Mientras en Egipto se sucedían las dinastías y comenzaban a dominar
a pueblos de Mesopotamia, y en la zona griega se desarrollaban las Culturas del
Egeo (Cicládico, Heládico y Minoico) y posteriormente la Civilización Micénica;
en Europa habíamos dejado a los indoeuropeos entrando a saco en las llanuras
danubianas, procedentes de la zona del Volga, lo que hoy es Ucrania. Traían
consigo varias cosas: un nuevo animal domestico (el caballo) y carros de
guerra, herramientas de metal (cobre, bronce) que eran más duras y ligeras que
las de piedra pulimentada de los pueblos neolíticos que aun vivían en la vieja
Europa, y un nuevo concepto de religión asociado a su carácter ganadero.
Los pueblos de los kurganes (enormes
montículos artificiales bajo los que se enterraban) llegaron para modificar la
pacífica vida de los agricultores neolíticos. El principal cambio fue en la
economía. Los kurganes basaban su economía en el ganado y no en la agricultura,
que solo era una explotación de subsistencia y que les apegaba muy poco a la
tierra. Los grandes túmulos (Kurgan) estaban hechos de losas de piedra formando
un túnel, que acababa en una cámara funeraria. Todo el conjunto era cubierto
por una colina artificial. En el Kurgan se solía enterrar a un gran jefe, luego
se iban metiendo también el resto de sus súbditos. El espíritu del jefe, desde
lo alto, vigilaba gracias a la basta extensión que se domina desde allí, a todo
el ganado de la tribu.
Los enterramientos de los agricultores neolíticos eran
individuales, como mucho de un padre o una madre con un hijo, o una pareja.
Pero los indoeuropeos gustaban de enterrarse en comunidad. Incluso cuando
morían eran trasladados a muchos kilómetros en busca del Kurgan de la tribu.
Cuando estos pueblos entraron en contacto con las aldeas
neolíticas, practicaron el comercio y el intercambio, pero no dudaron en
aprovechar la ingenuidad de estos para apropiarse de sus recursos por la
fuerza. Las aldeas estaban desprovistas de murallas y apenas una empalizada
formaba el perímetro de los núcleos urbanos. Contra las armas de cobre de estos
pastores guerreros nada podían las toscas armas de madera y piedra de los
agricultores centroeuropeos.
No obstante, habría más contacto comercial que bélico. Las
nuevas tecnologías venidas del este serían una originalidad entre los pueblos
fronterizos, y poco a poco irían permeabilizando la barrera cultural con lo
cual penetrarían los avances tecnológicos como bienes de lujo en las
poblaciones más al norte y oeste.
En esta época no se puede hablar aun de pueblos o grupos
raciales. Las distintas tribus compartían más bien una lengua y una forma de
vivir y de morir. Por eso en vez de pueblos se les denomina “culturas”.
Una de las primeras culturas indoeuropeas que se adentraron
en Europa fue la denominada – Yamna -. Los Yamna (3200 a.C a 2300
a. C.) era nómadas pastores cuya principal característica era la de enterrar a
sus muertos bajo túmulos de tierra (kurganes), en un hoyo excavado en el suelo
de la cámara sepulcral. Les colocaban boca arriba pero con las rodillas
flexionadas sobre el abdomen y se les pintaba de ocre. Se enterraban en grupo. Se
sabe que en los túmulos se hacia sacrificios humanos rituales.
El contacto de estos nómadas con los agricultores
centroeuropeos produjo un cambio en ellos. Desde la margen norte del Danubio
hasta las orillas del Mar Báltico y llegando hasta el Rhin, los pueblos que
allí moraban desde finales del periodo glaciar vieron llegar nuevos objetos y
nuevas creencias. Los Yamna no quisieron dejar las estepas ucranianas donde
tenían su forma de vida y adentrarse en los entonces cálidos bosques
centroeuropeos. Pero no así sus objetos y sus cultos. Los primitivos cazadores
recolectores del Báltico y los agricultores de la vasta llanura fueron
empapándose de las nuevas modas como hoy nos empapamos de las modas venidas de
USA.
De esta relación surge en esa zona la “Cultura de la cerámica cordada”
o de las hachas de guerra. Cultivaban cebada y trigo, criando caballos y vacas.
Usaban grandes y pesados carros tirados por bueyes para transportar sus
cosechas. En el Báltico la economía se basaba en productos del mar y el
transporte marítimo. Se enterraban con ricos ajuares de vasos de cerámica
decorados con imprimaciones de cuerdas y los hombres importantes con sus hachas
de piedra pulimentada, al estilo de los pueblos guerreros kurganes. Los
enterramientos son individuales bajo pequeños túmulos. A veces se aprovechaba
el túmulo para enterrar a alguien sobre otro ya enterrado. Esta cultura fue
evolucionando desde el 2900 a.C. cuando aún Europa se hallaba en el final del
Neolítico, hasta la llegada del cobre, traído por los pueblos del este.
Entre tanto, en la Península Ibérica, iba a aparecer una
nueva cultura que iba a revolucionar todo el occidente europeo. La Cultura
del Vaso Campaniforme. Sus recipientes tenían la forma de una campana
invertida y estaban decorados con motivos geométricos y grecas, hechas con un
objeto punzante.
