La pretensión de este blog no es ni más ni menos que traer la Historia a aquellos que no gustan de ella bien porque creen que es aburrida, porque se le hace un tostón una lista de nombres y fechas o porque sencillamente de pequeños tuvieron que soportar un profesor monótono y pesado que les hizo odiar esta asignatura. Quiero, con un lenguaje sencillo, de la calle y divertido, contar la Historia del mundo como si fuera una anecdota entre amigos o colegas sobre cosas que hubieran pasado en el barrio hace unos días. Es por eso que esto no es una Historia sino una "Histeria" Universal.

1 de abril de 2014

Europa, entre el cobre y el bronce.



Mientras en Egipto se sucedían las dinastías y comenzaban a dominar a pueblos de Mesopotamia, y en la zona griega se desarrollaban las Culturas del Egeo (Cicládico, Heládico y Minoico) y posteriormente la Civilización Micénica; en Europa habíamos dejado a los indoeuropeos entrando a saco en las llanuras danubianas, procedentes de la zona del Volga, lo que hoy es Ucrania. Traían consigo varias cosas: un nuevo animal domestico (el caballo) y carros de guerra, herramientas de metal (cobre, bronce) que eran más duras y ligeras que las de piedra pulimentada de los pueblos neolíticos que aun vivían en la vieja Europa, y un nuevo concepto de religión asociado a su carácter ganadero.

 

Los pueblos de los kurganes (enormes montículos artificiales bajo los que se enterraban) llegaron para modificar la pacífica vida de los agricultores neolíticos. El principal cambio fue en la economía. Los kurganes basaban su economía en el ganado y no en la agricultura, que solo era una explotación de subsistencia y que les apegaba muy poco a la tierra. Los grandes túmulos (Kurgan) estaban hechos de losas de piedra formando un túnel, que acababa en una cámara funeraria. Todo el conjunto era cubierto por una colina artificial. En el Kurgan se solía enterrar a un gran jefe, luego se iban metiendo también el resto de sus súbditos. El espíritu del jefe, desde lo alto, vigilaba gracias a la basta extensión que se domina desde allí, a todo el ganado de la tribu.

Los enterramientos de los agricultores neolíticos eran individuales, como mucho de un padre o una madre con un hijo, o una pareja. Pero los indoeuropeos gustaban de enterrarse en comunidad. Incluso cuando morían eran trasladados a muchos kilómetros en busca del Kurgan de la tribu.

 

Cuando estos pueblos entraron en contacto con las aldeas neolíticas, practicaron el comercio y el intercambio, pero no dudaron en aprovechar la ingenuidad de estos para apropiarse de sus recursos por la fuerza. Las aldeas estaban desprovistas de murallas y apenas una empalizada formaba el perímetro de los núcleos urbanos. Contra las armas de cobre de estos pastores guerreros nada podían las toscas armas de madera y piedra de los agricultores centroeuropeos.

No obstante, habría más contacto comercial que bélico. Las nuevas tecnologías venidas del este serían una originalidad entre los pueblos fronterizos, y poco a poco irían permeabilizando la barrera cultural con lo cual penetrarían los avances tecnológicos como bienes de lujo en las poblaciones más al norte y oeste.

 

En esta época no se puede hablar aun de pueblos o grupos raciales. Las distintas tribus compartían más bien una lengua y una forma de vivir y de morir. Por eso en vez de pueblos se les denomina “culturas”.

 

Una de las primeras culturas indoeuropeas que se adentraron en Europa fue la denominada – Yamna -. Los Yamna (3200 a.C a 2300 a. C.) era nómadas pastores cuya principal característica era la de enterrar a sus muertos bajo túmulos de tierra (kurganes), en un hoyo excavado en el suelo de la cámara sepulcral. Les colocaban boca arriba pero con las rodillas flexionadas sobre el abdomen y se les pintaba de ocre. Se enterraban en grupo. Se sabe que en los túmulos se hacia sacrificios humanos rituales.

 

El contacto de estos nómadas con los agricultores centroeuropeos produjo un cambio en ellos. Desde la margen norte del Danubio hasta las orillas del Mar Báltico y llegando hasta el Rhin, los pueblos que allí moraban desde finales del periodo glaciar vieron llegar nuevos objetos y nuevas creencias. Los Yamna no quisieron dejar las estepas ucranianas donde tenían su forma de vida y adentrarse en los entonces cálidos bosques centroeuropeos. Pero no así sus objetos y sus cultos. Los primitivos cazadores recolectores del Báltico y los agricultores de la vasta llanura fueron empapándose de las nuevas modas como hoy nos empapamos de las modas venidas de USA.

 

De esta relación surge en esa zona la “Cultura de la cerámica cordada” o de las hachas de guerra. Cultivaban cebada y trigo, criando caballos y vacas. Usaban grandes y pesados carros tirados por bueyes para transportar sus cosechas. En el Báltico la economía se basaba en productos del mar y el transporte marítimo. Se enterraban con ricos ajuares de vasos de cerámica decorados con imprimaciones de cuerdas y los hombres importantes con sus hachas de piedra pulimentada, al estilo de los pueblos guerreros kurganes. Los enterramientos son individuales bajo pequeños túmulos. A veces se aprovechaba el túmulo para enterrar a alguien sobre otro ya enterrado. Esta cultura fue evolucionando desde el 2900 a.C. cuando aún Europa se hallaba en el final del Neolítico, hasta la llegada del cobre, traído por los pueblos del este.

 

Entre tanto, en la Península Ibérica, iba a aparecer una nueva cultura que iba a revolucionar todo el occidente europeo. La Cultura del Vaso Campaniforme. Sus recipientes tenían la forma de una campana invertida y estaban decorados con motivos geométricos y grecas, hechas con un objeto punzante.

Desde el sudoeste peninsular, lugar donde se extraía el cobre en estado casi puro, las élites comienzan a comerciar con los primeros estados del Egeo. El cobre era intercambiado por objetos de gran estima para las grandes familias que gestionaban los yacimientos mineros. Las sociedades tribales del Neolítico se van estableciendo en pueblos asentados en el lugar donde viven.

Los “grandes hombres”, líderes a los que seguir en la búsqueda de alimento, se convierten en Jefes de las aldeas. Es necesario para ellos demostrar a otros pueblos que vienen a comerciar que ellos son los dueños de la tierra que pisan y que su presencia allí se remonta a sus antepasados. Los monumentos megalíticos se convierten en la base de la propiedad de esa tierra. Bajo ellos se enterraban los grandes propietarios y cuanto más grande y complejo, más riqueza y ostentación.

Si bien el megalitismo comenzó con simples menhires (piedras rectas y verticales, clavadas en la tierra) o en hileras alineamiento, también se colocaban formando círculos o crómlechs. Los más sofisticados son los henges de las islas británicas, que eran círculos concéntricos de enormes piedras. Los habitantes de la zona del Vaso Campaniforme construían unas estructuras en forma de cúbica, formado por tres enormes lajas verticales que hacían tres paredes contiguas y una que las cubría a modo de techo. Todo el conjunto se cubría de tierra formando una pequeña colina artificial. Dentro se depositaban los restos del jefe y su alrededor grandes cantidades de vasos con los productos que necesitaría en la otra vida.

El paso de los milenios ha dejado al descubierto las piedras y hoy formas esos conjuntos que llamamos dólmen. Los jefes más poderosos se hacían construir un túmulo gigantesco, a cuyo interior se accedía por una galería también hecha de piedras y techada. Uno de los mayores es la llamada cueva de Menga.

El vaso campaniforme fue extendiéndose desde su lugar de inicio hacia toda la península primero y luego por el arco atlántico hasta llegar a las Islas Británicas y la Península de Jutlandia en la actual Dinamarca. Todos los pueblos megalíticos fueron absorbiendo el uso del cobre y de los túmulos.

 

El comercio del cobre con los pueblos del Egeo pone a ambas culturas en contacto por mar y ambas se benefician. Sobre todo cuando llega el bronce al este mediterráneo. Era más fácil comerciar con los más primitivos europeos del oeste, que con los civilizados y avanzados pueblos de Mesopotamia y Egipto. También eran más peligrosos y belicosos, y las rutas estaban siempre en peligro de cambiar de bando. Además el cobre que se extraía desde la desembocadura del Tajo hasta la del Guadalquivir, y el estaño de Bretaña y Cornualles, eran de gran calidad, y más barato. Por su parte, los lujos y joyas de Egipto y Oriente eran muy apreciadas por los príncipes ganaderos europeos, así como las nuevas armas de bronce que traían los pueblos griegos.

 

El bronce supuso un avance en la economía y las culturas europeas evolucionaron, dejando atrás la piedra pulida para siempre. El ajuar funerario se engrandeció, y los grandes jefes tribales se fueron convirtiendo en auténticos príncipes que gobernaban sobre varias aldeas. Se hacían enterrar en túmulos aparte de sus convecinos.

 

Lógicamente, como intermediarios entre los pueblos del este y del oeste, Europa central se beneficiaba de todo lo que circulaba entre ambos extremos. Allá por el 2300 a. C., mientras el Imperio Antiguo agonizaba en Egipto, y una pertinaz sequía asolaba las fuentes del Nilo, los ganaderos y comerciantes de sal de roca formaron la Cultura de Únětice poniendo en contacto a los habitantes del Mediterráneo con los primitivos habitantes de Escandinavia, aun en el Neolítico. Entre tanto ellos compraban sus herramientas para extraer sal a los pueblos del Egeo y vasos en forma de campana a los pueblos de Iberia, hacían llegar el ámbar del norte a los ricos comerciantes de las islas griegas y les descubrían el metal a los norteños.

 

Es a partir de 1600 a. C., con la creación del reino hitita y su expansión por la península Anatolia, cuando comienza a decaer el comercio mediterráneo debido al abandono de los centros de comercio de Creta, la islas Cícladas y las ciudades de la Hélade griega. Los hititas ya empezaban a usar el hierro en sus armas y carros, forzando a otros pueblos también indoeuropeos a moverse. Uno de ellos, como hemos visto anteriormente, eran los aqueos (los primeros griegos helenos) que construyeron las grandes ciudades fortificadas como Micenas.

