La pretensión de este blog no es ni más ni menos que traer la Historia a aquellos que no gustan de ella bien porque creen que es aburrida, porque se le hace un tostón una lista de nombres y fechas o porque sencillamente de pequeños tuvieron que soportar un profesor monótono y pesado que les hizo odiar esta asignatura. Quiero, con un lenguaje sencillo, de la calle y divertido, contar la Historia del mundo como si fuera una anecdota entre amigos o colegas sobre cosas que hubieran pasado en el barrio hace unos días. Es por eso que esto no es una Historia sino una "Histeria" Universal.

10 de diciembre de 2012

Imperio nuevo. XVIII Dinastía (I)





La última pirámide

 

Egipto al fin está unido de nuevo bajo un mismo faraón y los extranjeros no solo están fuera de la tierra del Nilo, sino que “el Gran Libertador” Ahmose I ha llevado las fronteras más allá del desierto, hacia Asia Menor atravesando el Sinaí y hacia Nubia en el sur. Sin embargo el antiguo culto ancestral ha sido roto por culpa de los herejes hicsos. Los secretos de Horus fueron revelados y sus sacerdotes destituidos. La religión solo se mantuvo en Tebas. Pero en Tebas, el dios principal no es Horus ni su padre, Osiris. En Luxor se venera a Amón, el señor de la guerra.

Amón pasó de ser un dios provincial a ser el dios principal de Egipto. En principio era llamado “el oculto” y simbolizaba al viento del desierto que todo lo quema y era representado por un hombre de piel rojiza (quemado por el viento ardiente) o un carnero. Se decía que nadie podía verlo pero todos podían sentirlo. Su culto era venerado en un templo cuyo santuario principal estaba restringido a los sumos sacerdotes. En las múltiples procesiones que se hacían a lo largo del año litúrgico, siempre iba oculto por cortinajes que impedían ver la imagen del dios. Sus cultos y rituales eran secretos.

Este hecho diferencial, propició el que una vez descubiertos los ritos de Horus por los extranjeros, el culto hermético de Amón pasara a formar parte de la religión principal de los faraones. Cualquiera podía saber los ritos de los demás dioses, incluso un bárbaro extranjero, sin embargo los de Amón habían permanecido intactos y secretos. Era como la única cosa que había escapado a la impureza y por tanto se consideró un signo de que era el verdadero culto. Por tanto, Amón no solo desplazó otros cultos que quedaron relegados a pequeños homenajes y festivales campesinos y locales, sino que condensó a otros dioses principales, como Rá-el Sol, Osiris y Horus, Ptah, etc.

Pero Ahmose era de la vieja escuela y a pesar de ser tebano, y de que su madre y su esposa/hermana estaban posiblemente influenciadas por los sacerdotes de Amón, quiso (o quisieron) que tuviera una pirámide. La pirámide es un símbolo asociado al culto del sol, es decir Rá, y la religión tebana no es muy dada a símbolos exteriores. El faraón, que al morir se convierte en el mismo dios (Amón) no puede tener un símbolo que indique claramente donde está enterrado. Hay que recordar que Amón es “el oculto”. Sin embargo, aunque no fue enterrado bajo la pirámide, sí se levantó una en su honor. Sobre una base de escombros se levantó la estructura exterior. Desde el principio se ve que los antiguos arquitectos/sacerdotes que habían creado desde hacía cientos de años las grandes pirámides que aun hoy podemos disfrutar, habían desaparecido con el culto a Horus y la tradicional religión egipcia. Los malditos hicsos habían arrasado el país culturalmente. Las caras de la pirámide eran, según las dos únicas hiladas que quedan gracias a estar enterradas, de 60º frente a los 51º de la de Keops. Esto la hace menos estable y como quedó demostrado, al poco de construirse se desmoronó el interior de escombros y la estructura exterior quedó dañada. Los sillares de caliza fueron usados en otras construcciones funerarias posteriores. Así, el destino de la que probablemente sea la última pirámide quedó en un montón de escombros de ladrillo y adobe casi antes de que desapareciera la propia dinastía que creó “el Gran Libertador”.

