La pretensión de este blog no es ni más ni menos que traer la Historia a aquellos que no gustan de ella bien porque creen que es aburrida, porque se le hace un tostón una lista de nombres y fechas o porque sencillamente de pequeños tuvieron que soportar un profesor monótono y pesado que les hizo odiar esta asignatura. Quiero, con un lenguaje sencillo, de la calle y divertido, contar la Historia del mundo como si fuera una anecdota entre amigos o colegas sobre cosas que hubieran pasado en el barrio hace unos días. Es por eso que esto no es una Historia sino una "Histeria" Universal.

11 de agosto de 2010

El nacimiento de Grecia


Quien haya tenido la suerte (no es mi caso) de hacer un crucero por el Mediterráneo, seguramente haya hecho escala en las islas Cícladas. ¿Qué no os suenan? Mikonos, Paros, Milo, Sifnos, Amorgos, Tinos, Serifos y Santorini. Ahora sí ¿verdad?


Desde el V Milenio existía un profundo comercio entre la península turca y la griega. Saltando de isla en isla llegó primero la domesticación de animales de granja y luego la agricultura. A lo largo del III Milenio se desarrolló en estas islas una cultura basada en la pesca del atún y el comercio por todo el Mediterráneo. Se denomina ‘Periodo Cicládico’. Conocían ya el bronce. Eran una cultura pacifica, tanto es así que las ciudades carecían de murallas. Se conoce muy poco de estas gentes, pero lo más significativo es su arte escultórico. Figuras sentadas o de pie, con caras sin rostro, narices grandes y rectas, y con la faz elevada como mirando a lo alto. Sus brazos casi siempre cruzados sobre el abdomen si no están haciendo alguna actividad. Las islas tenían pocos habitantes, unos pocos miles por isla. Vivian en ciudades pequeñas de casas rectangulares con dos habitaciones o en casas aisladas. Se hacían enterrar en tumbas de escasa profundidad de forma cuadrada con paredes y cubierta de grandes lascas de piedra toscamente labradas, tumbado sobre el lado derecho y en posición fetal. Los ricos con un ajuar nuevo con las cosas que el difunto necesitaría en la otra vida y los más pobres con cerámicas de segunda mano, es decir ya usadas. Creían en una diosa terrena, la Gran Madre, a la que le ofrecían animales y figurillas que quemaban en grandes hogueras y luego los restos quemados los metían en vasijas y las enterraban junto a grandes rocas naturales que ellos creían eran parte de esa diosa que sobresalía de la tierra.




Mientras tanto, en la península griega se desarrolla un periodo cultural paralelo que se ha llamado Heládico. Las ciudades tampoco tenían murallas y normalmente tenían una gran construcción rectangular que servia de almacén y que era regentado por una familia que debía ser la que mantenía el poder político y religioso de cada territorio. Conocían también el bronce debido al comercio con las islas y ellos les ofrecían el producto de la vid y el olivo. Seguramente que uniendo el atún que pescaban con el aceite que producían en el continente y el vino, las tabernas de la época se parecerían mucho a las de hoy, hasta con las aceitunas en platitos.



Algo más al sur y a medio camino entre Grecia y Egipto se encuentra una isla, Creta. Larga y estrecha, de costa recortada y escarpada tiene en su pequeña superficie altas cumbres de más de 2500 metros y casi toda ella es una serie de mesetas de casi 200 metros sobre el nivel del mar. Una columna vertebral formada por tres cordilleras dividen climáticamente el norte y el sur siendo este último más seco al estar más expuesto a los rayos del sol mediterráneo. Allí, entre cipreses y mirtos, olivos y hierbas aromáticas, floreció una cultura que seria una de las primeras, si no la primera, gran civilización europea. Me refiero a la cultura Minóica. Es curioso el porqué de ese nombre y es que cuando se descubrió el gran palacio de la ciudad de Cnosos que al estar construido de forma intrincada, se creyó que ese debía ser el laberinto del mítico rey Minos. Comenzaron su expansión marítima comerciando con Egipto para comprar estaño, imprescindible para fabricar bronce y que era inexistente en Creta. Vivian aun en pequeñas ciudades sin fortificar con casas de piedra y adobe. Se enterraban en fosas comunes cerradas con una bóveda de ladrillo y cubiertas de tierra.