En el centro de Europa, los ganaderos de Únětice abandonan sus poblados en las tierras fértiles y se internan en los bosques. Rodean sus aldeas de fosos y empalizadas y se hacen enterrar bajo pequeños túmulos individuales. La llamada Cultura de los Túmulos se vuelve más pobre y huraña que sus antecesores, debido quizás al peligro de las incursiones de saqueadores de las estepas. En Europa el peligro siempre vino de las estepas del este. Aunque también, al menos en estos momentos iniciales, las innovaciones.

 

El bronce era el metal más preciado y moderno para los europeos de mediados del II milenio a. C., pero todo estaba a punto de cambiar a golpe de hierro.


3 de marzo de 2014

Dinastía XVIII. La herejía amarniense.



 

Estamos en el año 1360 a. C. aproximadamente. En Malkata, Amenofis III pasa sus últimos años. Le acompañan su esposa Tiy y sus hijos Amenofis y Sitamón. El anciano Amenhotep, hijo de Hapu, vela por ellos. Pero el gran arquitecto, escriba y político es demasiado mayor. El diseñador de, entre otras cosas, el gran complejo palaciego de Malkata, cumple ya la increíble cifra de 80 años cuando se le encarga que prepare las celebraciones del jubileo del faraón y su última acción fue el lograr que Amenofis se case con su hija Sitamón.

 

Sitamón era seguidora de Amón y era una manera de congraciar al faraón en sus últimos años con el poderoso clero. Era totalmente contraria a su hermano Amenofis. Este se crió bajo las faldas de su madre y Tiy le influyó enormemente sobre el culto a Atón. Poseían caracteres diferentes y encontrados. Sitamón tenía que ser la esposa de su hermano, sin embargo en una maniobra hábil, el anciano Amenhotep la salvó de semejante sufrimiento.

 

Aquella estratagema, sin embargo, no pasó desapercibida para la reina ni para el heredero. Debieron reprimir su rabia no obstante, hasta que el faraón muriese. No se sabe muy bien de quien partió la idea, ni quien fue su autor material, quizás la propia reina o el jovencísimo y astuto heredero. Lo cierto es que al año siguiente murió Amenhotep. Ciertamente era anciano, demasiado para la época. Pero el enorme movimiento que sacudió los rincones más oscuros de Malkata, aun cuando a nivel de superficie se le elevó a la categoría de dios (al estilo de Imhotep), da a entender que para algunos era necesario que desapareciera antes de que Sitamón pudiera quedar encinta. No se podía permitir que el posible hijo de la princesa destronase al extraño y raro Amenofis. No hay que olvidar que la reina confirma la descendencia del faraón y Tiy era plebeya y descendiente de extranjeros. Sitamón a pesar de ser su hija, llevaba la sangre del faraón y eso la hacía superior.

 

Unos años más tarde, en 1353, Amenofis III asocia al trono a su hijo. En realidad Amenofis IV no era el mayor. El verdadero heredero habría sido, hasta su pronta muerte, Tutmosis, hijo del faraón y de la princesa Giluhepa de Mitanni. La princesa/reina habría muerto ya y su hijo resultaba un molesto escollo para las pretensiones de Tiy. No se sabe si ambos murieron envenenados, pero es de suponer. Egipto se desentendió de Mitanni que, aunque le envió a otra princesa para “recordarle” su amistad, veía como la sombra hitita se cernía sobre ellos.

 

En el año siguiente muere el faraón Amenofis III. Su hijo gobierna Egipto en solitario, con la sombra de su madre sobre él. El nuevo faraón estaba casado con una hermosa princesa llamada Nefertiti. Tiy se las prometía felices, hasta que descubrió que había creado un monstruo. El joven Amenofis es un fanático religioso, y su esposa lo alienta aun más. Nefertiti, una dama extranjera cuyo nombre significa “la bella ha llegado”. Amenofis decide que en adelante solo se rendirá culto a un solo dios que personifica a todos los anteriores, Atón, el disco solar. En Tebas cunde el desconcierto primero, y luego la total oposición. Los poderosos sacerdotes de Amón, que habían salvado a la patria de los invasores extranjeros, veían su poder declinar en favor de aquel nuevo culto. La reina Tiy había sido un enemigo salvable. Su hijo, el nuevo faraón, no. Consiguieron poner a toda la nobleza en su contra, y el ciego y recalcitrante Amenofis no tuvo mejor idea que poner tierra de por medio, como había hecho su madre anteriormente. Pero su madre no era el faraón, y el faraón debía estar al frente de su pueblo, algo que le costó a Egipto mucho sufrimiento.

Amenofis decidió trasladar su corte fuera de Tebas. Eligió un remoto lugar en el desierto donde poder contemplar cada día la salida y la puesta de su adorado Atón. Y así creó Ajetatón.

En la ciudad del “Horizonte del Sol”, Amarna en árabe, vivió desde su cuarto año de reinado con su esposa e hijas. Un idilio a orillas del Nilo. Allí reunió a gran cantidad de comerciantes de todos los lugares conocidos y fue considerada la primera ciudad abierta de la Historia. Una Roma cosmopolita siglos antes de la fundación de ésta. Amenofis cambió su nombre y el de su esposa en honor a Atón. Akenatón y Neferneferuatón, respectivamente.

La reina fue dotada de los mayores poderes y considerada por primera vez con el mismo estatus que el propio faraón. Ni siquiera la poderosa Hatshepsut, un siglo antes, había conseguido tal honor. Se la representaba con los mismos atributos del faraón y a este en actitudes amorosas con ella y sus hijas.

El faraón Akenatón se volvió peligroso, y su propia madre se dio cuenta. Cansada de enfrentarse a su nuera, la poderosa mujer Faraón, regresa a Tebas donde residirá hasta su muerte en 1340 a. C. y volvió a acogerse al poderoso templo de Amón.

 

Para entonces ya se había roto todo vínculo entre la pareja Real y su pueblo. Akenatón se nombra uno solo con su esposa, es decir, son la misma persona, y como tal incluso la representación gráfica y escultórica da cierta ambigüedad a ambos cónyuges. Son la única vía entre el dios y los hombres y suprime al sacerdocio. Esto es algo inaudito y es lo que a la larga le atrae el odio intenso con que será vejado a su muerte. Sin embargo, en la base del culto a Atón está su final. No se preocupó de instaurar un culto privado y doméstico, sino solo a nivel público. La gente normal no sabía como rezarle al nuevo todopoderoso Atón. Se limitaba a acudir a los actos públicos, escasos y localizados de Amarna. Así, cuando el faraón murió, la vida religiosa regresó a su status quo anterior sin más problema. Solo fue una década que pasó sin pena ni gloria en el milenario Egipto.

 

La Biblia recoge la figura de Moisés, que para los egipcios sería un hereje traidor y para los pueblos orientales que venían a Amarna a mercadear, era un sacerdote afín a sus creencias monoteístas. La palabra Mses significa “engendrado” en egipcio, se colocaba detrás del nombre de un dios, y bien pudiera haberse tratado del Escriba Real y Comandante de las tropas del Señor de la Dos Tierras, Ramose o Ramses. Este personaje, un poderoso sacerdote desde los tiempos de Amenofis III, caería en desgracia cuando el faraón hereje muriera, y con él su heterodoxia. No es raro que siglos después (el libro del Éxodo se escribió en el siglo VII a. C. en época del rey Josías de Israel) se fundieran en un solo acto los dos posibles éxodos, el episodio de las plagas y el cruce del Mar Rojo cuando la expulsión de los hicsos, y el viaje por el desierto con Moisés al frente. A siglos vista todo venía bien para provocar el miedo a la esclavitud y el orgullo patrio, cuando se cernía sobre ellos el peligro egipcio de nuevo.

 

Hacía el 1340 a. C. (año 14 de su reinado) se produjo una grave epidemia de gripe o peste. Atacó por igual a personas y animales y se llevó por delante a la propia reina madre, Tiy, y a las hijas/esposas del faraón Meketatón, Setenpenrá y Neferurá. Quizás se trate de la plaga recogida en el libro hebreo, en el que murieron los hijos de primogénitos de Egipto. Efectivamente morirían otros aparte del primogénito, pero era este el privilegiado, el futuro de la familia, el tocado por los dioses. El resto era secundario.

 

Neferneferuatón (Nefertiti) cambia su nombre a uno masculino, Anjeperura Meryuaenra, “amado de Akhenatón”, haciendo ver que era un varón para gobernar como ya hizo Hatshepsut. El motivo podría ser la debilidad manifiesta del faraón o su desvinculación total con el poder.

Tal es así que Kiya, la primera esposa del rey, antes llamada Taduhepa y proveniente de Mitanni, desapareció de escena junto a su hijo Tutankatón.

 

Haciendo un alarde novelesco, tal vez pudiera ocurrir lo siguiente. La reina Kiya nunca fue nombrada esposa real, porque la sibilina Nefertiti lo impidió con sus artes. Además ya estaba casado con ambas cuando ascendió al trono, con lo cual Nefertiti se pudo adelantar en el escalafón sin ningún problema. Nefertiti solo tenía hijas y sin embargo Kiya le había dado un hijo. Era necesario alejarla de la corte si, como se temía, el faraón estaba con un pie en la tumba.

Y efectivamente, Akenatón muere en 1338 a. C. siendo sustituido por un no menos enigmático Semenejkara. Se especula que Semenejkara no es otro que Nefertiti con un nuevo cambio de nombre para esta vez sí, asumir todo el poder omnímodo y único en su persona.

Semenejkara se casa con su propia hija de manera simbólica. Hubo de hacerlo porque, si bien el linaje se traspasaba por línea femenina, como ocurriera anteriormente con Tiy, Nefertiti no era de sangre real ni siquiera egipcia. Así se unió en es mismo año a Meritatón.