Los ahmosidas

 

En el año 1525 A.c. tomó las riendas del país del Nilo, el hijo de Ahmose. Amenofis I continuó la labor de reconstrucción de su padre y llegó a la segunda catarata, acorralando a los reyes nubios en el Sudán. Continuó así mismo la reconstrucción de templos, no solo de Amón (en cuyo honor llevaba su nombre), sino de otros dioses. Su esposa/hermana, Ahmose Meritatón, permanecía relegada a un segundo plano mientras la madre de ambos, Ahmose Nefertari, acompañaba en todo momento a su vástago como digna hija de la gran Ahhotep. La reina guerrera había enseñado perfectamente a su hija que con la muerte del faraón, el reino quedaba durante un tiempo en un estado crítico. No era momento de encerrarse a derramar lágrimas, para eso estaban las plañideras, era momento de mantener a raya a los nobles de escasa confianza y apoyarse en los más sumisos y en los fuertes pero leales. Continuar con la política mientras se preparaban las exequias del difunto rey. Al igual que de niño le acompañaba en sus primeros pasos en la vida, la reina madre debía acompañar a su hijo en los primeros pasos como rey para tener constancia de que su educación había dado buenos frutos.

Amenofis I era un devoto de Amón y por tanto los sacerdotes tebanos estaban de enhorabuena. Frente a la ciudad de Tebas, en el margen oeste del Nilo, existía un paraje que ya fue usado como cementerio real por el faraón de la XI Dinastía, Mentuhotep II. El magnífico templo situado en las laderas de las barrancadas montañas se erguía aun en pie. Mentuhotep II había sido, aparte del reunificador de las Dos Tierras, un reformador en cuanto a ritos funerarios. Su devoción por Montu, primitivo dios del que proviene Amón, y su origen tebano le conferían ese carácter guerrero y hermético que caracterizó siglos después a los libertadores del Imperio Nuevo. Con el fin de que los constructores de complejos funerarios no tuviesen un carácter temporal, sino que fuese un trabajo a tiempo total y bien remunerado, creó la ciudad de Set Maat “el lugar de la verdad” (Deir el-Medina). Reunió allí a los mejores artesanos y constructores, y les proporcionó una vida relajada y apartada de la que era la vida común de cualquier campesino o artesano egipcio. Tal fue el grado de satisfacción de los habitantes de la ciudad de los artesanos que divinizaron al faraón como su patrón, rindiéndole culto en la ciudad.

La pobre Ahmose Meritatón murió sin poder dar al faraón Amenofis ningún hijo que le sobreviviera a él. Así, cuando éste murió en 1504 A.c. le sucedió el que hubiera sido su yerno, pero se convirtió en cuñado, Tutmosis.

Tutmosis I se casó con una de las hermanas menores de Amenofis, llamada como su padre y como su madre, con el nombre de familia de la Dinastía, Ahmose. Sin embargo, la joven reina nunca llegó a ser importante ya que, a pesar de ser la única Esposa Real, nunca llegó a ser “Esposa del dios”, lo cual quiere decir que existía una hermana mayor o una tía que ya lo ostentaba, y que de ésta pasó a la hija de Tutmosis. El faraón inició una serie de campañas en Siria, Mitanni y Nubia, alcanzando la máxima extensión conocida hasta entonces. Cuando llegaron a Siria los soldados egipcios quedaron sorprendidos al contemplar un extraño río cuyas aguas iban hacia arriba. Se trataba del Eufrates, que discurre de norte a sur, al contrario que el Nilo. Su arquitecto, Ineni, tuvo el honor de ser el diseñador del Valle de los Reyes.