Ya en la península de Anatolia (Turquía), se desarrolla una cultura también pre-griega, llamada Troade, que basaba su economía en la explotación del paso de comerciantes desde el Mar Negro hasta el Mediterráneo a través del estrecho del Helesponto que une o separa Europa de Asia. Su ciudad principal era Troya. A diferencia de las ciudades cicládicas, heládicas o minóicas, Troya sí estaba defendida por una gruesa muralla y unas puertas enormes, así como una construcción llamada megaron. Era el palacio del gobernante o rey. Una sola habitación sin ventanas con cuatro columnas en su interior que enmarcaban una hoguera y sostenían un tejado abierto en el centro por donde entraba la luz y escapaba el humo. En esas columnas se colgaban las armas y trofeos y los instrumentos de los cantores de gestas y mitos. Se abría al patio por una puerta y un porche sostenido por dos columnas. Del megaron proviene el templo griego.



El paraíso se acaba



De repente, sobre el 2200 a. C. llegaron desde los Balcanes los primeros indoeuropeos con sus caballos y ganados sembrando la destrucción y el fuego en aquellas ciudades que no se plegaban a su conquista. La Grecia continental y las Cícladas a partir de entonces sufren un receso cultural, las ciudades se amurallan y hay indicios de incendios provocados seguro por guerras entre los pobladores autóctonos y aquellos que llegados del norte vagaban por los caminos y llanuras. La cerámica y la producción tanto metalúrgica como de orfebrería se colapsó. Se fastidió el invento en resumidas cuentas cuando llegaron los bárbaros a caballo.


Parece ser que no todos sufrieron sino que algunos, los cretenses minóicos, se aprovecharon. Quizás porque los recién llegados no entendían muy bien de navegación y en eso los cretenses no solo les llevaban ventaja sino que tal vez sus flotas les mantenían a raya, el caso es que no llegaron a la isla. Ellos quedaron como único puente entre Grecia, Turquía y Egipto, manteniendo el comercio y enriqueciéndose. Fue en esta época cuando comenzaron a construirse los grandes palacios minóicos. Una prueba de la tranquilidad que seguía reinando en Creta es que las ciudades crecieron y seguían sin amurallarse. Los palacios son villas enormes donde vivía la familia real y sus administradores y sirvientes. Estos reyes eran en realidad importantes comerciantes que habían reunido el poder político y religioso de la comunidad gracias a sus flotas y dinero. El palacio giraba en torno a un patio amplio alrededor del cual se distribuían multitud de habitaciones destinadas a viviendas, talleres, almacenes, cocinas y salones de ocio que se iban disponiendo de manera caótica y en varios pisos siguiendo la línea del terreno tal y como se ven hoy algunos complejos turísticos en la costa encaramados al paisaje. Tenían sistemas de canalización y evacuación de agua y sistemas de refrigeración e iluminación. Gruesas paredes pintadas con frescos, porches de gruesas y bajas columnas pintadas de rojo y frescos techos de tejas de terracota que hacían agradable la vida en ellos. Cerca de allí estaban las aldeas de los agricultores y ganaderos con viviendas de una sola habitación y callejuelas serpenteantes.



Todo fue a pedir de boca para los minóicos que se fueron haciendo de oro gracias al comercio. Más todavía cuando sobre el 1700 a.C. empezaron a llegar desde los Balcanes un nuevo grupo de indoeuropeos. La invasión esta vez fue pacífica quizás por que aún recordaban la anterior o porque los recién llegados no encontraron ciudades que les apeteciera quemar o destruir. En aquel entonces la Grecia continental estaba muy despoblada y cultural y económicamente muy empobrecida.