 

Pero la fragilidad del trono en esos momentos era tal que la vida se tornaba difícil para la nueva “pareja”. El abandono del culto a los dioses que era garantía de la estabilidad económica del pueblo (la mayoría de templos era a su vez graneros que custodiaban los diezmos y repartían el grano de la siembra y el de alimentación en época de malas cosechas), el descuido de las fronteras y las relaciones con otros reinos como Mitanni cuando se cernía la nueva amenaza en el norte, los hititas.

Los sacerdotes, una vez muerto Akenatón y en poder del hijo del rey, el príncipe Tutankatón, comenzarían a presionar sobre la reina, que quizá en un intento de desvincularse del ya odiado y acabado culto a Atón, decidió ponerse el otro nombre del sol, Ra. Quizás ahí está la clave de Semenejkara, desvincularse del nombre anterior. Pero ya era tarde.

¿Querrían casarla con su hijastro “Tut”, perdiendo así el poder o directamente defenestrarla?

 

El extraño caso Dahamunzu

 

Antes de la muerte de Akenatón, su suegro Tusharatta de Mitanni le envía multitud de cartas de arcilla. Las llamadas “cartas de Amarna” fueron depositadas en un abandonado archivo real, para ser olvidadas. En algunas de ellas se puede leer el lamento desesperado del rey de Mitanni hacia el faraón, y a la madre de este (Tiy), en virtud de los lazos familiares que les unían. El rey hitita Shubiluliuma se lanzó sobre el reino hurrita y lo empujaba contra el Imperio Asirio, para destruirlo entre ambos. Antaño, el padre de Akenatón, había sido una fuerza equilibrante en la zona y los hurritas de Mitanni crecieron gracias al comercio en la zona, protegidos por Amenofis III. Pero, o bien Akenatón estaba a otras cosas, o Nefertiti le ocultó las desconsoladas cartas, al tiempo que desterraba a su hija Kiya y al joven Tutankatón.

Tusharatta al final pereció en 1350 a. C. asesinado por su hermano Artatama II, aliado de Asiria, y el hijo de este, Shuttarna III. Pero viendo que el estado de Mitanni se inclinaba hacia Asiria, Shubiluliuma tomó cartas en el asunto y colocó en el trono a Shattiwaza, hijo de Tusharatta y por tanto cuñado de Akenatón.

Mittani desaparecía de escena como la llama de una vela que se termina, ante la indiferencia de un faraón alejado del mundo y de la realidad.

A la muerte de Akenatón, con la posterior caída en desgracia de su misterioso heredero Semenejkara (Nefertiti masculinizada), sube al trono de Egipto un faraón que durante muchos años permaneció en el olvido y del cual apenas se sabía su nombre durante siglos, Tutankatón. Fue en 1336 a. C. cuando el clero de Amón desahució totalmente a la reina faraón. El hijo de la primera esposa de Akenatón se había salvado al ser un niño apocado y enfermo. La poderosa Nefertiti creyó que con tan solo alejarlo de la corte, la naturaleza haría el resto. Pero ella no tenía hijos a quienes nombrar, ni tampoco amigos ni fieles. En su afán por alejarse, a ella y su esposo, de todo contacto con el resto del mundo, se había quedado sola. Su poder se extinguió en su retiro en Ajetatón/Amarna.

 

A pesar de que el nuevo faraón continuó con la misma corte que llevara su padre, las cosas habían cambiado. El padre de Nefertiti, Ay, seguía siendo consejero real y el general en jefe de los ejércitos, Horemheb, continuaba en su puesto. Pero inmediatamente después de la coronación del rey niño (8 ó 9 años), se abandonó por completo Amarna y la corte de dirigió a Tebas, donde residía el nuevo monarca. Tutankatón se casó con su medio hermana Anjesenpatón para legitimar su corona y juntos cambiaron su nombre pasándose a llamar Anjesenamón y Tutankamón, el faraón más famoso de todos los tiempos, aunque no por meritos propios.

 

En realidad el niño apenas hizo nada en su reinado, más que hacer caso a los sacerdotes de Amón y devolver las cosas a como estaban antes. Esto ocurrió cuatro años después de su coronación.

A los diecinueve años (1327 a. C.), Tutankamón tuvo una caída del carro que le llevaba y fue arrollado. A su precaria salud (necesitaba usar bastón) se unió el accidente que le mató. Parece que en una carrera de carros, quizás preparándose para alguna campaña, ya que Horemheb estaba camino del Sinaí para retener a los hititas, hizo que el rey cayera y al pasarle por encima la rueda le aplastó el fémur, la cadera y algunas costillas perforándole quizás el corazón (este no ha sido encontrado en su momia).

Anjesenamón quedó viuda de pronto, con solo una hija habida con su padre de forma incestuosa (Anjesenamón Tasherit). Inmediatamente se puso en marcha la ceremonia de embalsamamiento y entierro, que al ser tan apresurada, provocó que el cuerpo de Tutankamón se quemara en parte.

Como el general Horemheb estaba de campaña, el consejero real, Ay, se adelantó y se hizo coronar faraón y no dudó en casarse con su nieta. La pobre Anjesenamón se sentía como moneda de cambio y se vio casada primero con su propio padre, luego con su hermanastro y ahora con su abuelo, el anciano y decrépito Ay. No tuvo otra mejor idea que pedir ayuda fuera.

El rey hitita Shubiluliuma era el único con poder fuera de Egipto que podría ayudarla. En el país del Nilo nadie la apoyaría. Sin hijo varón, a punto de ser casada ya otra vez con el nuevo faraón, ¿quién se atrevería a dar un golpe de estado, si ni se atrevieron cuando su padre destituyó a los poderosos sacerdotes de Amón que había expulsado a los aborrecibles hicsos?

 

Mi esposo ha muerto. No tengo ningún hijo varón, pero dicen que tú tienes muchos hijos. Si me das a uno de tus hijos, se convertirá en mi esposo. Jamás escogeré a uno de mi súbditos como esposo [...] Tengo miedo.

Así imploraba la pobre Anjesenamón, según todos los indicios, al rey hitita, su enemigo natural.

El hitita no creía lo que leía, ¡la posibilidad de que Egipto fuera un simple vasallo de Hatti! Aquello no podía ser cierto. De todas formas era necesario averiguar que había de cierto en aquello y qué de traición, y envió a espías a Tebas. Al contactar con la reina para averiguar la veracidad de la carta esta se indignó y envió una segunda misiva.

 

¿Por qué dijiste que te estaba engañando en este asunto? Si hubiera tenido un hijo varón, ¿acaso te habría escrito acerca de mi vergüenza y la de mi país a una tierra extraña? [...] Aquél que era mi esposo ha muerto, y no tengo hijos [...] No he escrito a ningún país más, sólo me dirijo a ti. Entrégame a uno de tus hijos: será un esposo para mí y un rey para Egipto.

 

Shubiluliuma se apresuró a enviar a su cuarto hijo, Zanannza, para desposarse con la reina viuda que ellos llamaban en su lengua, Dahamunzu.

O ya estaban los egipcios al tanto, o el movimiento del principe camino del Nilo hizo alertar al faraón, ya casado con la reina. El caso es que el principe no llegó a pisar arena egipcia, y fue asesinado en el camino, y la reina desapareció y jamás se volvió a hablar de ella.

 

Para siempre quedó como un misterio la verdadera identidad de la reina Dahamunzu, la traidora, o la desesperada mujer que se hartó de ser una muñeca rota en manos de los reyes, que de niña la habían llevado en su regazo.

 

Ay reinó durante cuatro años, y Horemheb se mantenía como un halcón sobre él ya que sabía que por su edad duraría poco. Esta vez no dejaría escapar la oportunidad ¿Acaso no era él el que tenía el autentico poder en las tierras que regaba el Nilo?

 

25 de enero de 2013

Imperio nuevo. XVIII Dinastía (II)


Meggido

340 prisioneros vivos y 83 manos. 2041 yeguas, 191 potros, 6 sementales. Un carro trabajado en oro, su vara de oro, de este vil enemigo; un hermoso carro trabajado en oro del príncipe de Meggido, 892 carros de su miserable ejercito; en total, 924 carros. Una hermosa armadura de bronce perteneciente al príncipe de Meggido, 200 armaduras de su vil ejercito, 502 arcos, 7 varas de madera del enemigo, trabajadas en plata. Además 1929 cabezas de ganado grandes, 2000 de ganado pequeño y 20 mil ovejas”


En el año 1457 a.C. se produjo la primera batalla documentada de la historia. En el templo de Amón en Karnak, el escriba Tjaneni dejó unos jeroglíficos en los que describía con todo lujo de detalles, tanto de la batalla en sí como del recuento de tropas y de bajas. La estela de Gebel Barkal, otra del templo de Ptah de Karnak y otra más de Armant, también recogen datos sobre esta batalla.

Egipto, por un lado, se enfrentó a una coalición de ciudades-estado cananeas que se rebelaron contra su hegemonía.

Calendario de la batalla:
  -Día 10 del 4º mes de Peret
el ejercito egipcio sale de Memfis.
  -Día 4 del 1er mes de Shemu (24 dias después)
llegada a Gaza
  -Día 9 del 1er mes de Shemu
salida de Gaza
  -Día 16 del 1er mes de Shemu
llegada a Yehem y reunión del consejo para elegir la ruta
  -Día 19 del 1er mes de Shemu
Entrada al desfiladero de Aruna rumbo a Megiddo
  -Día 21 del 1er mes de Shemu (41 días después de salir de Memfis)
batalla de Megiddo
  -Siete meses después
capitulación.

Tutmosis tuvo que enfrentarse desde el comienzo de su reinado con la rebeldía de las ciudades cananeas que quisieron desembarazarse del yugo egipcio. Los cananeos buscaron la alianza con Mitanni, que se extendía más al norte, y formaron una alianza. El rey de la ciudad de Qadesh, fronteriza con el Imperio Egipcio, se erigió como líder de esta coalición. Desde su ciudad enviaba tropas para hostigar los puestos fronterizos egipcios y saquear las caravanas procedentes del Sinaí. El flamante faraón, Tutmosis III, reunió un inmenso ejercito de 10 mil efectivos entre carros de guerra e infantes. La columna formaría varios kilómetros de largo, según las fuentes.

