Meggido
“340 prisioneros
vivos y 83 manos. 2041 yeguas, 191 potros, 6 sementales. Un carro trabajado en
oro, su vara de oro, de este vil enemigo; un hermoso carro trabajado en oro del
príncipe de Meggido, 892 carros de su miserable ejercito; en total, 924 carros.
Una hermosa armadura de bronce perteneciente al príncipe de Meggido, 200
armaduras de su vil ejercito, 502 arcos, 7 varas de madera del enemigo,
trabajadas en plata. Además 1929 cabezas de ganado grandes, 2000 de ganado
pequeño y 20 mil ovejas”
En el año 1457 a.C. se produjo la primera batalla documentada
de la historia. En el templo de Amón en Karnak, el escriba Tjaneni dejó unos
jeroglíficos en los que describía con todo lujo de detalles, tanto de la
batalla en sí como del recuento de tropas y de bajas. La estela de Gebel
Barkal, otra del templo de Ptah de Karnak y otra más de Armant, también recogen
datos sobre esta batalla.
Egipto, por un lado, se enfrentó a una coalición de
ciudades-estado cananeas que se rebelaron contra su hegemonía.
Calendario
de la batalla:
-Día 10
del 4º mes de Peret
el
ejercito egipcio sale de Memfis.
-Día 4 del
1er mes de Shemu (24 dias después)
llegada a
Gaza
-Día 9 del
1er mes de Shemu
salida de
Gaza
-Día 16
del 1er mes de Shemu
llegada a
Yehem y reunión del consejo para elegir la ruta
-Día 19
del 1er mes de Shemu
Entrada al
desfiladero de Aruna rumbo a Megiddo
-Día 21
del 1er mes de Shemu (41 días después de salir de Memfis)
batalla de
Megiddo
-Siete
meses después
capitulación.
Tutmosis tuvo que enfrentarse desde el comienzo de su reinado
con la rebeldía de las ciudades cananeas que quisieron desembarazarse del yugo
egipcio. Los cananeos buscaron la alianza con Mitanni, que se extendía más al
norte, y formaron una alianza. El rey de la ciudad de Qadesh, fronteriza con el
Imperio Egipcio, se erigió como líder de esta coalición. Desde su ciudad
enviaba tropas para hostigar los puestos fronterizos egipcios y saquear las
caravanas procedentes del Sinaí. El flamante faraón, Tutmosis III, reunió un
inmenso ejercito de 10 mil efectivos entre carros de guerra e infantes. La
columna formaría varios kilómetros de largo, según las fuentes.
El propio faraón comandó sus ejércitos contra el rey Durusha de
Qadesh. Las fuerzas de ambos comandantes eran similares.
La
ausencia de campañas de la reina Hatshepsut anima a los cananeos, encabezados
por el rey de Qadesh y ayudados por Mitanni, a iniciar una revuelta en
Palestina. La muerte de la reina da el pistoletazo de salida a dicha revuelta.
El sucesor, Tutmosis III, un joven de 22 años se entera dos meses después.
Inmediatamente y sin reparar en que las cosechas están a punto de ser
recogidas, decide emprender una acción de castigo contra los rebeldes. En
Menfis está acuartelada la División Re y ocho días más tarde se reúne con ella
la división Amón, con base en Tebas.
Dos
semanas más tarde llegan las tropas a Tjaru, la última fortaleza al este de
Egipto, a 6 Km. de la actual Al-Qantarah, en el Canal de Suez. Las tropas
repartidas por Palestina se repliegan hacia la ciudad fortaleza de Sharuen,
cerca de Gaza, para no quedar aisladas en terreno ya considerado enemigo. Estas
tropas se unen al grueso del ejercito de Tutmosis III que pasa por allí camino
de Gaza. En cubrir los 190 Km. entre Tjaru y Gaza se emplearán 10 días. Esto
supone que el ejercito egipcio marchaba muy lento, a una media de 19 Km. al
día, es decir 4 horas de lenta caminata. Pero aun fue más lento el camino entre
Gaza y Yehem, debido a que se acercaban al enemigo y el faraón decidiría enviar
continuamente observadores para saber el terreno que pisaba.
