La pretensión de este blog no es ni más ni menos que traer la Historia a aquellos que no gustan de ella bien porque creen que es aburrida, porque se le hace un tostón una lista de nombres y fechas o porque sencillamente de pequeños tuvieron que soportar un profesor monótono y pesado que les hizo odiar esta asignatura. Quiero, con un lenguaje sencillo, de la calle y divertido, contar la Historia del mundo como si fuera una anecdota entre amigos o colegas sobre cosas que hubieran pasado en el barrio hace unos días. Es por eso que esto no es una Historia sino una "Histeria" Universal.

1 de abril de 2014

Europa, entre el cobre y el bronce.



Mientras en Egipto se sucedían las dinastías y comenzaban a dominar a pueblos de Mesopotamia, y en la zona griega se desarrollaban las Culturas del Egeo (Cicládico, Heládico y Minoico) y posteriormente la Civilización Micénica; en Europa habíamos dejado a los indoeuropeos entrando a saco en las llanuras danubianas, procedentes de la zona del Volga, lo que hoy es Ucrania. Traían consigo varias cosas: un nuevo animal domestico (el caballo) y carros de guerra, herramientas de metal (cobre, bronce) que eran más duras y ligeras que las de piedra pulimentada de los pueblos neolíticos que aun vivían en la vieja Europa, y un nuevo concepto de religión asociado a su carácter ganadero.

 

Los pueblos de los kurganes (enormes montículos artificiales bajo los que se enterraban) llegaron para modificar la pacífica vida de los agricultores neolíticos. El principal cambio fue en la economía. Los kurganes basaban su economía en el ganado y no en la agricultura, que solo era una explotación de subsistencia y que les apegaba muy poco a la tierra. Los grandes túmulos (Kurgan) estaban hechos de losas de piedra formando un túnel, que acababa en una cámara funeraria. Todo el conjunto era cubierto por una colina artificial. En el Kurgan se solía enterrar a un gran jefe, luego se iban metiendo también el resto de sus súbditos. El espíritu del jefe, desde lo alto, vigilaba gracias a la basta extensión que se domina desde allí, a todo el ganado de la tribu.

Los enterramientos de los agricultores neolíticos eran individuales, como mucho de un padre o una madre con un hijo, o una pareja. Pero los indoeuropeos gustaban de enterrarse en comunidad. Incluso cuando morían eran trasladados a muchos kilómetros en busca del Kurgan de la tribu.

 

Cuando estos pueblos entraron en contacto con las aldeas neolíticas, practicaron el comercio y el intercambio, pero no dudaron en aprovechar la ingenuidad de estos para apropiarse de sus recursos por la fuerza. Las aldeas estaban desprovistas de murallas y apenas una empalizada formaba el perímetro de los núcleos urbanos. Contra las armas de cobre de estos pastores guerreros nada podían las toscas armas de madera y piedra de los agricultores centroeuropeos.

No obstante, habría más contacto comercial que bélico. Las nuevas tecnologías venidas del este serían una originalidad entre los pueblos fronterizos, y poco a poco irían permeabilizando la barrera cultural con lo cual penetrarían los avances tecnológicos como bienes de lujo en las poblaciones más al norte y oeste.

 

En esta época no se puede hablar aun de pueblos o grupos raciales. Las distintas tribus compartían más bien una lengua y una forma de vivir y de morir. Por eso en vez de pueblos se les denomina “culturas”.

 

Una de las primeras culturas indoeuropeas que se adentraron en Europa fue la denominada – Yamna -. Los Yamna (3200 a.C a 2300 a. C.) era nómadas pastores cuya principal característica era la de enterrar a sus muertos bajo túmulos de tierra (kurganes), en un hoyo excavado en el suelo de la cámara sepulcral. Les colocaban boca arriba pero con las rodillas flexionadas sobre el abdomen y se les pintaba de ocre. Se enterraban en grupo. Se sabe que en los túmulos se hacia sacrificios humanos rituales.