Los nuevos vecinos que se fueron a asentar en Grecia eran los primeros griegos propiamente dichos, los aqueos. Los griegos eran buenos vecinos de los minóicos cretenses, mejor que los pobres pastores y agricultores que hasta entonces habían habitado las montañosas tierras de la península. El futuro para los minóicos se veía de color rosa. Es entonces cuando se genera el mito del rey Minos.



El laberinto del Minotauro



En Cnosos, la más importante ciudad de Creta vivia un rey llamado Minos. Su mujer Pasifae se enamoró de un toro y quedó preñada por él. De esa unión nació un monstruo mitad hombre mitad toro. Minos ordenó a su arquitecto Dédalo que construyera un laberinto donde encerrarlo pues se alimentaba de carne humana. Debido a una disputa con los griegos se inició una guerra. Para acabarla, los griegos aceptaron la humillante paz a cambio de entregar anualmente siete jóvenes y siete doncellas para servir de alimento al Minotauro. Ese tributo acabaría cuando alguno escapase del laberinto. Teseo, único hijo de Egeo rey de los griegos, fue a Cnosos a acabar con el Minotauro. Una vez allí, la hija de Minos se enamora de Teseo. Ariadna deja en la entrada del laberinto una pequeña espada, un escudo bruñido y su largo cinturón de lana. Por la noche, antes de que se cumpliera la pena impuesta le cuenta su plan. Al día siguiente Teseo se adentra en el laberinto y recoge espada y escudo, luego ata un extremo del cordón a la puerta y va desenrollando el resto del cinturón, mientras busca al monstruo. Al volver una esquina se encuentra con el bicho. Para protegerse, Teseo levanta el escudo instintivamente y el Minotauro se ve reflejado. Como nunca se había visto en un espejo, Minotauro se queda embobado mirándose, cosa que Teseo aprovecha para meterle en el cuello un tajo con la espadita dejando a la bestia en un charco de sangre. El siguiente problema era salir del laberinto, pero siguiendo el plan de Ariadna, volvió a enrollar el cinturón y llegó a la salida.



Este mito explica el poder que tenia Creta sobre Grecia. El laberinto seria el propio palacio de Cnosos visto por los griegos y el Minotauro quizás se base en los juegos taurinos que celebraban. Los cretenses eran muy aficionados a saltar los toros, los grandes uros de largos cuernos y gran ferocidad.



Corazón de fuego



Pero el fin de Creta y de su talasocracia (estado que basa su poder en su flota y en el comercio marítimo sin apenas ahondar tierra adentro) se estaba gestando en una pequeña isla de las Cícladas. Quién conozca la hermosa isla de Santorini habrá visto su enorme laguna salada interior y como la costa que da a esa laguna es alta y parece estar cortada de un enorme bocado. Santorini se llamaba Thera y era una isla de forma circular con una gran montaña en su centro que no era otra cosa que un volcán durmiente. Allá por el 1600 a.C. debido a un terremoto, cosa normal en la zona, se abrieron grandes rajas submarinas por las que entró el mar a chorros. Lo que ocurrió después es como si hubiésemos tapado una olla a presión gigantesca y la hubiésemos puesto al fuego. La explosión fue como la de varios cientos de bombas de hidrógeno juntas y la nube de cenizas subió hasta las capas más altas de la atmósfera dando varias veces la vuelta a la tierra y oscureciendo el sol incluso en China, donde los astrónomos lo apuntaron en sus libros. Cuando el volcán saltó por los aires la pared sur del volcán cayó hacia la caldera dejando un hueco de más de 350 mts de altura y del tamaño de la actual laguna, unos 84 km2, que de pronto se vio inundada por el océano. Tan gran cantidad provocó una serie de olas o tsunamis de más de 30 metros de altura y que viajaban a 300 km/h hacia el sur. La costa egipcia se retiró mar adentro para regresar instantes después y subir varios kilómetros tierra adentro. Se piensa que las doce plagas y la posterior huida de los hebreos de Egipto se produjo por aquella época y debido a esta catástrofe. Pero quien se llevó la peor parte aparte de la propia Thera fue la única isla que quedaba al sur, entre Thera y la costa africana. No era ni más ni menos que Creta. Las olas arrasaron la isla entera barriéndola y destruyendo casas, palacios y flotas. El viento del noroeste cubrió de cenizas toda Creta y destruyó las cosechas bajo metros de fango volcánico. Los que pudieron huir se refugiaron en la costa griega que fue la que menos sufrió al estar en el lado opuesto hacia donde se dirigió la catástrofe. A partir de entonces la civilización minoica desapareció tal y como se había conocido.



