante era Senenmut, un
militar que acompañó a Tutmosis I en sus campañas y que fue nombrado preceptor
de la princesa. Por tanto a la muerte del faraón quedó como tutor y llegó a
convertirse en mano derecha de Hatshepsut. Entre ambos lograron conformar un
tejido protector alrededor de la reina y comenzaron a ir acumulando poderes, ya
que el faraón Tutmosis II era un pusilánime y temían que llevara a Egipto de
nuevo al fracaso.
Murió Tutmosis II
sin que la Esposa Principal le diera heredero varón e Ineni se apresuró a
nombrar al que había tenido con una de sus esposas secundarias, Isis. Pero
Hatshepsut no iba a permitir que se le volviera a dar de lado. Como Tutmosis
III era un jovencito de unos diez años, ella asumió la regencia y puso todos
los impedimentos posibles para que no se celebrase, por mucho tiempo, el
matrimonio sagrado con la princesa Neferura que legitimaría al hijo de la
concubina. Hatshepsut se coronó a sí misma como faraón en presencia del propio
Tutmosis. El joven poco podía hacer por evitarlo. Tenía escasos seguidores en
palacio y sobre todo, lo que era más importante, en el Templo de Amón. No
estaba casado con una princesa descendiente de las grandes reinas, ya que su
tía le negaba el matrimonio con su hija. Firmaron un acuerdo tácito por el cual
ella se encargaba de la política en tanto que él se dedicaría a lo militar.
Mientras tanto la joven Neferura se criaba ajena a todo bajo el manto amoroso
del que las malas lenguas decían que era su padre verdadero, Senenmut. La reina
la nombró Esposa del dios aun estando soltera y la asoció a su trono como
Heredera Única. Tal vez pretendía formar una dinastía de reinas.
A partir de
entonces la reina asumió todos los títulos masculinos excepto el de “Toro
Poderoso”. Se hacía representar como hombre e incluso se colocaba una barba
postiza en público. Dio gran poder al clero de Amón, haciéndole donaciones de
tierras y oro, en detrimento de otros dioses. A cambio, estos le ofrecieron una
historia con la que la afianzaban como el monarca más poderoso que jamás había
pisado Egipto. Le crearon una historia por la cual ella no era hija de Tutmosis
I sino del mismísimo Amón, que una noche visitó a su madre y la dejó encinta.
Se dotaba así de un carácter divino mayor que el de cualquier otro gobernante.
Ella no sería una representación viva de un dios a la espera de morir para
fundirse en uno con el dios. Ella era la hija de dios, y por ende, una diosa.
A la larga, la
relación de Hatshepsut con el clero de Amón trajo la desgracia a su dinastía,
pero ella gobernó con el máximo poder jamás imaginado. La reina promovió varios
viajes por mar hacia el sur de Arabia en busca de la mirra de Punt, la tierra
de la mítica Saba. También dio un gran empuje a construcciones tanto religiosas
como civiles gracias a su arquitecto y posible amante Senenmut. El
segundo gran sabio de la Historia, después de Imhotep y antes de Arquímedes,
creó el más hermoso templo para su reina. El Dyeser-dyeseru (Sanctasanctórum) o
“Templo del millón de años”. Una serie de tres terrazas columnadas que se
adentraban en la ladera de la montaña. Dos largas rampas de ascenso a cada
terraza, a cuyos lados se extendían bellos jardines. Una larga fila de esfinges
con el rostro de la reina y una serie de estatuas de Osiris, con los rasgos de
la faraón, hoy desparecidos por la furia que se desató contra ella a su muerte,
remataban el monumento. La más bella obra jamás creada en Egipto y un adelanto
de lo que sería la línea clásica que se desarrolló en Grecia siglos después. Mientras
tanto, Senenmut se construía una cripta justo enfrente del templo de
Hatshepsut. Un simple agujero de 97 metros de largo (denominada hoy tumba
TT353) consistente en unas escaleras que se cortan por varias cámaras sencillas
que sin embargo contienen una gran carga emocional. En las paredes puede verse
a Senenmut con Hatshepsut en actitud cariñosa, e incluso hay algún graffiti en
el que se ven en actitud más que cariñosa. El corredor pasa bajo el propio
templo de la reina en una especie de intento de estar junto a ella incluso tras
la muerte y existen dos puertas falsas esculpidas en ambos templos (se supone
que estas puertas falsas eran por las que las almas de los muertos podían salir
de sus tumbas) que tienen dos ojos de Horus tallados que se unen en una
imaginaria línea que se trazase.
Por último, existe
la teoría de que este sacerdote/arquitecto que reunió en su persona todos los
cargos posibles como administrador y supervisor de todos los aspectos de la política
interna del Imperio, fuese el mismísimo Moisés de la Biblia. Su nombre coincide
tanto en lo etimológico como en su escritura (si lo ponemos al revés lo cual en
egipcio no cambia el sentido). Sen Mut, hijo de las aguas y Moses, salido de
las aguas. Sus orígenes son igualmente plebeyos y oscuros, Senenmut dice ser
descendiente de un tal Ra-moses, un campesino “khabiru” (nombre con el que se
denominaban a los cananeos) y Moisés de un esclavo hebreo. Ambos llegaron a lo
más alto en la corte del farón y acapararon los mayores títulos. Ambos desaparecieron
de repente sin dejar rastro. Moisés se marchó, según el Éxodo, al golpear y
matar a un guardia egipcio que flagelaba a un anciano hebreo. Senenmut
desapareció sobre el 1473 A.c. y su momia no ha sido aun identificada, quedando
pues la incógnita de si murió en Egipto y está por aparecer algún dato que la
identifique o si verdaderamente desapareció en vida y murió fuera del Imperio.
Al desaparecer
Senenmut y fallecer la joven Neferura, Hatshepsut inició su declive. Un año más
tarde dejaría todo su poder a su sobrino Tutmosis que ya era un gran militar. Siguió
siendo considerada faraón hasta su muerte en 1468 A.c. pero ya nada sería
igual. Aquejada de osteoporosis y con un grave absceso en la boca, falleció a
los 22 años de reinado, de septicemia. Su grandeza fue borrada de la historia,
no así la inmensa mayoría de su legado, por su sucesor o por los sacerdotes de
Osiris en su nombre. Tutmosis III no quería que la familia de su tía quisiera
deslegitimarle nuevamente. Quedaban atrás, suntuosos templos, viajes exóticos y
campañas militares a Nubia y Gaza (comandadas por el propio sobrino) y sea abría
la puerta a un gran faraón que será recordado como el “Napoleón egipcio”.