 

El contacto de estos nómadas con los agricultores centroeuropeos produjo un cambio en ellos. Desde la margen norte del Danubio hasta las orillas del Mar Báltico y llegando hasta el Rhin, los pueblos que allí moraban desde finales del periodo glaciar vieron llegar nuevos objetos y nuevas creencias. Los Yamna no quisieron dejar las estepas ucranianas donde tenían su forma de vida y adentrarse en los entonces cálidos bosques centroeuropeos. Pero no así sus objetos y sus cultos. Los primitivos cazadores recolectores del Báltico y los agricultores de la vasta llanura fueron empapándose de las nuevas modas como hoy nos empapamos de las modas venidas de USA.

 

De esta relación surge en esa zona la “Cultura de la cerámica cordada” o de las hachas de guerra. Cultivaban cebada y trigo, criando caballos y vacas. Usaban grandes y pesados carros tirados por bueyes para transportar sus cosechas. En el Báltico la economía se basaba en productos del mar y el transporte marítimo. Se enterraban con ricos ajuares de vasos de cerámica decorados con imprimaciones de cuerdas y los hombres importantes con sus hachas de piedra pulimentada, al estilo de los pueblos guerreros kurganes. Los enterramientos son individuales bajo pequeños túmulos. A veces se aprovechaba el túmulo para enterrar a alguien sobre otro ya enterrado. Esta cultura fue evolucionando desde el 2900 a.C. cuando aún Europa se hallaba en el final del Neolítico, hasta la llegada del cobre, traído por los pueblos del este.

 

Entre tanto, en la Península Ibérica, iba a aparecer una nueva cultura que iba a revolucionar todo el occidente europeo. La Cultura del Vaso Campaniforme. Sus recipientes tenían la forma de una campana invertida y estaban decorados con motivos geométricos y grecas, hechas con un objeto punzante.

Desde el sudoeste peninsular, lugar donde se extraía el cobre en estado casi puro, las élites comienzan a comerciar con los primeros estados del Egeo. El cobre era intercambiado por objetos de gran estima para las grandes familias que gestionaban los yacimientos mineros. Las sociedades tribales del Neolítico se van estableciendo en pueblos asentados en el lugar donde viven.

Los “grandes hombres”, líderes a los que seguir en la búsqueda de alimento, se convierten en Jefes de las aldeas. Es necesario para ellos demostrar a otros pueblos que vienen a comerciar que ellos son los dueños de la tierra que pisan y que su presencia allí se remonta a sus antepasados. Los monumentos megalíticos se convierten en la base de la propiedad de esa tierra. Bajo ellos se enterraban los grandes propietarios y cuanto más grande y complejo, más riqueza y ostentación.

Si bien el megalitismo comenzó con simples menhires (piedras rectas y verticales, clavadas en la tierra) o en hileras alineamiento, también se colocaban formando círculos o crómlechs. Los más sofisticados son los henges de las islas británicas, que eran círculos concéntricos de enormes piedras. Los habitantes de la zona del Vaso Campaniforme construían unas estructuras en forma de cúbica, formado por tres enormes lajas verticales que hacían tres paredes contiguas y una que las cubría a modo de techo. Todo el conjunto se cubría de tierra formando una pequeña colina artificial. Dentro se depositaban los restos del jefe y su alrededor grandes cantidades de vasos con los productos que necesitaría en la otra vida.

El paso de los milenios ha dejado al descubierto las piedras y hoy formas esos conjuntos que llamamos dólmen. Los jefes más poderosos se hacían construir un túmulo gigantesco, a cuyo interior se accedía por una galería también hecha de piedras y techada. Uno de los mayores es la llamada cueva de Menga.

El vaso campaniforme fue extendiéndose desde su lugar de inicio hacia toda la península primero y luego por el arco atlántico hasta llegar a las Islas Británicas y la Península de Jutlandia en la actual Dinamarca. Todos los pueblos megalíticos fueron absorbiendo el uso del cobre y de los túmulos.