Yehem está
a 40 Km. de Megiddo y allí estaba el rey de Qadesh, Durusha, esperando a
recoger la cosecha del Valle de Jezreel para alimentar a sus tropas y lanzarse
hacia la conquista del Sinaí. Seguramente ambos contendientes conocían la
posición del otro. Frente a Yehem estaba el Desfiladero de Wadi Ara, un
estrecho corredor de 15 Km. de longitud y en su punto más estrecho solo tenia 9
mts. de anchura. Araruna era la ciudad que daba paso al Desfiladero. Al otro
lado, Megiddo.
El faraón
se reúne en Yehem con sus generales para escuchar sus ideas y consejos. Los
generales le exponen que hay dos caminos por los que podrían llegar a Megiddo.
El primero, por el sur, vía Taanach rodeando el macizo del Carmelo. El otro,
más largo, al norte del Carmelo vía Dyefti y Yokneam. Sin embargo hay una
tercera vía.
El propio
desfiladero de Wadi Ara. Tímidamente, los generales irían exponiendo al joven
faraón la locura de cruzar ese estrecho pasaje.
“Habría
que hacer pasar al ejercito en una delgada fila como se pasa un hilo por el ojo
de una aguja. Se tardaría todo un día para cubrir todo el valle. Cuando ya la
vanguardia asomara por el otro extremo del desfiladero, retaguardia aun ni
siquiera habría entrado en él”.
Quizás el
faraón tuviese más confianza en algún loco estratega o fuese su propia
iniciativa, el caso es que decidió que esa seria la vía de acceso elegida.
Sorprendería por tanto a las tropas cananeas que esperaban al sur de la entrada
de Wadi Ara, en Taanach.
Sobre el
medio día emergieron las primeras tropas del Faraón por el angosto desfiladero
y fueron formando un cerco para proteger a las que continuaban saliendo como el
agua de un odre roto. Se tardaron siete horas en pasar todo el ejército por la
rendija. Esa noche los egipcios acamparon al sur de Megiddo, separados de la
ciudad por el río Kina.
(imagen cortesía de El oráculo del Trísquel)
Megiddo es
una ciudadela rodeada de altas murallas que se asienta sobre una meseta
artificial. Frente a ella se extiende otra meseta más grande que la circunda
parcialmente.
La ciudad
estaba habitada desde el 7 mil a.C. sin interrupción y estaba perfectamente
ubicada en el camino que debían seguir las caravanas que querían para de Siria
a Egipto y en busca del mar.
La
sorpresa que se llevaron los cananeos fue tremenda. Ellos que esperaban desde
hacía dias a que aparecieran por Taanach, lugar elegido como el más propicio
para rodear el macizo por ser el más corto y fácil, ellos que habrán preparado
el terreno y habrían elegido donde poner sus fuerzas para tener ventaja sobre
los egipcios, tuvieron que salir pitando hacia el norte de nuevo, aprovechando
que el Faraón tenía que esperar a que todo su ejército cruzase el desfiladero.
Quizás debieron arriesgarse y atacar cuando aún estaban en superioridad
numérica, pero por alguna razón, quizás esperando que un segundo ejército
hubiese tomado la ruta del norte y se lanzase sobre la ciudad desprotegida o
sobre su espalda, decidieron tomar posiciones frente a Megiddo, en la explanada
que se abría frente a las puertas de la ciudad. ¿Quién iba a pensar que alguien
estaría tan loco, quién podría pensar en que aquel jovencísimo Faraón sería tan
buen estratega, como para meter a todos sus hombres por aquel pasillo ridículo?
Tutmosis
deja descansar a su gente después de la caminata y porqué no, que aplacaran sus
nervios. Seguramente el caminar varios kilómetros entre dos altas paredes
pensando que de un momento a otro se les vendría todo encima y se convertiría
en su tumba sin tener la oportunidad siquiera de defenderse, sería un fuerte
estrés para un soldado por muy curtido que estuviere.
Los
cananeos por su parte bastante tenían con tratar de reponerse de la sorpresa y
montar el campamento y las defensas frente a Megiddo.
Pero a la
mañana siguiente Tutmosis hace que todo el ejército egipcio atraviese el Kina y
forme en tres grupos frente a la ciudad. Situados al oeste y con dos alas, una
al norte y otra más al sur, rodeaban como un creciente la meseta de Megiddo. Al
este, la fuerte y escarpada pendiente que servía de defensa natural a la ciudad,
impedía la retirada rápida del ejército cananeo.