El propio faraón comandó sus ejércitos contra el rey Durusha de Qadesh. Las fuerzas de ambos comandantes eran similares.
La ausencia de campañas de la reina Hatshepsut anima a los cananeos, encabezados por el rey de Qadesh y ayudados por Mitanni, a iniciar una revuelta en Palestina. La muerte de la reina da el pistoletazo de salida a dicha revuelta. El sucesor, Tutmosis III, un joven de 22 años se entera dos meses después. Inmediatamente y sin reparar en que las cosechas están a punto de ser recogidas, decide emprender una acción de castigo contra los rebeldes. En Menfis está acuartelada la División Re y ocho días más tarde se reúne con ella la división Amón, con base en Tebas.
Dos semanas más tarde llegan las tropas a Tjaru, la última fortaleza al este de Egipto, a 6 Km. de la actual Al-Qantarah, en el Canal de Suez. Las tropas repartidas por Palestina se repliegan hacia la ciudad fortaleza de Sharuen, cerca de Gaza, para no quedar aisladas en terreno ya considerado enemigo. Estas tropas se unen al grueso del ejercito de Tutmosis III que pasa por allí camino de Gaza. En cubrir los 190 Km. entre Tjaru y Gaza se emplearán 10 días. Esto supone que el ejercito egipcio marchaba muy lento, a una media de 19 Km. al día, es decir 4 horas de lenta caminata. Pero aun fue más lento el camino entre Gaza y Yehem, debido a que se acercaban al enemigo y el faraón decidiría enviar continuamente observadores para saber el terreno que pisaba.

Yehem está a 40 Km. de Megiddo y allí estaba el rey de Qadesh, Durusha, esperando a recoger la cosecha del Valle de Jezreel para alimentar a sus tropas y lanzarse hacia la conquista del Sinaí. Seguramente ambos contendientes conocían la posición del otro. Frente a Yehem estaba el Desfiladero de Wadi Ara, un estrecho corredor de 15 Km. de longitud y en su punto más estrecho solo tenia 9 mts. de anchura. Araruna era la ciudad que daba paso al Desfiladero. Al otro lado, Megiddo.

El faraón se reúne en Yehem con sus generales para escuchar sus ideas y consejos. Los generales le exponen que hay dos caminos por los que podrían llegar a Megiddo. El primero, por el sur, vía Taanach rodeando el macizo del Carmelo. El otro, más largo, al norte del Carmelo vía Dyefti y Yokneam. Sin embargo hay una tercera vía.

El propio desfiladero de Wadi Ara. Tímidamente, los generales irían exponiendo al joven faraón la locura de cruzar ese estrecho pasaje.

“Habría que hacer pasar al ejercito en una delgada fila como se pasa un hilo por el ojo de una aguja. Se tardaría todo un día para cubrir todo el valle. Cuando ya la vanguardia asomara por el otro extremo del desfiladero, retaguardia aun ni siquiera habría entrado en él”.

Quizás el faraón tuviese más confianza en algún loco estratega o fuese su propia iniciativa, el caso es que decidió que esa seria la vía de acceso elegida. Sorprendería por tanto a las tropas cananeas que esperaban al sur de la entrada de Wadi Ara, en Taanach.

Sobre el medio día emergieron las primeras tropas del Faraón por el angosto desfiladero y fueron formando un cerco para proteger a las que continuaban saliendo como el agua de un odre roto. Se tardaron siete horas en pasar todo el ejército por la rendija. Esa noche los egipcios acamparon al sur de Megiddo, separados de la ciudad por el río Kina.
 (imagen cortesía de El oráculo del Trísquel)

Megiddo es una ciudadela rodeada de altas murallas que se asienta sobre una meseta artificial. Frente a ella se extiende otra meseta más grande que la circunda parcialmente.
La ciudad estaba habitada desde el 7 mil a.C. sin interrupción y estaba perfectamente ubicada en el camino que debían seguir las caravanas que querían para de Siria a Egipto y en busca del mar.

La sorpresa que se llevaron los cananeos fue tremenda. Ellos que esperaban desde hacía dias a que aparecieran por Taanach, lugar elegido como el más propicio para rodear el macizo por ser el más corto y fácil, ellos que habrán preparado el terreno y habrían elegido donde poner sus fuerzas para tener ventaja sobre los egipcios, tuvieron que salir pitando hacia el norte de nuevo, aprovechando que el Faraón tenía que esperar a que todo su ejército cruzase el desfiladero. Quizás debieron arriesgarse y atacar cuando aún estaban en superioridad numérica, pero por alguna razón, quizás esperando que un segundo ejército hubiese tomado la ruta del norte y se lanzase sobre la ciudad desprotegida o sobre su espalda, decidieron tomar posiciones frente a Megiddo, en la explanada que se abría frente a las puertas de la ciudad. ¿Quién iba a pensar que alguien estaría tan loco, quién podría pensar en que aquel jovencísimo Faraón sería tan buen estratega, como para meter a todos sus hombres por aquel pasillo ridículo?

Tutmosis deja descansar a su gente después de la caminata y porqué no, que aplacaran sus nervios. Seguramente el caminar varios kilómetros entre dos altas paredes pensando que de un momento a otro se les vendría todo encima y se convertiría en su tumba sin tener la oportunidad siquiera de defenderse, sería un fuerte estrés para un soldado por muy curtido que estuviere.
Los cananeos por su parte bastante tenían con tratar de reponerse de la sorpresa y montar el campamento y las defensas frente a Megiddo.

Pero a la mañana siguiente Tutmosis hace que todo el ejército egipcio atraviese el Kina y forme en tres grupos frente a la ciudad. Situados al oeste y con dos alas, una al norte y otra más al sur, rodeaban como un creciente la meseta de Megiddo. Al este, la fuerte y escarpada pendiente que servía de defensa natural a la ciudad, impedía la retirada rápida del ejército cananeo.
 Los reyes rebeldes se reorganizaron dentro de la ciudad y ayudaron a los que aun huían del campo de batalla a escalar las murallas, pues las puertas fueron cerradas a cal y canto. Como los egipcios quedaron saqueando el abandonado campamento cananeo, perdieron la oportunidad de conquistar la ciudad y tuvieron que sitiarla. Siete meses tardaron en tomarla y aunque el rey de Qadesh huyó, consiguieron un gran botín y esclavos. Varias ciudades más sucumbieron en el final de la campaña aumentando el poder y las riquezas de Tutmosis.

Como era costumbre, el faraón tomó como rehenes a los hijos de los reyes conquistados y los educó a la manera egipcia para luego devolverlos a sus países y tenerlos como aliados y vasallos. Después de Meggido, Tutmosis continuó con campañas anuales sobre Canaán y Siria para expandir el poder egipcio sobre el norte de Mesopotamia.

Análisis de la batalla


La valentía y astucia de Tutmosis le llevó de forma segura aunque arriesgada hasta el lugar donde su enemigo le esperaba. El rey de Qadesh efectivamente les esperaba, pero no por donde él apareció ni cuando apareció. Se levantó de buena mañana y alguien le comunicó que había un montón de egipcios preparados para darles la paliza de su vida. Se le atragantaría el desayuno seguro. Tanto fue así que corrieron como conejos a encerrarse en casa dejando fuera hasta las zapatillas. Cuando el rey entró y cerró la puerta, el resto de su ejercito se las tuvo que apañar arañando las murallas para meterse dentro. Los egipcios mientras tanto se dedicaron a revolver el campamento como marujas de mercadillo quedándose con todo lo que encontraron. Perdieron el tiempo entretenidos en, si esto me queda bien o aquella oveja es mía, y tuvieron que quedarse en la puerta a esperar que el rey Durusha asomara el hocico. Cuando abrieron las puertas habría dentro de todo menos mesa puesta, y del rey ni rastro. Tutmosis se tiró un órdago y lo ganó. También se podría haber equivocado y que el rey cananeo se hubiera olido la jugada y le hubiera esperado en la entrada del desfiladero, con lo que seguramente hoy habría en el cañón de Aruna un importante yacimiento de huesos y puntas de flecha, y un faraón más, perdido en las arenas del tiempo.



Tutmosis III extendió su poder desde el Eufrates hasta el valle de Napata en la 4ª catarata del Nilo. Dos años antes de su muerte en 1425 a.C. el faraón asoció al trono a su hijo Amenofis. Éste era hijo de la esposa principal, Meritra, que en vida de Hatshepsut llevó también este nombre como consideración hacia la reina, pero una vez muerta ésta y caída en desgracia su memoria, se lo quitó. Tutmosis no nombró a Meritra “Esposa del dios” ni ningún otro título religioso o político y solo fue conocida como “Madre del rey”. Tutmosis no quería dar poder a las mujeres de palacio habida cuenta de como fue tratado en su juventud por su tía.