 

El comercio del cobre con los pueblos del Egeo pone a ambas culturas en contacto por mar y ambas se benefician. Sobre todo cuando llega el bronce al este mediterráneo. Era más fácil comerciar con los más primitivos europeos del oeste, que con los civilizados y avanzados pueblos de Mesopotamia y Egipto. También eran más peligrosos y belicosos, y las rutas estaban siempre en peligro de cambiar de bando. Además el cobre que se extraía desde la desembocadura del Tajo hasta la del Guadalquivir, y el estaño de Bretaña y Cornualles, eran de gran calidad, y más barato. Por su parte, los lujos y joyas de Egipto y Oriente eran muy apreciadas por los príncipes ganaderos europeos, así como las nuevas armas de bronce que traían los pueblos griegos.

 

El bronce supuso un avance en la economía y las culturas europeas evolucionaron, dejando atrás la piedra pulida para siempre. El ajuar funerario se engrandeció, y los grandes jefes tribales se fueron convirtiendo en auténticos príncipes que gobernaban sobre varias aldeas. Se hacían enterrar en túmulos aparte de sus convecinos.

 

Lógicamente, como intermediarios entre los pueblos del este y del oeste, Europa central se beneficiaba de todo lo que circulaba entre ambos extremos. Allá por el 2300 a. C., mientras el Imperio Antiguo agonizaba en Egipto, y una pertinaz sequía asolaba las fuentes del Nilo, los ganaderos y comerciantes de sal de roca formaron la Cultura de Únětice poniendo en contacto a los habitantes del Mediterráneo con los primitivos habitantes de Escandinavia, aun en el Neolítico. Entre tanto ellos compraban sus herramientas para extraer sal a los pueblos del Egeo y vasos en forma de campana a los pueblos de Iberia, hacían llegar el ámbar del norte a los ricos comerciantes de las islas griegas y les descubrían el metal a los norteños.

 

Es a partir de 1600 a. C., con la creación del reino hitita y su expansión por la península Anatolia, cuando comienza a decaer el comercio mediterráneo debido al abandono de los centros de comercio de Creta, la islas Cícladas y las ciudades de la Hélade griega. Los hititas ya empezaban a usar el hierro en sus armas y carros, forzando a otros pueblos también indoeuropeos a moverse. Uno de ellos, como hemos visto anteriormente, eran los aqueos (los primeros griegos helenos) que construyeron las grandes ciudades fortificadas como Micenas.

En el centro de Europa, los ganaderos de Únětice abandonan sus poblados en las tierras fértiles y se internan en los bosques. Rodean sus aldeas de fosos y empalizadas y se hacen enterrar bajo pequeños túmulos individuales. La llamada Cultura de los Túmulos se vuelve más pobre y huraña que sus antecesores, debido quizás al peligro de las incursiones de saqueadores de las estepas. En Europa el peligro siempre vino de las estepas del este. Aunque también, al menos en estos momentos iniciales, las innovaciones.

 

El bronce era el metal más preciado y moderno para los europeos de mediados del II milenio a. C., pero todo estaba a punto de cambiar a golpe de hierro.


3 de marzo de 2014

Dinastía XVIII. La herejía amarniense.



 

Estamos en el año 1360 a. C. aproximadamente. En Malkata, Amenofis III pasa sus últimos años. Le acompañan su esposa Tiy y sus hijos Amenofis y Sitamón. El anciano Amenhotep, hijo de Hapu, vela por ellos. Pero el gran arquitecto, escriba y político es demasiado mayor. El diseñador de, entre otras cosas, el gran complejo palaciego de Malkata, cumple ya la increíble cifra de 80 años cuando se le encarga que prepare las celebraciones del jubileo del faraón y su última acción fue el lograr que Amenofis se case con su hija Sitamón.

 

Sitamón era seguidora de Amón y era una manera de congraciar al faraón en sus últimos años con el poderoso clero. Era totalmente contraria a su hermano Amenofis. Este se crió bajo las faldas de su madre y Tiy le influyó enormemente sobre el culto a Atón. Poseían caracteres diferentes y encontrados. Sitamón tenía que ser la esposa de su hermano, sin embargo en una maniobra hábil, el anciano Amenhotep la salvó de semejante sufrimiento.