Los reyes rebeldes se
reorganizaron dentro de la ciudad y ayudaron a los que aun huían del campo de
batalla a escalar las murallas, pues las puertas fueron cerradas a cal y canto.
Como los egipcios quedaron saqueando el abandonado campamento cananeo,
perdieron la oportunidad de conquistar la ciudad y tuvieron que sitiarla. Siete
meses tardaron en tomarla y aunque el rey de Qadesh huyó, consiguieron un gran
botín y esclavos. Varias ciudades más sucumbieron en el final de la campaña
aumentando el poder y las riquezas de Tutmosis.
Como era costumbre, el faraón tomó como rehenes a los hijos de
los reyes conquistados y los educó a la manera egipcia para luego devolverlos a
sus países y tenerlos como aliados y vasallos. Después de Meggido, Tutmosis
continuó con campañas anuales sobre Canaán y Siria para expandir el poder
egipcio sobre el norte de Mesopotamia.
Análisis de la batalla
La valentía y astucia de Tutmosis le llevó de forma segura
aunque arriesgada hasta el lugar donde su enemigo le esperaba. El rey de Qadesh
efectivamente les esperaba, pero no por donde él apareció ni cuando apareció.
Se levantó de buena mañana y alguien le comunicó que había un montón de
egipcios preparados para darles la paliza de su vida. Se le atragantaría el
desayuno seguro. Tanto fue así que corrieron como conejos a encerrarse en casa
dejando fuera hasta las zapatillas. Cuando el rey entró y cerró la puerta, el
resto de su ejercito se las tuvo que apañar arañando las murallas para meterse
dentro. Los egipcios mientras tanto se dedicaron a revolver el campamento como
marujas de mercadillo quedándose con todo lo que encontraron. Perdieron el
tiempo entretenidos en, si esto me queda bien o aquella oveja es mía, y
tuvieron que quedarse en la puerta a esperar que el rey Durusha asomara el
hocico. Cuando abrieron las puertas habría dentro de todo menos mesa puesta, y
del rey ni rastro. Tutmosis se tiró un órdago y lo ganó. También se podría
haber equivocado y que el rey cananeo se hubiera olido la jugada y le hubiera
esperado en la entrada del desfiladero, con lo que seguramente hoy habría en el
cañón de Aruna un importante yacimiento de huesos y puntas de flecha, y un
faraón más, perdido en las arenas del tiempo.
Tutmosis III extendió su poder desde el Eufrates hasta el valle
de Napata en la 4ª catarata del Nilo. Dos años antes de su muerte en 1425 a.C.
el faraón asoció al trono a su hijo Amenofis. Éste era hijo de la esposa
principal, Meritra, que en vida de Hatshepsut llevó también este nombre como
consideración hacia la reina, pero una vez muerta ésta y caída en desgracia su
memoria, se lo quitó. Tutmosis no nombró a Meritra “Esposa del dios” ni ningún
otro título religioso o político y solo fue conocida como “Madre del rey”.
Tutmosis no quería dar poder a las mujeres de palacio habida cuenta de como fue
tratado en su juventud por su tía.
El poder de Amón en un brete
Amenofis II tomó el trono, en el que su propio padre le había
subido dos años antes, y nombró a su madre, Meritra, “Esposa del dios” y “Madre
del rey”, títulos que debía haber usado en vida de su esposo. Sin embargo, este
hecho provocó que a su vez la esposa de Amenofis, Tiaa, no lo ostentara.
Amenofis tuvo fama de poca capacidad como gobernante, cosa que pudo hacer que
los reyes cananeos creyeran que ahora sí podían desembarazarse de una vez de
los egipcios. Gran error, como no tardaron en comprobar. En varias campañas
pacificó el territorio sirio y trajo consigo a varios príncipes a los que no
dudó en colgar del templo de Karnak como escarnio y advertencia. “El atleta”,
como era conocido, se despreocupó de tal modo que se dedicó a cazar mientras
regresaba a Egipto. Se dedicó también a la cacería humana y trajo como botín a
cientos de apiru o habiru, antiguos hebreos, a los que puso a trabajar en la construcción
de templos. Quizás fueron estos los hebreos de la Biblia que trabajaban en
condiciones infrahumanas, a las que vino a rescatar Moisés. Capturó también a
un mensajero de Mitanni al que se cree, ya que la carta no se ha encontrado,
que se le confiscó un mensaje destinado a los reyes cananeos para que se
levantaran contra Egipto. Mitanni quería ocupar el puesto de Amenofis en la
región.