La Atlántida.



Platón contó en sus ‘diálogos’ que cuando Solón, el legislador de Atenas viajó en 590 a.C. a Egipto, unos sacerdotes le refirieron la historia de una gran isla donde vivian hombres de gran belleza e inteligencia que tenían una enorme flota y conocían muchos secretos que compartían con los egipcios de la antigüedad. Esta isla compuesta por varias islas desapareció bajo el mar después de violentos temblores de tierra y maremotos y terribles lluvias que se sucedieron en tan solo un día y una noche. Cuando Platón oyó la historia pensó que esta isla, según las medidas y la fecha que leyó, debían estar al otro lado de las columnas de Hércules, en mitad del Atlántico. Lo que Platón no sabia es que Solón no sabia egipcio y tampoco entendía la escritura egipcia. Solón se equivocó al apuntar las medidas y la fecha añadiendo un cero a ambas. Al dividir por 10 las cifras que dio Solón, se acercan tanto en kilómetros cuadrados como en fecha a la explosión de Thera y la consiguiente destrucción de la ricas ciudades cretenses.



Los griegos



Pasando de dominados a dominadores, los aqueos tomaron el relevo a los cretenses que habían sucumbido a la catástrofe. Aunque los cretenses regresaron a sus ciudades y trataron de levantar su emporio de nuevo ya no pudieron y unos 250 años después fue un rey aqueo el que se sentó en el sillón del trono de Cnosos.


Es entonces cuando empieza a destacar una ciudad que dará nombre a la primera civilización griega, Micenas. Situada en un elevado promontorio, Micenas pasó de ser una pequeña ciudad cercana al istmo de Corinto a convertirse en la capital de la civilización micénica. Se guarneció tras una gruesa muralla de varios metros de espesor y hecha de bloques gigantescos que se llamaron después murallas ciclópeas porque creían que las habían levantado los gigantes cíclopes. Tras estas murallas se levantaba la ciudad compuesta por pequeñas viviendas y talleres y un pasillo que llevaba a la zona real o acrópolis, más alta que el resto de la ciudad y defendida por su propia muralla. Fuera estaba el complejo funerario real, formado por un enorme circulo de piedra en cuyo interior había un habitáculo excavado en el suelo y de paredes de piedra y cubierto por una bóveda de piedra y cerrado con arena formando un túmulo típico de los indoeuropeos, donde se enterraban los reyes y principales de la ciudad. A bordo de carros tirados por caballos y armados de jabalinas y largas espadas de cobre iba un auriga o conductor y el guerrero cubierto de una gruesa e incomoda armadura de bronce. Esta armadura era de forma tubular y estaba formada por tres anillos que cubrían desde el cuello hasta la rodilla en una especie de túnica de bronce, una protección para el cuello cosida a ella y unas hombreras para proteger los brazos. A estos 25 kilos de metal se añadía un casco cónico hecho con colmillos de jabalí unidos a un gorro de cuero. Normalmente era un traje costoso que solía llevar un gran guerrero, un príncipe o un pariente o amigo del rey, que era entonces el caballero de la época. La infantería normal llevaba escasa protección, un escudo en forma de 8 y una lanza. Con esta fuerza que debió ser formidable, acabó con la cultura minoica o mas bien la asimiló ahora que estaba en baja forma.