 

Aquella estratagema, sin embargo, no pasó desapercibida para la reina ni para el heredero. Debieron reprimir su rabia no obstante, hasta que el faraón muriese. No se sabe muy bien de quien partió la idea, ni quien fue su autor material, quizás la propia reina o el jovencísimo y astuto heredero. Lo cierto es que al año siguiente murió Amenhotep. Ciertamente era anciano, demasiado para la época. Pero el enorme movimiento que sacudió los rincones más oscuros de Malkata, aun cuando a nivel de superficie se le elevó a la categoría de dios (al estilo de Imhotep), da a entender que para algunos era necesario que desapareciera antes de que Sitamón pudiera quedar encinta. No se podía permitir que el posible hijo de la princesa destronase al extraño y raro Amenofis. No hay que olvidar que la reina confirma la descendencia del faraón y Tiy era plebeya y descendiente de extranjeros. Sitamón a pesar de ser su hija, llevaba la sangre del faraón y eso la hacía superior.

 

Unos años más tarde, en 1353, Amenofis III asocia al trono a su hijo. En realidad Amenofis IV no era el mayor. El verdadero heredero habría sido, hasta su pronta muerte, Tutmosis, hijo del faraón y de la princesa Giluhepa de Mitanni. La princesa/reina habría muerto ya y su hijo resultaba un molesto escollo para las pretensiones de Tiy. No se sabe si ambos murieron envenenados, pero es de suponer. Egipto se desentendió de Mitanni que, aunque le envió a otra princesa para “recordarle” su amistad, veía como la sombra hitita se cernía sobre ellos.

 

En el año siguiente muere el faraón Amenofis III. Su hijo gobierna Egipto en solitario, con la sombra de su madre sobre él. El nuevo faraón estaba casado con una hermosa princesa llamada Nefertiti. Tiy se las prometía felices, hasta que descubrió que había creado un monstruo. El joven Amenofis es un fanático religioso, y su esposa lo alienta aun más. Nefertiti, una dama extranjera cuyo nombre significa “la bella ha llegado”. Amenofis decide que en adelante solo se rendirá culto a un solo dios que personifica a todos los anteriores, Atón, el disco solar. En Tebas cunde el desconcierto primero, y luego la total oposición. Los poderosos sacerdotes de Amón, que habían salvado a la patria de los invasores extranjeros, veían su poder declinar en favor de aquel nuevo culto. La reina Tiy había sido un enemigo salvable. Su hijo, el nuevo faraón, no. Consiguieron poner a toda la nobleza en su contra, y el ciego y recalcitrante Amenofis no tuvo mejor idea que poner tierra de por medio, como había hecho su madre anteriormente. Pero su madre no era el faraón, y el faraón debía estar al frente de su pueblo, algo que le costó a Egipto mucho sufrimiento.

Amenofis decidió trasladar su corte fuera de Tebas. Eligió un remoto lugar en el desierto donde poder contemplar cada día la salida y la puesta de su adorado Atón. Y así creó Ajetatón.

En la ciudad del “Horizonte del Sol”, Amarna en árabe, vivió desde su cuarto año de reinado con su esposa e hijas. Un idilio a orillas del Nilo. Allí reunió a gran cantidad de comerciantes de todos los lugares conocidos y fue considerada la primera ciudad abierta de la Historia. Una Roma cosmopolita siglos antes de la fundación de ésta. Amenofis cambió su nombre y el de su esposa en honor a Atón. Akenatón y Neferneferuatón, respectivamente.

La reina fue dotada de los mayores poderes y considerada por primera vez con el mismo estatus que el propio faraón. Ni siquiera la poderosa Hatshepsut, un siglo antes, había conseguido tal honor. Se la representaba con los mismos atributos del faraón y a este en actitudes amorosas con ella y sus hijas.

El faraón Akenatón se volvió peligroso, y su propia madre se dio cuenta. Cansada de enfrentarse a su nuera, la poderosa mujer Faraón, regresa a Tebas donde residirá hasta su muerte en 1340 a. C. y volvió a acogerse al poderoso templo de Amón.