Tiaa, la esposa secundaria de Amenofis, fue nombrada con los
títulos que no ostentó en vida de su marido cuando accedió al trono su hijo
Tutmosis en 1400 a.C.
El joven Tutmosis IV accedió a un trono de las Dos Tierras
cuando no tenía posibilidad alguna para hacerlo. Sin embargo sus hermanos
principales habían muerto cuando su padre se reunió con Horus en la barca solar.
Así nuevamente, el hijo de una esposa sin renombre fue nombrado faraón. No
obstante, como era habitual, hubo de casarse con alguna de sus hermanas
principales. Mutemuia, Iaret y Nefertari se convirtieron en las garantes del
deseo de los dioses de que Tutmosis fuera el rey. Pero no quedaba ahí la cosa,
era necesario que los sacerdotes del templo refrendaran ese derecho. Consciente
del inmenso poder que tenían los sacerdotes de Amón en Karnak, Tebas, el nuevo
faraón comunicó a sus súbditos que el dios-sol Ra le había anunciado que sería
ungido rey si desenterraba la Gran Esfinge de Giza, olvidada en las arenas del
desierto. Se desvinculó así del clero de Amón, que había ido acumulando
riquezas y prebendas desde la época de la Guerra de Liberación.
El faraón estaba casado antes de ser nombrado rey, con la
princesa siria o hurrita Mutemuia. Esta boda fue fruto de las alianzas
matrimoniales iniciadas por su padre Amenofis y por el rey Artatama I de
Mitanni para mantener la paz en el norte de Siria. Los hurritas de Mitanni
estaban cada vez más presionados por los hititas y los sirios que querían
eliminarlos del plano de Oriente Medio. La alianza con Egipto era necesaria
para aliviar la tensión en sus fronteras.
Tutmosis IV vivió en paz en sus fronteras, y murió bastante
joven. Sus hermanas-esposas Iaret y Nefertari, solo le dieron hijas y por
tanto, de nuevo, el menos previsto fue el que le sucedió. El hijo que tuvo con
Mutemuia, nacido antes de que le nombraran faraón, personaje insignificante
descendiente de un personaje insignificante, fue coronado como Amenofis III
cuando solo contaba doce años.
Amenofis tuvo un largo reinado de 39 años en los que vivió como un
autentico sultán. Las fronteras estaban en paz desde su abuelo Amenofis II y
todos le pagaban tributos. Su principal divertimento era cazar y pasear. Le
encantaban las mujeres y convirtió su casa en una autentico harén, alimentado
cada año con princesas enviadas por todos los reinos vecinos. De la numerosa
corte de esposas que le acompañaba, solo tres llegaron a ostentar el título de
“Esposa Real”.
La princesa hurrita Giluhepa, hija del difunto rey de Mitanni,
Shuttarna II, fue enviada a Egipto por su hermano, el actual rey Tushratta. Era
un don remitido al nuevo faraón como regalo y ofrenda de amistad mutua.
Amenofis III y Tushratta se trataban de hermanos en las cartas que se enviaban.
Los hititas tendrían mucho cuidado de enfrentarse ahora con el rico rey de
Mitanni. Cuando Giluhepa llegó a Tebas con toda una corte de sirvientes fue
nombrada inmediatamente “Esposa Real” y se fue a vivir con la que ya era “Gran
Esposa” del faraón, Tiy, de la que hablaré más adelante. Giluhepa desapareció
entre las damas del harén y su historia se desvanece. Posiblemente cambió de
nombre o murió de enfermedad al poco de llegar a Tebas. Mientras tanto, más
allá del desierto, su hermano Tushratta se preocupaba. No por la suerte de su
querida hermana, sino más bien por la suerte del tratado de amistad entre él y
Amenofis. Pero desde el país del Nilo no llegaban noticias. Había un niño en la
corte, que era príncipe, pero no era hijo de la reina Tiy. Su nombre, Tutmosis,
da una pista de que pudiera ser hijo de Giluhepa, ya que ese nombre era elegido
para los niños nacidos de la segunda esposa de esta dinastía Por desgracia Tutmosis
que hubiera reinado como el V de su nombre, no sobrevivió a su anciano padre.