Cuando ya tenían su gran imperio formado por varias ciudades con sus respectivos reyes, como Micenas, Tirinto, Argos o Pilos, decidieron que ya no querían seguir teniendo que pagar las altas cuotas a Troya por pasar sus barcos el estrecho de los Dardanelos hacia el Mar Negro. Por esta razón hacia 1250 a.C. decidieron acabar con ella y tras sitiarla la conquistaron y quemaron hasta sus cimientos.



La guerra de Troya



No se sabe si Homero escribió una historia envuelta en sucesos mitológicos para adornar la verdadera guerra o si simplemente aprovechó una circunstancia real acaecida siglos antes para inventar una bonita historia de amor, amistad y guerra.


Aun cuando el rey Agamenón de Micenas hacía tiempo que quería meterle mano a Troya por la riqueza que ésta acumulaba y porque estaba en un lugar que era paso de barcos y caravanas de Asia a Europa y eso tenia que dar mucho dinero por el peaje, pero sabia que los otros reyes no aceptarían ir contra una poderosa y rica ciudad como Troya por la ambición de un hombre. Quien se lo puso a huevo fue Paris, hijo menor de Príamo rey de Troya. Éste fue invitado junto con su hermano mayor Héctor por el rey de Esparta, Menelao. La cosa ya venia de lejos puesto que antes de nacer, su madre tuvo un sueño en que daba a luz una antorcha que incendiaba Troya. El oráculo le dijo que el que iba a nacer, o sea Paris, seria la perdición de la ciudad. ¡Cuanta razón tenia! El caso es que Príamo se enteró y ni corto ni perezoso cogió al nene y sin soltar una lagrimilla se lo dio a un pastor para que lo tirase por ahí. El pastor sintió pena, como suele suceder en los mitos, y decidió criarlo él. Estaba el muchacho, que era un rato guapo, rubio y de piel clara, cuidando su rebaño cuando se le acercaron tres diosas para que formara parte del primer concurso de Miss Mundo del que se tiene noticia. Zeus había preparado una cena a la que invitó a todos los dioses y ninfas. Solo dejó fuera, como en el cuento de blancanieves, a una llamada Discordia que era, como su nombre indica, una marrullera enredadora como... bueno todos conoceréis a alguna así. Discordia se coló sin invitación ni traje pero con un regalo, generosa ella. Una manzana de oro en la que decía ‘para la más bella’, y ahí la dejó en medio de la mesa entre una jarra de hidromiel y un plato de ambrosía. Todas las diosas claro, se lanzaron como harpías sobre el regalo diciendo que según estaba escrito le correspondía. Las finalistas fueron Hera, Afrodita y Atenea. Fueron a Zeus para que eligiera pero, como buen anfitrión y porque tonto no era, pasó de elegir, primero porque Hera era su mujer, Atenea su hija predilecta y Afrodita... bueno Afrodita iba medio en pelotas todo el rato así que tampoco quería ir en su contra, por si caía algo. La cosa es que se fijó en Paris y le llamó para que él eligiese. Las candidatas no solo posaron para él en bikini y traje de noche sino que en privado cada una le ofreció un don si era elegida. Hera le ofreció el poder político, Atenea el militar y Afrodita a la mujer más bella de los mortales. El por entonces pastor debió ver poco atractivos los dos primeros ya que en el monte con sus ovejas poco le iban a servir, sin embargo oye, si en vez de una pastora o una oveja, era la Miss Universo. Así que la manzana fue para Afrodita. Menudo mosqueo el de las otras dos y Zeus queriendo irse a la taberna del Olimpo donde Baco estaría ya borracho bebiéndose la bodega.