 

Para entonces ya se había roto todo vínculo entre la pareja Real y su pueblo. Akenatón se nombra uno solo con su esposa, es decir, son la misma persona, y como tal incluso la representación gráfica y escultórica da cierta ambigüedad a ambos cónyuges. Son la única vía entre el dios y los hombres y suprime al sacerdocio. Esto es algo inaudito y es lo que a la larga le atrae el odio intenso con que será vejado a su muerte. Sin embargo, en la base del culto a Atón está su final. No se preocupó de instaurar un culto privado y doméstico, sino solo a nivel público. La gente normal no sabía como rezarle al nuevo todopoderoso Atón. Se limitaba a acudir a los actos públicos, escasos y localizados de Amarna. Así, cuando el faraón murió, la vida religiosa regresó a su status quo anterior sin más problema. Solo fue una década que pasó sin pena ni gloria en el milenario Egipto.

 

La Biblia recoge la figura de Moisés, que para los egipcios sería un hereje traidor y para los pueblos orientales que venían a Amarna a mercadear, era un sacerdote afín a sus creencias monoteístas. La palabra Mses significa “engendrado” en egipcio, se colocaba detrás del nombre de un dios, y bien pudiera haberse tratado del Escriba Real y Comandante de las tropas del Señor de la Dos Tierras, Ramose o Ramses. Este personaje, un poderoso sacerdote desde los tiempos de Amenofis III, caería en desgracia cuando el faraón hereje muriera, y con él su heterodoxia. No es raro que siglos después (el libro del Éxodo se escribió en el siglo VII a. C. en época del rey Josías de Israel) se fundieran en un solo acto los dos posibles éxodos, el episodio de las plagas y el cruce del Mar Rojo cuando la expulsión de los hicsos, y el viaje por el desierto con Moisés al frente. A siglos vista todo venía bien para provocar el miedo a la esclavitud y el orgullo patrio, cuando se cernía sobre ellos el peligro egipcio de nuevo.

 

Hacía el 1340 a. C. (año 14 de su reinado) se produjo una grave epidemia de gripe o peste. Atacó por igual a personas y animales y se llevó por delante a la propia reina madre, Tiy, y a las hijas/esposas del faraón Meketatón, Setenpenrá y Neferurá. Quizás se trate de la plaga recogida en el libro hebreo, en el que murieron los hijos de primogénitos de Egipto. Efectivamente morirían otros aparte del primogénito, pero era este el privilegiado, el futuro de la familia, el tocado por los dioses. El resto era secundario.

 

Neferneferuatón (Nefertiti) cambia su nombre a uno masculino, Anjeperura Meryuaenra, “amado de Akhenatón”, haciendo ver que era un varón para gobernar como ya hizo Hatshepsut. El motivo podría ser la debilidad manifiesta del faraón o su desvinculación total con el poder.

Tal es así que Kiya, la primera esposa del rey, antes llamada Taduhepa y proveniente de Mitanni, desapareció de escena junto a su hijo Tutankatón.

 

Haciendo un alarde novelesco, tal vez pudiera ocurrir lo siguiente. La reina Kiya nunca fue nombrada esposa real, porque la sibilina Nefertiti lo impidió con sus artes. Además ya estaba casado con ambas cuando ascendió al trono, con lo cual Nefertiti se pudo adelantar en el escalafón sin ningún problema. Nefertiti solo tenía hijas y sin embargo Kiya le había dado un hijo. Era necesario alejarla de la corte si, como se temía, el faraón estaba con un pie en la tumba.

Y efectivamente, Akenatón muere en 1338 a. C. siendo sustituido por un no menos enigmático Semenejkara. Se especula que Semenejkara no es otro que Nefertiti con un nuevo cambio de nombre para esta vez sí, asumir todo el poder omnímodo y único en su persona.