Desde el sudoeste peninsular, lugar donde se extraía el
cobre en estado casi puro, las élites comienzan a comerciar con los primeros
estados del Egeo. El cobre era intercambiado por objetos de gran estima para
las grandes familias que gestionaban los yacimientos mineros. Las sociedades
tribales del Neolítico se van estableciendo en pueblos asentados en el lugar donde
viven.
Los “grandes hombres”, líderes a los que seguir en la
búsqueda de alimento, se convierten en Jefes de las aldeas. Es necesario para
ellos demostrar a otros pueblos que vienen a comerciar que ellos son los dueños
de la tierra que pisan y que su presencia allí se remonta a sus antepasados.
Los monumentos megalíticos se convierten en la base de la propiedad de esa
tierra. Bajo ellos se enterraban los grandes propietarios y cuanto más grande y
complejo, más riqueza y ostentación.
Si bien el megalitismo comenzó con simples menhires
(piedras rectas y verticales, clavadas en la tierra) o en hileras alineamiento,
también se colocaban formando círculos o crómlechs. Los más sofisticados son
los henges
de las islas británicas, que eran círculos concéntricos de enormes piedras. Los
habitantes de la zona del Vaso Campaniforme construían unas estructuras en
forma de cúbica, formado por tres enormes lajas verticales que hacían tres
paredes contiguas y una que las cubría a modo de techo. Todo el conjunto se
cubría de tierra formando una pequeña colina artificial. Dentro se depositaban
los restos del jefe y su alrededor grandes cantidades de vasos con los
productos que necesitaría en la otra vida.
El paso de los milenios ha dejado al descubierto las piedras
y hoy formas esos conjuntos que llamamos dólmen. Los jefes más poderosos se
hacían construir un túmulo gigantesco, a cuyo interior se accedía por una
galería también hecha de piedras y techada. Uno de los mayores es la llamada
cueva de Menga.
El vaso campaniforme fue extendiéndose desde su lugar de
inicio hacia toda la península primero y luego por el arco atlántico hasta
llegar a las Islas Británicas y la Península de Jutlandia en la actual
Dinamarca. Todos los pueblos megalíticos fueron absorbiendo el uso del cobre y
de los túmulos.
El comercio del cobre con los pueblos del Egeo pone a ambas
culturas en contacto por mar y ambas se benefician. Sobre todo cuando llega el
bronce al este mediterráneo. Era más fácil comerciar con los más primitivos
europeos del oeste, que con los civilizados y avanzados pueblos de Mesopotamia
y Egipto. También eran más peligrosos y belicosos, y las rutas estaban siempre
en peligro de cambiar de bando. Además el cobre que se extraía desde la
desembocadura del Tajo hasta la del Guadalquivir, y el estaño de Bretaña y
Cornualles, eran de gran calidad, y más barato. Por su parte, los lujos y joyas
de Egipto y Oriente eran muy apreciadas por los príncipes ganaderos europeos,
así como las nuevas armas de bronce que traían los pueblos griegos.
El bronce supuso un avance en la economía y las culturas
europeas evolucionaron, dejando atrás la piedra pulida para siempre. El ajuar
funerario se engrandeció, y los grandes jefes tribales se fueron convirtiendo
en auténticos príncipes que gobernaban sobre varias aldeas. Se hacían enterrar
en túmulos aparte de sus convecinos.
Lógicamente, como intermediarios entre los pueblos del este
y del oeste, Europa central se beneficiaba de todo lo que circulaba entre ambos
extremos. Allá por el 2300 a. C., mientras el Imperio Antiguo agonizaba en
Egipto, y una pertinaz sequía asolaba las fuentes del Nilo, los ganaderos y
comerciantes de sal de roca formaron la Cultura de Únětice poniendo
en contacto a los habitantes del Mediterráneo con los primitivos habitantes de
Escandinavia, aun en el Neolítico. Entre tanto ellos compraban sus herramientas
para extraer sal a los pueblos del Egeo y vasos en forma de campana a los
pueblos de Iberia, hacían llegar el ámbar del norte a los ricos comerciantes de
las islas griegas y les descubrían el metal a los norteños.
Es a partir de 1600 a. C., con la creación del reino hitita
y su expansión por la península Anatolia, cuando comienza a decaer el comercio
mediterráneo debido al abandono de los centros de comercio de Creta, la islas
Cícladas y las ciudades de la Hélade griega. Los hititas ya empezaban a usar el
hierro en sus armas y carros, forzando a otros pueblos también indoeuropeos a moverse.
Uno de ellos, como hemos visto anteriormente, eran los aqueos (los primeros
griegos helenos) que construyeron las grandes ciudades fortificadas como
Micenas.
En el centro de Europa, los ganaderos de Únětice
abandonan sus poblados en las tierras fértiles y se internan en los bosques.
Rodean sus aldeas de fosos y empalizadas y se hacen enterrar bajo pequeños
túmulos individuales. La llamada Cultura de los Túmulos se vuelve más
pobre y huraña que sus antecesores, debido quizás al peligro de las incursiones
de saqueadores de las estepas. En Europa el peligro siempre vino de las estepas
del este. Aunque también, al menos en estos momentos iniciales, las
innovaciones.
El bronce era el metal más preciado y moderno para los
europeos de mediados del II milenio a. C., pero todo estaba a punto de cambiar
a golpe de hierro.