Al poco tiempo, Paris se presentó ante su padre durante las honras fúnebres que éste le celebraba (remordimientos de viejo). Aprovechó el viaje de su hermano Héctor a Esparta ya que Afrodita le dijo que Helena, mujer del rey, era la mas bella de las mortales. Bella y ligerita, porque en el momento en que vio a Paris se pensó que Menelao se iba a quedar en Esparta para siempre con su madre ya que a ella le esperaba la fama en Troya. En el barco se enteró Héctor que se llevaban un souvenir de Esparta más peligroso que si hubiera sacado dos kilos de cocaína por la frontera turca. Inmediatamente el rey de Esparta fue a contárselo a su hermano Agamenón que cuando éste se fue, despidiéndole con palmaditas en la espalda y lagrimillas en los ojos, se puso a saltar de alegría. Ya tenia la excusa. Dicho y hecho se embarcó junto a todos los reyes griegos hacia Troya. Pero justo cuando iba a soltar amarras se paró el viento, Afrodita que era hija del mar lo detuvo para que los troyanos tuviesen tiempo de llegar a casa. Un oráculo dijo que si querían que el viento soplara de nuevo Agamenón tenia que sacrificar a su hija Ifigenia y sin temblarle una ceja, la llamó y la mató. Entonces el viento sopló y todos para Troya. Entre ellos viajaba Ulises de Ítaca que era un gran estratega y Aquiles, héroe griego medio dios. Una vez en la playa Menelao salió de entre todos para que Paris y él lo arreglaran entre ellos y no tuviese que morir nadie. Héctor le decía a su hermano que era un cobarde por no salir y que tendría que salir él. Es que claro, debió elegir lo del poder militar, debió pensar Paris. O el político y arreglarlo todo como si fuera la ONU. Pero ya era tarde, había elegido ‘susto’. Y Menelao estaba allí abajo para machacarlo y no para echarlo a los chinos, y él era solo pastor. Salió de todas formas pero a la de dos espadazos salió corriendo como una nena a grito pelado. Mientras los de Aquiles habían encontrado un templo de Apolo en la playa y lo habían saqueado llevándose a su sacerdotisa Briseida. Agamenón decidió que la quería y como era su rey se la llevó, pero Aquiles decidió que pasaba de pelear hasta que le devolvieran lo suyo. Como les estaban dando para el pelo, el rey de Micenas le pidió a Patroclo, que era primo y medio amante de Aquiles (estos griegos no tenían reparos entre carne o pescado) que le convenciera. Como Aquiles estaba emperrado en que no, Patroclo robo su armadura y se hizo pasar por él. Héctor le dio carne de membrillo y le mandó fiambre a sus filas. Aquiles pilló un mosqueo de tres pares y se fue a las murallas a desafiar a Héctor. A pesar de que todo el mundo le decía que no, que Aquiles era invulnerable porque su madre le baño en una laguna mágica, Héctor bajó a la arena. Allí Aquiles se lo merendó en dos minutos y arrastró su cadáver atado a un carro alrededor de la ciudad y luego lo dejó allí sin enterrar para que no tuviera descanso eterno. Lo que tenia que oler el pobre Héctor después de dos días tumbado al sol como una foca, una foca muerta eso sí. Al final el viejo Príamo fue a por el muerto y Aquiles se lo devolvió, se dice que por pena pero yo creo que también debía ser por las protestas de los vecinos, hartos de oler a mojama de troyano.


Llevaban ya casi diez años los griegos en Troya y la puerta no se abría ni para sacar la basura. Ulises, que como hemos dicho era un gran estratega decidió que allí no entrarían como no fuese por medio de una trampa. Cogió un barco que se había destrozado y construyó un caballo enorme de madera. Lo llevaron por la noche a las cercanías de Troya y lo dejaron allí. Ellos cogieron sus barcos y zarparon. Un griego que dejaron allí abandonado dijo que era una ofrenda a Afrodita en señal de rendición. Los troyanos bajaron a la playa y allí no había ni rastro de botellón. Así que metieron el caballo y lo pusieron en la plaza de la ciudad para hacer una fiesta. Una hermana de Paris y Héctor era Casandra, tenia el don de la adivinación pero a cambio nadie la creería nunca en sus predicciones, una putada vamos. En cuanto Casandra vio el caballo empezó a chillar que el caballo destruiría Troya. La gente se echó a reír acostumbrada a sus locuras. Cuando llegó la noche y todo el mundo estaba durmiendo la mona de la macrofiesta que habían hecho se abrió la panza del caballo y de dentro salió Ulises con algunos griegos que habían estado todo el día escondidos a riesgo de que hubieran hecho caso a Casandra o a Laocoonte, un sacerdote que no se fiaba de los griegos ni trayendo regalos y le quiso meter fuego. Mataron a los guardias y abrieron las puertas. Los griegos que se habían dado la vuelta entraron y empezaron a matar y quemar por toda Troya. Paris vio a Aquiles y tensó su arco. En su oído escuchó a Afrodita que le decía: ‘Al talón, Paris, al talón’. Y allí que le tiró. Aquiles se cayó de lo alto de la muralla y se mató. Y es que la única parte vulnerable de Aquiles era el talón por que por ahí lo sostenía su madre cuando lo metió en la laguna. ¿Por dónde queríais que lo cogiese?. Los troyanos tuvieron que salir huyendo poblaron otras tierras mientras que los griegos regresaron a Grecia no sin muchos problemas, para muestra el regreso de Ulises a Ítaca. Pero eso ya es otra historia y merece ser contada en otra ocasión, como diría Michael Ende.