Semenejkara se casa con su propia hija de manera simbólica. Hubo de hacerlo porque, si bien el linaje se traspasaba por línea femenina, como ocurriera anteriormente con Tiy, Nefertiti no era de sangre real ni siquiera egipcia. Así se unió en es mismo año a Meritatón.

 

Pero la fragilidad del trono en esos momentos era tal que la vida se tornaba difícil para la nueva “pareja”. El abandono del culto a los dioses que era garantía de la estabilidad económica del pueblo (la mayoría de templos era a su vez graneros que custodiaban los diezmos y repartían el grano de la siembra y el de alimentación en época de malas cosechas), el descuido de las fronteras y las relaciones con otros reinos como Mitanni cuando se cernía la nueva amenaza en el norte, los hititas.

Los sacerdotes, una vez muerto Akenatón y en poder del hijo del rey, el príncipe Tutankatón, comenzarían a presionar sobre la reina, que quizá en un intento de desvincularse del ya odiado y acabado culto a Atón, decidió ponerse el otro nombre del sol, Ra. Quizás ahí está la clave de Semenejkara, desvincularse del nombre anterior. Pero ya era tarde.

¿Querrían casarla con su hijastro “Tut”, perdiendo así el poder o directamente defenestrarla?

 

El extraño caso Dahamunzu

 

Antes de la muerte de Akenatón, su suegro Tusharatta de Mitanni le envía multitud de cartas de arcilla. Las llamadas “cartas de Amarna” fueron depositadas en un abandonado archivo real, para ser olvidadas. En algunas de ellas se puede leer el lamento desesperado del rey de Mitanni hacia el faraón, y a la madre de este (Tiy), en virtud de los lazos familiares que les unían. El rey hitita Shubiluliuma se lanzó sobre el reino hurrita y lo empujaba contra el Imperio Asirio, para destruirlo entre ambos. Antaño, el padre de Akenatón, había sido una fuerza equilibrante en la zona y los hurritas de Mitanni crecieron gracias al comercio en la zona, protegidos por Amenofis III. Pero, o bien Akenatón estaba a otras cosas, o Nefertiti le ocultó las desconsoladas cartas, al tiempo que desterraba a su hija Kiya y al joven Tutankatón.

Tusharatta al final pereció en 1350 a. C. asesinado por su hermano Artatama II, aliado de Asiria, y el hijo de este, Shuttarna III. Pero viendo que el estado de Mitanni se inclinaba hacia Asiria, Shubiluliuma tomó cartas en el asunto y colocó en el trono a Shattiwaza, hijo de Tusharatta y por tanto cuñado de Akenatón.

Mittani desaparecía de escena como la llama de una vela que se termina, ante la indiferencia de un faraón alejado del mundo y de la realidad.

A la muerte de Akenatón, con la posterior caída en desgracia de su misterioso heredero Semenejkara (Nefertiti masculinizada), sube al trono de Egipto un faraón que durante muchos años permaneció en el olvido y del cual apenas se sabía su nombre durante siglos, Tutankatón. Fue en 1336 a. C. cuando el clero de Amón desahució totalmente a la reina faraón. El hijo de la primera esposa de Akenatón se había salvado al ser un niño apocado y enfermo. La poderosa Nefertiti creyó que con tan solo alejarlo de la corte, la naturaleza haría el resto. Pero ella no tenía hijos a quienes nombrar, ni tampoco amigos ni fieles. En su afán por alejarse, a ella y su esposo, de todo contacto con el resto del mundo, se había quedado sola. Su poder se extinguió en su retiro en Ajetatón/Amarna.

 

A pesar de que el nuevo faraón continuó con la misma corte que llevara su padre, las cosas habían cambiado. El padre de Nefertiti, Ay, seguía siendo consejero real y el general en jefe de los ejércitos, Horemheb, continuaba en su puesto. Pero inmediatamente después de la coronación del rey niño (8 ó 9 años), se abandonó por completo Amarna y la corte de dirigió a Tebas, donde residía el nuevo monarca. Tutankatón se casó con su medio hermana Anjesenpatón para legitimar su corona y juntos cambiaron su nombre pasándose a llamar Anjesenamón y Tutankamón, el faraón más famoso de todos los tiempos, aunque no por meritos propios.