El poder de Amón en un brete

Amenofis II tomó el trono, en el que su propio padre le había subido dos años antes, y nombró a su madre, Meritra, “Esposa del dios” y “Madre del rey”, títulos que debía haber usado en vida de su esposo. Sin embargo, este hecho provocó que a su vez la esposa de Amenofis, Tiaa, no lo ostentara. Amenofis tuvo fama de poca capacidad como gobernante, cosa que pudo hacer que los reyes cananeos creyeran que ahora sí podían desembarazarse de una vez de los egipcios. Gran error, como no tardaron en comprobar. En varias campañas pacificó el territorio sirio y trajo consigo a varios príncipes a los que no dudó en colgar del templo de Karnak como escarnio y advertencia. “El atleta”, como era conocido, se despreocupó de tal modo que se dedicó a cazar mientras regresaba a Egipto. Se dedicó también a la cacería humana y trajo como botín a cientos de apiru o habiru, antiguos hebreos,  a los que puso a trabajar en la construcción de templos. Quizás fueron estos los hebreos de la Biblia que trabajaban en condiciones infrahumanas, a las que vino a rescatar Moisés. Capturó también a un mensajero de Mitanni al que se cree, ya que la carta no se ha encontrado, que se le confiscó un mensaje destinado a los reyes cananeos para que se levantaran contra Egipto. Mitanni quería ocupar el puesto de Amenofis en la región.
Tiaa, la esposa secundaria de Amenofis, fue nombrada con los títulos que no ostentó en vida de su marido cuando accedió al trono su hijo Tutmosis en 1400 a.C.
El joven Tutmosis IV accedió a un trono de las Dos Tierras cuando no tenía posibilidad alguna para hacerlo. Sin embargo sus hermanos principales habían muerto cuando su padre se reunió con Horus en la barca solar. Así nuevamente, el hijo de una esposa sin renombre fue nombrado faraón. No obstante, como era habitual, hubo de casarse con alguna de sus hermanas principales. Mutemuia, Iaret y Nefertari se convirtieron en las garantes del deseo de los dioses de que Tutmosis fuera el rey. Pero no quedaba ahí la cosa, era necesario que los sacerdotes del templo refrendaran ese derecho. Consciente del inmenso poder que tenían los sacerdotes de Amón en Karnak, Tebas, el nuevo faraón comunicó a sus súbditos que el dios-sol Ra le había anunciado que sería ungido rey si desenterraba la Gran Esfinge de Giza, olvidada en las arenas del desierto. Se desvinculó así del clero de Amón, que había ido acumulando riquezas y prebendas desde la época de la Guerra de Liberación.
El faraón estaba casado antes de ser nombrado rey, con la princesa siria o hurrita Mutemuia. Esta boda fue fruto de las alianzas matrimoniales iniciadas por su padre Amenofis y por el rey Artatama I de Mitanni para mantener la paz en el norte de Siria. Los hurritas de Mitanni estaban cada vez más presionados por los hititas y los sirios que querían eliminarlos del plano de Oriente Medio. La alianza con Egipto era necesaria para aliviar la tensión en sus fronteras.
Tutmosis IV vivió en paz en sus fronteras, y murió bastante joven. Sus hermanas-esposas Iaret y Nefertari, solo le dieron hijas y por tanto, de nuevo, el menos previsto fue el que le sucedió. El hijo que tuvo con Mutemuia, nacido antes de que le nombraran faraón, personaje insignificante descendiente de un personaje insignificante, fue coronado como Amenofis III cuando solo contaba doce años.
Amenofis tuvo un largo reinado de 39 años en los que vivió como un autentico sultán. Las fronteras estaban en paz desde su abuelo Amenofis II y todos le pagaban tributos. Su principal divertimento era cazar y pasear. Le encantaban las mujeres y convirtió su casa en una autentico harén, alimentado cada año con princesas enviadas por todos los reinos vecinos. De la numerosa corte de esposas que le acompañaba, solo tres llegaron a ostentar el título de “Esposa Real”.
La princesa hurrita Giluhepa, hija del difunto rey de Mitanni, Shuttarna II, fue enviada a Egipto por su hermano, el actual rey Tushratta. Era un don remitido al nuevo faraón como regalo y ofrenda de amistad mutua. Amenofis III y Tushratta se trataban de hermanos en las cartas que se enviaban. Los hititas tendrían mucho cuidado de enfrentarse ahora con el rico rey de Mitanni. Cuando Giluhepa llegó a Tebas con toda una corte de sirvientes fue nombrada inmediatamente “Esposa Real” y se fue a vivir con la que ya era “Gran Esposa” del faraón, Tiy, de la que hablaré más adelante. Giluhepa desapareció entre las damas del harén y su historia se desvanece. Posiblemente cambió de nombre o murió de enfermedad al poco de llegar a Tebas. Mientras tanto, más allá del desierto, su hermano Tushratta se preocupaba. No por la suerte de su querida hermana, sino más bien por la suerte del tratado de amistad entre él y Amenofis. Pero desde el país del Nilo no llegaban noticias. Había un niño en la corte, que era príncipe, pero no era hijo de la reina Tiy. Su nombre, Tutmosis, da una pista de que pudiera ser hijo de Giluhepa, ya que ese nombre era elegido para los niños nacidos de la segunda esposa de esta dinastía  Por desgracia Tutmosis que hubiera reinado como el V de su nombre, no sobrevivió a su anciano padre.
El rey de Mitanni no se daba por vencido y si de Egipto no le llegaban noticias, tomaría cartas en el asunto. Para eso tenía una hija, Taduhepa, a la que envió como regalo a Faraón en cuanto tuvo edad de casarse. Amenofis en cambio tenía ya demasiadas esposas y concubinas y no tomó aquel regalo como algo importante, quedando la princesa como una de las múltiples esposas secundarias.
Mientras el faraón se divertía en Tebas, la que en realidad gobernaba Egipto era de nuevo una mujer, Tiy. La “Gran Esposa Real”, la “Madre del rey”, era de origen noble. Su padre, Yuya, era el comandante de los carros de combate de Egipto, y era por tanto de origen asiático. Su vida alcanzó tan altas cotas de poder gracias a su suegra, Mutemuia. La madre del faraón, al ser no solo secundaria sino además extranjera y asiática, debió recibir muy mal trato por parte de las otras esposas reales, hermanas de su marido Tutmosis. Como las principales no dieron hijos varones al faraón y ella sí, a la muerte del rey se cobró venganza. Lo primero que hizo fue evitar que su hijo tomara esposas entre sus hermanas egipcias.
Posiblemente Mutemuia se dio cuenta de que una tras otra, las esposas de Tutmosis solo le daban hijas, y con solo diez años casó al pequeño Amenofis con Tiy que contaba solo ocho. La salud de Tutmosis no debió ser muy buena porque dos años después murió y dejó a Mutemuia como dueña de los destinos de Egipto. Mutemuia se encargó de adiestrar, tanto a su hijo como a su nuera, niños aun, para que uno y otra estuvieran siempre unidos y Amenofis dependía totalmente de su esposa. Tiy no era bien vista por los sacerdotes de Amón, una descendiente de aquellos que tuvieron a Egipto en un puño durante un siglo, y por ello sabiamente se mantuvo en un segundo plano. De todas formas su suegra le supo inculcar que lo que no debía hacer en público bien podía hacerlo en los aposentos reales. Era en las habitaciones reales donde el pobre Amenofis se dejaba aconsejar por su esposa, sabida la debilidad por el sexo femenino de su esposo, sabría que encantos dedicarle.
Entre los sacerdotes de Amón, que ya con su padre dejaron de recibir tantas dádivas, y la reina Tiy se encontraba, a modo de intermediario, el escriba y arquitecto Amenhotep (llamado hijo de Hapu). La reina seguía el culto a Atón, el disco solar, y Amenhotep trató de suavizar las diferencias creando una deidad mixta que pasó a llamarse Amón-Ra. Esto no arregló nada ya que los sacerdotes de Amón acapararon el culto y volvieron a distanciarse de la reina Tiy. Amenhotep ideó una nueva estrategia, alejar a Tiy de Tebas. Pero claro, era la “Esposa del Dios”, donde enviarla que no la ofendiera ni a ella ni al faraón. Justo frente a Tebas, al otro lado del río, Amenhotep levantó un suntuoso palacio, Malkata.
Con un inmenso lago en el centro, alimentado a través de canales  por las aguas del Nilo, el palacio era vergel. Comenzado a construirse hacia 1379 a.C. en adobe y ladrillo fue habitado por la familia real alrededor de 1361 a.C. Lo que en principio fue un lugar para el alejamiento de la incómoda Tiy resultó ser el lugar de retiro y solaz del faraón, que dejaba pasar sus días cazando y navegando por los canales de Malkata. Sin embargo, la reina Tiy, desde ese retiro contaba con muchos aliados en la corte y seguía rigiendo los destinos de las Dos Tierras. Y tenía algo aún más importante, al heredero del Faraón, al que estaba educando en el culto a Atón, alejándolo de los poderosos sacerdotes, cubiertos con piel de leopardo, del templo de Karnak. 

10 de diciembre de 2012

Imperio nuevo. XVIII Dinastía (I)





La última pirámide

 

Egipto al fin está unido de nuevo bajo un mismo faraón y los extranjeros no solo están fuera de la tierra del Nilo, sino que “el Gran Libertador” Ahmose I ha llevado las fronteras más allá del desierto, hacia Asia Menor atravesando el Sinaí y hacia Nubia en el sur. Sin embargo el antiguo culto ancestral ha sido roto por culpa de los herejes hicsos. Los secretos de Horus fueron revelados y sus sacerdotes destituidos. La religión solo se mantuvo en Tebas. Pero en Tebas, el dios principal no es Horus ni su padre, Osiris. En Luxor se venera a Amón, el señor de la guerra.

Amón pasó de ser un dios provincial a ser el dios principal de Egipto. En principio era llamado “el oculto” y simbolizaba al viento del desierto que todo lo quema y era representado por un hombre de piel rojiza (quemado por el viento ardiente) o un carnero. Se decía que nadie podía verlo pero todos podían sentirlo. Su culto era venerado en un templo cuyo santuario principal estaba restringido a los sumos sacerdotes. En las múltiples procesiones que se hacían a lo largo del año litúrgico, siempre iba oculto por cortinajes que impedían ver la imagen del dios. Sus cultos y rituales eran secretos.

Este hecho diferencial, propició el que una vez descubiertos los ritos de Horus por los extranjeros, el culto hermético de Amón pasara a formar parte de la religión principal de los faraones. Cualquiera podía saber los ritos de los demás dioses, incluso un bárbaro extranjero, sin embargo los de Amón habían permanecido intactos y secretos. Era como la única cosa que había escapado a la impureza y por tanto se consideró un signo de que era el verdadero culto. Por tanto, Amón no solo desplazó otros cultos que quedaron relegados a pequeños homenajes y festivales campesinos y locales, sino que condensó a otros dioses principales, como Rá-el Sol, Osiris y Horus, Ptah, etc.