El fin de Micenas



Los aqueos trajeron consigo sus propios dioses indoeuropeos de carácter machista y guerrero. Zeus era el principal y Hera su esposa, Ares dominaba la guerra y Hermes el comercio. Junto a Atenea, Artemisa, Dionisos y Erinia formaban su panteón. Faltaban aun Apolo, Afrodita o Demeter y Hefesto que eran dioses orientales y solo se veneraban en Troya. Eran por tanto enemigos aún. La sociedad también estaba constituida al estilo indoeuropeo donde el principal era el rey o wanax. Debajo de él estaban los príncipes y señores militares o lawagetas que eran todos primos, hermanos o cuñados del rey. Todo quedaba en casa. También estaban los telestai o grandes terratenientes. Y debajo de ellos el resto de los habitantes o damos. El wanax tenia todo el poder en la ciudad y sus territorios así como otros reyes que le debieran obediencia. En el ámbito local gobernaba el pasireu y un consejo de ancianos o gerousia. Tras la caída de los reyes micénicos, quedó como líder principal el pasireu que derivó en el basileus y la gerusia o consejo, que fueron los que siguieron gobernando en los pequeños pueblos cuando los reyes huyeron.


La agricultura se basaba en el trigo y la cebada, el olivo y la vid. La ganadería en cabras y ovejas, además de caballos para la guerra. Continuaron con la fabricación de bronce para armas y objetos, la industria textil de la lana y el lino, así como el comercio marítimo heredado de los minóicos. Para garantizarla procedencia y que los productos no habían sido adulterados en el camino, así como para contabilizar compraventas, los aqueos inventaron los nódulos. Eran unas bolitas de arcilla que se hacían con los dedos alrededor de una cinta de cuero o fibra y que servia como etiqueta y lacre. En él se ponían todos los datos relativos a lo que contenía un ánfora o incluso lo llevaban al cuello los bueyes destinados a sacrificio. Los nódulos que debían estar intactos a la hora de la recepción, se guardaban como contabilidad como las bolitas del gordo de Navidad.


Y todo iba bien para los gordos reyes micénicos y sus súbditos hasta que por fin sobre el 1200 a.C. se cumplió otra vez el dicho: ‘De la calle vendrán y de tu casa te echarán’. Los reyes aqueos que después de la caída de Troya y Creta se habían quedado solos en el gobierno de la zona, como no tenían contra quien pelear y su naturaleza guerrera les hacia aburrirse, se dedicaron a pelearse entre sí. Las poblaciones se empezaban a hartar de tanta guerra y se fueron desligando de las ciudades aqueas yéndose a las montañas a malvivir pero en paz. Este hecho trajo una importante merma económica a las grandes ciudades. A esto se unió la llegada a la montañosa península del Peloponeso de nuevas invasiones indoeuropeas, griegos también en busca de territorios y pastos, los dorios. A partir de entonces se inicia lo que se ha dado en llamar, la Edad Oscura. Lo veremos más adelante.

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