A Tutmosis I le sucedió en 1492 A.c. su hijo, también de nombre Tutmosis. Era hijo de una de las esposas secundarias, Mutnefer, y por tanto no tenía derecho al trono en principio. Esto se solucionó, como ya venía siendo habitual, casándose con la hija principal del faraón anterior, en este caso era su hermana Hatshepsut. Tutmosis II apenas tuvo relevancia, quizás nunca fue educado para ostentar el trono. Fue Ineni, que aparte de arquitecto era chaty de Tumosis I, es decir el mayordomo o senescal de palacio, el hombre más influyente después del propio faraón, quien para no dejar el trono en manos de cualquiera y que lo conseguido en los últimos años no se fuera a pique, lo unió a la princesa heredera y así lo legitimó en el trono. Sin embargo, Hatshepsut era orgullosa, no en vano era hija, nieta y bisnieta de las poderosísimas reinas tebanas de la dinastía. No le gustó demasiado la idea de Ineni. Ella quería gobernar, pero no como consorte. La corte era un redil de corderos y el pastor era Ineni. Hatshepsut sabía que no podía contar con nadie en palacio y por ello buscó donde sabía que ella y sus ascendientes eran respetados, el templo de Amón.

Ni corta ni perezosa se rodeó de fieles y adeptos de la casta sacerdotal. El principal era el sumo sacerdote Hapuseneb. Era además familia suya ya que su madre, de nombre Ahhotep, era de la casa real. Otro personaje importante era Senenmut, un militar que acompañó a Tutmosis I en sus campañas y que fue nombrado preceptor de la princesa. Por tanto a la muerte del faraón quedó como tutor y llegó a convertirse en mano derecha de Hatshepsut. Entre ambos lograron conformar un tejido protector alrededor de la reina y comenzaron a ir acumulando poderes, ya que el faraón Tutmosis II era un pusilánime y temían que llevara a Egipto de nuevo al fracaso.

 

Murió Tutmosis II sin que la Esposa Principal le diera heredero varón e Ineni se apresuró a nombrar al que había tenido con una de sus esposas secundarias, Isis. Pero Hatshepsut no iba a permitir que se le volviera a dar de lado. Como Tutmosis III era un jovencito de unos diez años, ella asumió la regencia y puso todos los impedimentos posibles para que no se celebrase, por mucho tiempo, el matrimonio sagrado con la princesa Neferura que legitimaría al hijo de la concubina. Hatshepsut se coronó a sí misma como faraón en presencia del propio Tutmosis. El joven poco podía hacer por evitarlo. Tenía escasos seguidores en palacio y sobre todo, lo que era más importante, en el Templo de Amón. No estaba casado con una princesa descendiente de las grandes reinas, ya que su tía le negaba el matrimonio con su hija. Firmaron un acuerdo tácito por el cual ella se encargaba de la política en tanto que él se dedicaría a lo militar. Mientras tanto la joven Neferura se criaba ajena a todo bajo el manto amoroso del que las malas lenguas decían que era su padre verdadero, Senenmut. La reina la nombró Esposa del dios aun estando soltera y la asoció a su trono como Heredera Única. Tal vez pretendía formar una dinastía de reinas.

A partir de entonces la reina asumió todos los títulos masculinos excepto el de “Toro Poderoso”. Se hacía representar como hombre e incluso se colocaba una barba postiza en público. Dio gran poder al clero de Amón, haciéndole donaciones de tierras y oro, en detrimento de otros dioses. A cambio, estos le ofrecieron una historia con la que la afianzaban como el monarca más poderoso que jamás había pisado Egipto. Le crearon una historia por la cual ella no era hija de Tutmosis I sino del mismísimo Amón, que una noche visitó a su madre y la dejó encinta. Se dotaba así de un carácter divino mayor que el de cualquier otro gobernante. Ella no sería una representación viva de un dios a la espera de morir para fundirse en uno con el dios. Ella era la hija de dios, y por ende, una diosa.