Pero Ahmose era de la vieja escuela y a pesar de ser tebano, y de que su madre y su esposa/hermana estaban posiblemente influenciadas por los sacerdotes de Amón, quiso (o quisieron) que tuviera una pirámide. La pirámide es un símbolo asociado al culto del sol, es decir Rá, y la religión tebana no es muy dada a símbolos exteriores. El faraón, que al morir se convierte en el mismo dios (Amón) no puede tener un símbolo que indique claramente donde está enterrado. Hay que recordar que Amón es “el oculto”. Sin embargo, aunque no fue enterrado bajo la pirámide, sí se levantó una en su honor. Sobre una base de escombros se levantó la estructura exterior. Desde el principio se ve que los antiguos arquitectos/sacerdotes que habían creado desde hacía cientos de años las grandes pirámides que aun hoy podemos disfrutar, habían desaparecido con el culto a Horus y la tradicional religión egipcia. Los malditos hicsos habían arrasado el país culturalmente. Las caras de la pirámide eran, según las dos únicas hiladas que quedan gracias a estar enterradas, de 60º frente a los 51º de la de Keops. Esto la hace menos estable y como quedó demostrado, al poco de construirse se desmoronó el interior de escombros y la estructura exterior quedó dañada. Los sillares de caliza fueron usados en otras construcciones funerarias posteriores. Así, el destino de la que probablemente sea la última pirámide quedó en un montón de escombros de ladrillo y adobe casi antes de que desapareciera la propia dinastía que creó “el Gran Libertador”.

Los ahmosidas

 

En el año 1525 A.c. tomó las riendas del país del Nilo, el hijo de Ahmose. Amenofis I continuó la labor de reconstrucción de su padre y llegó a la segunda catarata, acorralando a los reyes nubios en el Sudán. Continuó así mismo la reconstrucción de templos, no solo de Amón (en cuyo honor llevaba su nombre), sino de otros dioses. Su esposa/hermana, Ahmose Meritatón, permanecía relegada a un segundo plano mientras la madre de ambos, Ahmose Nefertari, acompañaba en todo momento a su vástago como digna hija de la gran Ahhotep. La reina guerrera había enseñado perfectamente a su hija que con la muerte del faraón, el reino quedaba durante un tiempo en un estado crítico. No era momento de encerrarse a derramar lágrimas, para eso estaban las plañideras, era momento de mantener a raya a los nobles de escasa confianza y apoyarse en los más sumisos y en los fuertes pero leales. Continuar con la política mientras se preparaban las exequias del difunto rey. Al igual que de niño le acompañaba en sus primeros pasos en la vida, la reina madre debía acompañar a su hijo en los primeros pasos como rey para tener constancia de que su educación había dado buenos frutos.

Amenofis I era un devoto de Amón y por tanto los sacerdotes tebanos estaban de enhorabuena. Frente a la ciudad de Tebas, en el margen oeste del Nilo, existía un paraje que ya fue usado como cementerio real por el faraón de la XI Dinastía, Mentuhotep II. El magnífico templo situado en las laderas de las barrancadas montañas se erguía aun en pie. Mentuhotep II había sido, aparte del reunificador de las Dos Tierras, un reformador en cuanto a ritos funerarios. Su devoción por Montu, primitivo dios del que proviene Amón, y su origen tebano le conferían ese carácter guerrero y hermético que caracterizó siglos después a los libertadores del Imperio Nuevo. Con el fin de que los constructores de complejos funerarios no tuviesen un carácter temporal, sino que fuese un trabajo a tiempo total y bien remunerado, creó la ciudad de Set Maat “el lugar de la verdad” (Deir el-Medina). Reunió allí a los mejores artesanos y constructores, y les proporcionó una vida relajada y apartada de la que era la vida común de cualquier campesino o artesano egipcio. Tal fue el grado de satisfacción de los habitantes de la ciudad de los artesanos que divinizaron al faraón como su patrón, rindiéndole culto en la ciudad.

La pobre Ahmose Meritatón murió sin poder dar al faraón Amenofis ningún hijo que le sobreviviera a él. Así, cuando éste murió en 1504 A.c. le sucedió el que hubiera sido su yerno, pero se convirtió en cuñado, Tutmosis.

Tutmosis I se casó con una de las hermanas menores de Amenofis, llamada como su padre y como su madre, con el nombre de familia de la Dinastía, Ahmose. Sin embargo, la joven reina nunca llegó a ser importante ya que, a pesar de ser la única Esposa Real, nunca llegó a ser “Esposa del dios”, lo cual quiere decir que existía una hermana mayor o una tía que ya lo ostentaba, y que de ésta pasó a la hija de Tutmosis. El faraón inició una serie de campañas en Siria, Mitanni y Nubia, alcanzando la máxima extensión conocida hasta entonces. Cuando llegaron a Siria los soldados egipcios quedaron sorprendidos al contemplar un extraño río cuyas aguas iban hacia arriba. Se trataba del Eufrates, que discurre de norte a sur, al contrario que el Nilo. Su arquitecto, Ineni, tuvo el honor de ser el diseñador del Valle de los Reyes.

A Tutmosis I le sucedió en 1492 A.c. su hijo, también de nombre Tutmosis. Era hijo de una de las esposas secundarias, Mutnefer, y por tanto no tenía derecho al trono en principio. Esto se solucionó, como ya venía siendo habitual, casándose con la hija principal del faraón anterior, en este caso era su hermana Hatshepsut. Tutmosis II apenas tuvo relevancia, quizás nunca fue educado para ostentar el trono. Fue Ineni, que aparte de arquitecto era chaty de Tumosis I, es decir el mayordomo o senescal de palacio, el hombre más influyente después del propio faraón, quien para no dejar el trono en manos de cualquiera y que lo conseguido en los últimos años no se fuera a pique, lo unió a la princesa heredera y así lo legitimó en el trono. Sin embargo, Hatshepsut era orgullosa, no en vano era hija, nieta y bisnieta de las poderosísimas reinas tebanas de la dinastía. No le gustó demasiado la idea de Ineni. Ella quería gobernar, pero no como consorte. La corte era un redil de corderos y el pastor era Ineni. Hatshepsut sabía que no podía contar con nadie en palacio y por ello buscó donde sabía que ella y sus ascendientes eran respetados, el templo de Amón.

Ni corta ni perezosa se rodeó de fieles y adeptos de la casta sacerdotal. El principal era el sumo sacerdote Hapuseneb. Era además familia suya ya que su madre, de nombre Ahhotep, era de la casa real. Otro personaje importante era Senenmut, un militar que acompañó a Tutmosis I en sus campañas y que fue nombrado preceptor de la princesa. Por tanto a la muerte del faraón quedó como tutor y llegó a convertirse en mano derecha de Hatshepsut. Entre ambos lograron conformar un tejido protector alrededor de la reina y comenzaron a ir acumulando poderes, ya que el faraón Tutmosis II era un pusilánime y temían que llevara a Egipto de nuevo al fracaso.

 

Murió Tutmosis II sin que la Esposa Principal le diera heredero varón e Ineni se apresuró a nombrar al que había tenido con una de sus esposas secundarias, Isis. Pero Hatshepsut no iba a permitir que se le volviera a dar de lado. Como Tutmosis III era un jovencito de unos diez años, ella asumió la regencia y puso todos los impedimentos posibles para que no se celebrase, por mucho tiempo, el matrimonio sagrado con la princesa Neferura que legitimaría al hijo de la concubina. Hatshepsut se coronó a sí misma como faraón en presencia del propio Tutmosis. El joven poco podía hacer por evitarlo. Tenía escasos seguidores en palacio y sobre todo, lo que era más importante, en el Templo de Amón. No estaba casado con una princesa descendiente de las grandes reinas, ya que su tía le negaba el matrimonio con su hija. Firmaron un acuerdo tácito por el cual ella se encargaba de la política en tanto que él se dedicaría a lo militar. Mientras tanto la joven Neferura se criaba ajena a todo bajo el manto amoroso del que las malas lenguas decían que era su padre verdadero, Senenmut. La reina la nombró Esposa del dios aun estando soltera y la asoció a su trono como Heredera Única. Tal vez pretendía formar una dinastía de reinas.

A partir de entonces la reina asumió todos los títulos masculinos excepto el de “Toro Poderoso”. Se hacía representar como hombre e incluso se colocaba una barba postiza en público. Dio gran poder al clero de Amón, haciéndole donaciones de tierras y oro, en detrimento de otros dioses. A cambio, estos le ofrecieron una historia con la que la afianzaban como el monarca más poderoso que jamás había pisado Egipto. Le crearon una historia por la cual ella no era hija de Tutmosis I sino del mismísimo Amón, que una noche visitó a su madre y la dejó encinta. Se dotaba así de un carácter divino mayor que el de cualquier otro gobernante. Ella no sería una representación viva de un dios a la espera de morir para fundirse en uno con el dios. Ella era la hija de dios, y por ende, una diosa.

A la larga, la relación de Hatshepsut con el clero de Amón trajo la desgracia a su dinastía, pero ella gobernó con el máximo poder jamás imaginado. La reina promovió varios viajes por mar hacia el sur de Arabia en busca de la mirra de Punt, la tierra de la mítica Saba. También dio un gran empuje a construcciones tanto religiosas como civiles gracias a su arquitecto y posible amante Senenmut. El segundo gran sabio de la Historia, después de Imhotep y antes de Arquímedes, creó el más hermoso templo para su reina. El Dyeser-dyeseru (Sanctasanctórum) o “Templo del millón de años”. Una serie de tres terrazas columnadas que se adentraban en la ladera de la montaña. Dos largas rampas de ascenso a cada terraza, a cuyos lados se extendían bellos jardines. Una larga fila de esfinges con el rostro de la reina y una serie de estatuas de Osiris, con los rasgos de la faraón, hoy desparecidos por la furia que se desató contra ella a su muerte, remataban el monumento. La más bella obra jamás creada en Egipto y un adelanto de lo que sería la línea clásica que se desarrolló en Grecia siglos después. Mientras tanto, Senenmut se construía una cripta justo enfrente del templo de Hatshepsut. Un simple agujero de 97 metros de largo (denominada hoy tumba TT353) consistente en unas escaleras que se cortan por varias cámaras sencillas que sin embargo contienen una gran carga emocional. En las paredes puede verse a Senenmut con Hatshepsut en actitud cariñosa, e incluso hay algún graffiti en el que se ven en actitud más que cariñosa. El corredor pasa bajo el propio templo de la reina en una especie de intento de estar junto a ella incluso tras la muerte y existen dos puertas falsas esculpidas en ambos templos (se supone que estas puertas falsas eran por las que las almas de los muertos podían salir de sus tumbas) que tienen dos ojos de Horus tallados que se unen en una imaginaria línea que se trazase.