 

En realidad el niño apenas hizo nada en su reinado, más que hacer caso a los sacerdotes de Amón y devolver las cosas a como estaban antes. Esto ocurrió cuatro años después de su coronación.

A los diecinueve años (1327 a. C.), Tutankamón tuvo una caída del carro que le llevaba y fue arrollado. A su precaria salud (necesitaba usar bastón) se unió el accidente que le mató. Parece que en una carrera de carros, quizás preparándose para alguna campaña, ya que Horemheb estaba camino del Sinaí para retener a los hititas, hizo que el rey cayera y al pasarle por encima la rueda le aplastó el fémur, la cadera y algunas costillas perforándole quizás el corazón (este no ha sido encontrado en su momia).

Anjesenamón quedó viuda de pronto, con solo una hija habida con su padre de forma incestuosa (Anjesenamón Tasherit). Inmediatamente se puso en marcha la ceremonia de embalsamamiento y entierro, que al ser tan apresurada, provocó que el cuerpo de Tutankamón se quemara en parte.

Como el general Horemheb estaba de campaña, el consejero real, Ay, se adelantó y se hizo coronar faraón y no dudó en casarse con su nieta. La pobre Anjesenamón se sentía como moneda de cambio y se vio casada primero con su propio padre, luego con su hermanastro y ahora con su abuelo, el anciano y decrépito Ay. No tuvo otra mejor idea que pedir ayuda fuera.

El rey hitita Shubiluliuma era el único con poder fuera de Egipto que podría ayudarla. En el país del Nilo nadie la apoyaría. Sin hijo varón, a punto de ser casada ya otra vez con el nuevo faraón, ¿quién se atrevería a dar un golpe de estado, si ni se atrevieron cuando su padre destituyó a los poderosos sacerdotes de Amón que había expulsado a los aborrecibles hicsos?

 

Mi esposo ha muerto. No tengo ningún hijo varón, pero dicen que tú tienes muchos hijos. Si me das a uno de tus hijos, se convertirá en mi esposo. Jamás escogeré a uno de mi súbditos como esposo [...] Tengo miedo.

Así imploraba la pobre Anjesenamón, según todos los indicios, al rey hitita, su enemigo natural.

El hitita no creía lo que leía, ¡la posibilidad de que Egipto fuera un simple vasallo de Hatti! Aquello no podía ser cierto. De todas formas era necesario averiguar que había de cierto en aquello y qué de traición, y envió a espías a Tebas. Al contactar con la reina para averiguar la veracidad de la carta esta se indignó y envió una segunda misiva.

 

¿Por qué dijiste que te estaba engañando en este asunto? Si hubiera tenido un hijo varón, ¿acaso te habría escrito acerca de mi vergüenza y la de mi país a una tierra extraña? [...] Aquél que era mi esposo ha muerto, y no tengo hijos [...] No he escrito a ningún país más, sólo me dirijo a ti. Entrégame a uno de tus hijos: será un esposo para mí y un rey para Egipto.

 

Shubiluliuma se apresuró a enviar a su cuarto hijo, Zanannza, para desposarse con la reina viuda que ellos llamaban en su lengua, Dahamunzu.

O ya estaban los egipcios al tanto, o el movimiento del principe camino del Nilo hizo alertar al faraón, ya casado con la reina. El caso es que el principe no llegó a pisar arena egipcia, y fue asesinado en el camino, y la reina desapareció y jamás se volvió a hablar de ella.

 

Para siempre quedó como un misterio la verdadera identidad de la reina Dahamunzu, la traidora, o la desesperada mujer que se hartó de ser una muñeca rota en manos de los reyes, que de niña la habían llevado en su regazo.

 

Ay reinó durante cuatro años, y Horemheb se mantenía como un halcón sobre él ya que sabía que por su edad duraría poco. Esta vez no dejaría escapar la oportunidad ¿Acaso no era él el que tenía el autentico poder en las tierras que regaba el Nilo?