A la larga, la relación de Hatshepsut con el clero de Amón trajo la desgracia a su dinastía, pero ella gobernó con el máximo poder jamás imaginado. La reina promovió varios viajes por mar hacia el sur de Arabia en busca de la mirra de Punt, la tierra de la mítica Saba. También dio un gran empuje a construcciones tanto religiosas como civiles gracias a su arquitecto y posible amante Senenmut. El segundo gran sabio de la Historia, después de Imhotep y antes de Arquímedes, creó el más hermoso templo para su reina. El Dyeser-dyeseru (Sanctasanctórum) o “Templo del millón de años”. Una serie de tres terrazas columnadas que se adentraban en la ladera de la montaña. Dos largas rampas de ascenso a cada terraza, a cuyos lados se extendían bellos jardines. Una larga fila de esfinges con el rostro de la reina y una serie de estatuas de Osiris, con los rasgos de la faraón, hoy desparecidos por la furia que se desató contra ella a su muerte, remataban el monumento. La más bella obra jamás creada en Egipto y un adelanto de lo que sería la línea clásica que se desarrolló en Grecia siglos después. Mientras tanto, Senenmut se construía una cripta justo enfrente del templo de Hatshepsut. Un simple agujero de 97 metros de largo (denominada hoy tumba TT353) consistente en unas escaleras que se cortan por varias cámaras sencillas que sin embargo contienen una gran carga emocional. En las paredes puede verse a Senenmut con Hatshepsut en actitud cariñosa, e incluso hay algún graffiti en el que se ven en actitud más que cariñosa. El corredor pasa bajo el propio templo de la reina en una especie de intento de estar junto a ella incluso tras la muerte y existen dos puertas falsas esculpidas en ambos templos (se supone que estas puertas falsas eran por las que las almas de los muertos podían salir de sus tumbas) que tienen dos ojos de Horus tallados que se unen en una imaginaria línea que se trazase.

Por último, existe la teoría de que este sacerdote/arquitecto que reunió en su persona todos los cargos posibles como administrador y supervisor de todos los aspectos de la política interna del Imperio, fuese el mismísimo Moisés de la Biblia. Su nombre coincide tanto en lo etimológico como en su escritura (si lo ponemos al revés lo cual en egipcio no cambia el sentido). Sen Mut, hijo de las aguas y Moses, salido de las aguas. Sus orígenes son igualmente plebeyos y oscuros, Senenmut dice ser descendiente de un tal Ra-moses, un campesino “khabiru” (nombre con el que se denominaban a los cananeos) y Moisés de un esclavo hebreo. Ambos llegaron a lo más alto en la corte del farón y acapararon los mayores títulos. Ambos desaparecieron de repente sin dejar rastro. Moisés se marchó, según el Éxodo, al golpear y matar a un guardia egipcio que flagelaba a un anciano hebreo. Senenmut desapareció sobre el 1473 A.c. y su momia no ha sido aun identificada, quedando pues la incógnita de si murió en Egipto y está por aparecer algún dato que la identifique o si verdaderamente desapareció en vida y murió fuera del Imperio.

Al desaparecer Senenmut y fallecer la joven Neferura, Hatshepsut inició su declive. Un año más tarde dejaría todo su poder a su sobrino Tutmosis que ya era un gran militar. Siguió siendo considerada faraón hasta su muerte en 1468 A.c. pero ya nada sería igual. Aquejada de osteoporosis y con un grave absceso en la boca, falleció a los 22 años de reinado, de septicemia. Su grandeza fue borrada de la historia, no así la inmensa mayoría de su legado, por su sucesor o por los sacerdotes de Osiris en su nombre. Tutmosis III no quería que la familia de su tía quisiera deslegitimarle nuevamente. Quedaban atrás, suntuosos templos, viajes exóticos y campañas militares a Nubia y Gaza (comandadas por el propio sobrino) y sea abría la puerta a un gran faraón que será recordado como el “Napoleón egipcio”.

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