Por último, existe la teoría de que este sacerdote/arquitecto que reunió en su persona todos los cargos posibles como administrador y supervisor de todos los aspectos de la política interna del Imperio, fuese el mismísimo Moisés de la Biblia. Su nombre coincide tanto en lo etimológico como en su escritura (si lo ponemos al revés lo cual en egipcio no cambia el sentido). Sen Mut, hijo de las aguas y Moses, salido de las aguas. Sus orígenes son igualmente plebeyos y oscuros, Senenmut dice ser descendiente de un tal Ra-moses, un campesino “khabiru” (nombre con el que se denominaban a los cananeos) y Moisés de un esclavo hebreo. Ambos llegaron a lo más alto en la corte del farón y acapararon los mayores títulos. Ambos desaparecieron de repente sin dejar rastro. Moisés se marchó, según el Éxodo, al golpear y matar a un guardia egipcio que flagelaba a un anciano hebreo. Senenmut desapareció sobre el 1473 A.c. y su momia no ha sido aun identificada, quedando pues la incógnita de si murió en Egipto y está por aparecer algún dato que la identifique o si verdaderamente desapareció en vida y murió fuera del Imperio.

Al desaparecer Senenmut y fallecer la joven Neferura, Hatshepsut inició su declive. Un año más tarde dejaría todo su poder a su sobrino Tutmosis que ya era un gran militar. Siguió siendo considerada faraón hasta su muerte en 1468 A.c. pero ya nada sería igual. Aquejada de osteoporosis y con un grave absceso en la boca, falleció a los 22 años de reinado, de septicemia. Su grandeza fue borrada de la historia, no así la inmensa mayoría de su legado, por su sucesor o por los sacerdotes de Osiris en su nombre. Tutmosis III no quería que la familia de su tía quisiera deslegitimarle nuevamente. Quedaban atrás, suntuosos templos, viajes exóticos y campañas militares a Nubia y Gaza (comandadas por el propio sobrino) y sea abría la puerta a un gran faraón que será recordado como el “Napoleón egipcio”.

24 de noviembre de 2012

Segundo Periodo Intermedio

Los faraones extranjeros
La hija del rey Amenemhat IV, Neferusobek, fue el último gobernante de la XII Dinastía. La belleza de Sobek, el dios Nilo, dejó su cetro y su trono a su esposo quizás. Este no era otro que Jutauyra que gobernó desde la aldea real de El-Lisht a unos sesenta Km. al sur de El Cairo. Dos años, de 1759 a 1757 a. C. duró el pobre Jutayura.
Sigue a este faraón una lista de gobernantes que fueron reconocidos tanto en el Alto Egipto, hasta la isla de Elefantina y la propia Nubia, como en el Delta del Nilo. Se sucedieron 45 faraones que fueron turnándose en el trono, accediendo a él la mayoría de las veces nombrados a dedo por el faraón moribundo, de entre los funcionarios reales. Algunos se mantuvieron unos años en tanto otros tan solo duraron unos meses.
Durante el reinado de Sebekhotep IV, allá por el 1700 a. C., el faraón que más tiempo se mantuvo en el trono de la XIII Dinastía, se produjo una fragmentación del poder real. Mientras el faraón iniciaba una campaña al sur, en la Baja Nubia, se produjo una escisión en el Delta. La zona se dividió en dos reinos, uno al oeste con capital en Xois y cuyos reyes son desconocidos pero probablemente cananeos asentados en la zona; el otro al este con capital en Avaris, del cual se conoce que fueron 76 los reyes que se sucedieron en los 50 años que duró la que ha dado en llamar la XIV Dinastía.



En el año 1650 a. C. Avaris es tomada por un rey de raza cananea, Salitis. Este soldado pone fin a la XIV Dinastía egipcia instaurando la XV Dinastía que gobernaría el Delta del Nilo dejando el reino de Xois, al oeste, en manos de funcionarios nombrados por ellos. Era más bien desinterés por la pantanosa zona occidental lo que permitió a este último vestigio de la anterior dinastía seguir gobernando su región. Mientras tanto, en el Alto Egipto, seguía “gobernando” un faraón egipcio, Suadyetu. Pero el verdadero poder estaba en el norte, en manos de los que los egipcios llamaron heqa-jasut “gobernantes extranjeros”, y que han llegado hasta nosotros con el nombre griego de Hicsos.



Llegados como comerciantes a lo largo de los siglos anteriores, durante la XII dinastía, fueron incorporándose al ejército como voluntarios y ocupando puestos relevantes en la administración. Los egipcios no tenían un ejército fijo en aquella época y su armamento era escaso y pobre, hecho principalmente de cobre. Los hicsos en cambio tenían una ruta con los reinos asiáticos por donde les llegaban innovaciones de todo tipo, entre ellas el bronce y las armas curvas y los arcos.



La historia de José, hijo de Jacob

Tenía Jacob doce hijos, pero su preferido era José. Era José como Jacob, inteligente, manso y sabio. Tanto era así que a pesar de ser undécimo y ser hijo de la segunda esposa, fue nombrado heredero principal por su padre. Vivian en Canaán como pastores. Los hermanos de José envidiaban su suerte. Cierto día envió Jacob a su hijo ya que sus hermanos habían salido a apacentar al rebaño y aun no habían regresado. Cuando le vieron llegar vestido de brillantes colores mientras ellos llevaban ropas oscuras decidieron matarle. Rubén, el primogénito, les convenció para que no lo hicieran, sin embargo sí le tiraron a un pozo seco mientras discutían que hacer con él. Justo pasaba una caravana hacia Egipto y decidieron vendérselo como esclavo. Así llegó José a Egipto.
Cuando regresaron, los hijos de Jacob dijeron que solo encontraron sus ropas ensangrentadas, que algún animal habría dado cuenta de él, sumiendo a su padre en una gran tristeza.
Mientras, en Egipto, José fue comprado por Putifar, el jefe de la guardia del Faraón. Como demostró saber de números, lo puso a administrar su casa con muy buenos resultados. La esposa de Putifar no tardó en fijarse en él, pero como éste la rechazó, decidió vengarse. Le acusó de intentar violarla y a pesar de que Putifar confiaba en José tuvo que enviarlo a la cárcel ante la insistencia de su rica esposa.
En la cárcel conoció al copero y al panadero real que también estaban allí presos. Un día el copero le contó un sueño que había tenido: De una vid salían tres sarmientos que florecieron en tres racimos. Tomó los racimos y los exprimió en la copa del Faraón de la cual bebió el rey.
José interpretó el sueño como que en tres días estaría de nuevo sirviendo vino al Faraón. Acto seguido el panadero se acercó y contó el suyo: Iba con tres cestas de pan en la cabeza de las que le gustaban al monarca. Los pájaros picoteaban el pan hasta comérselo todo.
José dijo que en tres días el panadero seria decapitado y su cuerpo colgado para que los pájaros lo devorasen. Pasaron tres días y todo sucedió como él había vaticinado. Cuando salió de la cárcel, el copero olvidó a José que le había pedido que hablase por él al Faraón.
Pasaron dos años y un día el gran rey se despertó sobresaltado. Había soñado con siete hermosas vacas pastando, pero del Nilo vinieron siete vacas flacas que las devoraron aunque seguían estando flacas como antes. Luego soñó con siete espigas de trigo cuajadas de granos gordos y dorados. Crecieron a su lado siete espigas sin apenas granos, negras y quemadas del sol, que ahogaron a las siete gordas espigas. El copero lo oyó y recordó a José, entonces el faraón lo mandó llamar. José interpretó los sueños. Vendrían siete años de buenas cosechas y buena crianza seguidos de siete años de sequía y hambre. El Faraón decidió enviar visires y durante siete años recogió en los graneros todo el grano de Egipto. Cuando efectivamente llegó una época de plagas y sequías, el faraón repartió grano entre su pueblo y evitó así no solo el hambre sino las rebeliones. En recompensa le nombró gobernador y le ofreció como esposa a la hija del propio Putifar.
Durante los primeros años de escasez, los hijos de Jacob el cananeo se acercaron a Egipto a pedir comida. José los recibió en audiencia y aunque ellos no le reconocieron, él a ellos sí. El como transcurrió la reunión y como al final se quedaron en Egipto es una historia que no viene a cuento, quien esté interesado tan solo ha de acudir a la Biblia (Libro del Génesis).