El rey de Mitanni no se daba por vencido y si de Egipto no le
llegaban noticias, tomaría cartas en el asunto. Para eso tenía una hija,
Taduhepa, a la que envió como regalo a Faraón en cuanto tuvo edad de casarse.
Amenofis en cambio tenía ya demasiadas esposas y concubinas y no tomó aquel
regalo como algo importante, quedando la princesa como una de las múltiples
esposas secundarias.
Mientras el faraón se divertía en Tebas, la que en realidad
gobernaba Egipto era de nuevo una mujer, Tiy. La “Gran Esposa Real”, la “Madre
del rey”, era de origen noble. Su padre, Yuya, era el comandante de los carros
de combate de Egipto, y era por tanto de origen asiático. Su vida alcanzó tan
altas cotas de poder gracias a su suegra, Mutemuia. La madre del faraón, al ser
no solo secundaria sino además extranjera y asiática, debió recibir muy mal
trato por parte de las otras esposas reales, hermanas de su marido Tutmosis.
Como las principales no dieron hijos varones al faraón y ella sí, a la muerte
del rey se cobró venganza. Lo primero que hizo fue evitar que su hijo tomara
esposas entre sus hermanas egipcias.
Posiblemente Mutemuia se dio cuenta de que una tras otra, las
esposas de Tutmosis solo le daban hijas, y con solo diez años casó al pequeño
Amenofis con Tiy que contaba solo ocho. La salud de Tutmosis no debió ser muy
buena porque dos años después murió y dejó a Mutemuia como dueña de los
destinos de Egipto. Mutemuia se encargó de adiestrar, tanto a su hijo como a su
nuera, niños aun, para que uno y otra estuvieran siempre unidos y Amenofis
dependía totalmente de su esposa. Tiy no era bien vista por los sacerdotes de
Amón, una descendiente de aquellos que tuvieron a Egipto en un puño durante un siglo,
y por ello sabiamente se mantuvo en un segundo plano. De todas formas su suegra
le supo inculcar que lo que no debía hacer en público bien podía hacerlo en los
aposentos reales. Era en las habitaciones reales donde el pobre Amenofis se
dejaba aconsejar por su esposa, sabida la debilidad por el sexo femenino de su
esposo, sabría que encantos dedicarle.
Entre los sacerdotes de Amón, que ya con su padre dejaron de
recibir tantas dádivas, y la reina Tiy se encontraba, a modo de intermediario,
el escriba y arquitecto Amenhotep (llamado hijo de Hapu). La reina seguía el
culto a Atón, el disco solar, y Amenhotep trató de suavizar las diferencias
creando una deidad mixta que pasó a llamarse Amón-Ra. Esto no arregló nada ya
que los sacerdotes de Amón acapararon el culto y volvieron a distanciarse de la
reina Tiy. Amenhotep ideó una nueva estrategia, alejar a Tiy de Tebas. Pero claro,
era la “Esposa del Dios”, donde enviarla que no la ofendiera ni a ella ni al
faraón. Justo frente a Tebas, al otro lado del río, Amenhotep levantó un
suntuoso palacio, Malkata.
Con un inmenso lago en el centro, alimentado a través de
canales por las aguas del Nilo, el
palacio era vergel. Comenzado a construirse hacia 1379 a.C. en adobe y ladrillo
fue habitado por la familia real alrededor de 1361 a.C. Lo que en principio fue
un lugar para el alejamiento de la incómoda Tiy resultó ser el lugar de retiro
y solaz del faraón, que dejaba pasar sus días cazando y navegando por los
canales de Malkata. Sin embargo, la reina Tiy, desde ese retiro contaba con
muchos aliados en la corte y seguía rigiendo los destinos de las Dos Tierras. Y
tenía algo aún más importante, al heredero del Faraón, al que estaba educando
en el culto a Atón, alejándolo de los poderosos sacerdotes, cubiertos con piel
de leopardo, del templo de Karnak.