La cuestión es que así explica la mitología judía la llegada de elementos orientales a Egipto. Evidentemente, las dinastías posteriores genuinamente egipcias no los vieron así. Los vieron como invasores extranjeros que arrasaron Egipto a hierro y fuego. Nada más lejos de la realidad. Los pueblos cananeos, hábiles comerciantes habían ido tendiendo redes de comercio por todo el Mediterráneo oriental y Oriente Próximo. Desde el inicio del II milenio A.c. el cambio climático en Europa trajo una gran actividad a los pueblos indoeuropeos y en especial a los hurritas e hititas. Éstos, como ya vimos en el capítulo dedicado a ellos, comenzaron a presionar sobre los pueblos semitas de Mesopotamia y ya en el S XVII A.c. habían hecho con el poder de las principales ciudades de la zona. Los que no quisieron plegarse a ellos se marcharon. Pero el único camino hacia un lugar donde asentarse era hacia el suroeste, a Egipto. Y el mejor sitio, el Delta. Los cananeos llegaron en pequeñas oleadas y fueron creando pequeños emporios comerciales en las ciudades del Delta, tomando cargos de relevancia en la administración pública del Faraón. Cuando los reyezuelos de la XIV dinastía ya no podían mantener más su poder, los jefes tribales cananeos, que mantenían pequeños ejércitos personales, decidieron que si eran ellos los que traían el dinero a casa era justo que fuesen ellos los que gobernaran. Los hicsos no cambiaron la cultura del país ya que habían asimilado la cultura egipcia mucho tiempo atrás. No modificaron la lengua, los dioses o la escritura. Tan solo se sabe de ellos que gobernaron bien y sin apenas conflictos importantes.
La XVI dinastía eran reyes también asiáticos que gobernaban el oeste del Delta, la zona pantanosa, bajo el mando de los hicsos de la XV dinastía. Estuvieron prácticamente durante el tiempo que duraron los hicsos.

La rebelión de los autóctonos
Los faraones de la XIII Dinastía tuvieron su continuación en la XVII. Esta es contemporánea con la XV Dinastía que gobernó el Delta bajo el poder de los extranjeros hicsos. Resumiendo podría decir que la Dinastía XIII se rompió a la mitad de su mandato y tuvo que gobernar junto a la XIV en el terreno que le dejaron en mitad del Nilo. La XIV fue depuesta por la XV, también extranjera, que a su vez dividió el Delta en dos. La mejor parte se la quedó y la zona oeste con más canales y pantanos se la cedió a unos funcionarios cananeos que reinaron con el nombre de XVI Dinastía.
Espero haberlo dejado claro.
Al sur de la Isla Elefantina, donde hoy se levanta la presa de Asuan, comenzaba el reino de Kush. La antigua región de Nubia, hoy Sudán. Los kushitas o “negros”, como los llamaban los egipcios, se asentaban en un territorio rico en oro. Los egipcios siempre habían dominado la zona hasta la llegada de los hicsos. Cuando la XIV Dinastía destruyó el poder absoluto de la XIII, los kushitas destruyeron los fuertes egipcios.
La XVII Dinastía vivió en relativa paz con los poderosos reyes comerciantes hicsos de la XV. De espaldas a los nubios kushitas con quienes no tenían apenas relación. Esto fue así durante los primeros 65 años de la dinastía, de cuyos faraones apenas se sabe nada más que sus nombres y como es habitual, de algunos incluso se duda su existencia o se cree que son distinto nombre para un mismo faraón, incluso nombre de grandes hombres de palacio que gobernaron como regentes.
En el año 1560 A.c. sube al trono de Tebas el faraón Taa, cuyo reinado fue tan insulso como los anteriores de no ser… de no ser por su esposa la reina Tetisheri.
Tetisheri era de origen plebeyo, hija de un juez de la ciudad de Tebas llamado Tyenna y una simple ama de casa llamada Neferu. Sin embargo el faraón Taa se enamora de ella y no solo la nombra Gran Esposa Real, lo que es lo mismo, la que manda entre todas la esposas del faraón y además madre del posible heredero, sino que la hace partícipe del gobierno del reino. Taa debió darse cuenta del potencial y la inteligencia de su esposa ya que este privilegio era muy raro en Egipto. Él se vería a sí mismo poca cosa, así que dejó que su esposa gobernara aunque fuese él mismo quien dictara las órdenes. Pero no fue sino durante el reinado de su hijo Seqenenrá o Taa II, cuando se vio quién era esta señora.
El padre de Seqenenrá no llegó a un año en el trono y fue a él a quién Tetisheri inspiró el odio hacia los hicsos. Una embajada de la XV Dinastía vino a decirle al rey que debía sacrificar a los hipopótamos sagrados ya que no dejaban dormir al faraón Apofis I. Esta es una manera simbólica de decir que había conspiradores en su palacio y el faraón quería que los eliminase. Seguro que los anteriores no hubiesen dudado, pero no tenían a Tetisheri de madre.
Seqenenrá agasaja al mensajero y le envía de vuelta a Avaris diciéndole que haga saber al rey Apofis que no tardará en tener noticias de él. Efectivamente, en cuanto el embajador se marcha, Seqenenrá se nombra faraón de todo Egipto y arma un ejército para marchar hacia el norte. En Tebas quedan su madre, su hermana-esposa Ahhotep con su hijo Ahmose y su otra hermana-esposa Inhapi y su hija Hentimehu. Todos estos tendrán mucho que hacer en los días venideros. El nuevo faraón sorprende a Apofis reconquistando ciudades hasta llegar a la actual Deir el-Balla. Desde allí el jovencísimo faraón lanzó un ataque contra las tropas hicsas mejor pertrechadas. El faraón iba al frente de sus tropas y por ello fue llamado Taa “el grande en la Tierra”. Seqenenrá fue atacado por un enemigo que le golpeó en el pómulo dejándoselo destrozado y una vez derribado le fue asestado un hachazo en la frente que le abrió el cráneo. Para rematarlo le hundieron una daga en la nuca.


La masonería, herederos según ellos de los conocimientos de los sabios egipcios, mantienen otra versión que si bien no es académica, merece ser añadida a modo de curiosidad.
Según los masones, los hicsos trajeron a Egipto el culto a Baal, su dios principal. Loa egipcios asociaron enseguida al dios Baal con su odiado Seth, señor del desierto, de la tormenta y la guerra, protector de las caravanas; relacionando a los hicsos lógicamente con los comerciantes y caravaneros cananeos que vinieron del desierto del Sinaí. Seth, era junto a Ísis y Osiris, la triada divina principal de Egipto. Según la mitología Osiris reinaba en Egipto junto a su esposa Ísis y su hermano Seth. En un momento dado, Seth asesina a Osiris cuando éste paseaba junto al Nilo arrojándolo al río. Luego cortó el cuerpo en 42 pedazos (el número de nomos o provincias primigenias) y lo esparció a lo largo del río. El motivo parece no estar claro pero los distintos escritos apuntan a que se trató de una venganza por una afrenta (unos dicen que Osiris golpeó a Seth y otros que le ofendió acostándose con la esposa de Seth). Seth gobernó Egipto y mientras Ísis recogió los pedazos y los reunió (salvo el pene, lo cual da pistas sobre cual pudo ser la causa de sus asesinato). Anubis, hijo adoptivo de Ísis, reconstruyó el cuerpo y lo embalsamó. Ísis insufló con su poder la vida de nuevo en Osiris para que la ayudara a engendrar un hijo con el que poder vengar su muerte. Así fue como vino al mundo Horus, el dios con cabeza de halcón que simboliza el nacimiento y la justicia. Cuando Horus fue mayor se enfrentó a Seth y lo desterró fuera de Egipto aun a costa de perder un ojo. Desde entonces Osiris navega en la barca solar cuando esta va por el inframundo y protege a los muertos; Horus gobierna Egipto en nombre de Ra/el Sol gracias al ojo mágico que su madre le dio; y Seth gobierna en el desierto a los pueblos extranjeros.


Según la creencia masónica, Apofis (que curiosamente era el nombre de la maléfica serpiente que cada día luchaba por detener la barca solar) quería saber los “secretos de Horus”, el rito por el cual el faraón al morir se convertía en Osiris y reinaba durante toda la eternidad. El faraón Seqenenrá y sus sacerdotes de Tebas no iban a permitir que un rey extranjero y seguidor del culto a Seth supiera los misterios para convertirse en su dios más venerado y que además pudiese acceder al inframundo, para alcanzar la vida eterna. El rey cananeo envió a un sirviente suyo que bien podría ser parte del mito bíblico de José. Según cuenta el Génesis, José se casó con la hija de un sacerdote egipcio y le dio dos hijos: Manasés y Efraím. Sin embargo ninguno de los dos fue sacerdote, así como tampoco lo fue José. Según la masonería, fueron dos cananeos (hicsos) a ver a un sacerdote para que les diera el secreto de la inmortalidad, el secreto de Horus. Éstos se afeitaron las barbas y se raparon al estilo egipcio para penetrar en el templo y trataron de sonsacarle (¿a un familiar?) el secreto pero no los consiguieron y lo mataron. Uno de los sacerdotes les diría que el único que podría saber el secreto sería el propio faraón así disfrazados de sacerdotes le esperaron en una de sus habituales visitas al templo. Una vez allí le asaltarían y le intentarían sacar a la fuerza el secreto. Al negarse le matarían de la forma tan cruel como se aprecia en su momia.

Seth
Conclusiones
Es posible que de toda esta mitología podamos sacar en concreto que el faraón llamémosle, de la casa, se viera cada vez más amenazado por unos reyes poderosos pero extranjeros que no seguían sus costumbres ni su religión. Seguramente la visita del embajador fue una especie de advertencia. Según el papiro de “Sallier I”, escrita por el escriba Pentaur como ejercicio para la escuela doscientos años más tarde, el faraón se quedó estupefacto. ¿Cómo podía saber un extranjero del estanque que se hallaba en Tebas, a 700 Km. de Avaris y que contenía los hipopótamos usados en la caza ritual contra Seth? Esto era un secreto religioso que no debía ser desvelado. Lo primero es que este culto iba dirigido contra el enemigo principal del dios más venerado por los egipcios, es decir contra Seth, que era a su vez el dios principal de los hicsos. Podía ser considerado una afrenta para ambos. Unos porque les querían privar de sus ritos y los otros por sentirse atacados en su religión. En segundo lugar, si los hicsos sabían de ese ritual era porque alguien se lo había dicho, con lo cual había espías dentro del propio templo en Tebas. Si ya era un insulto el saber que los gobernadores de provincias egipcias se doblegaban y sometían a un rey hereje y extranjero, peor era la certeza de que había traidores en su propio palacio y en el templo. De hecho cuando quiso atacar a las ciudades más al norte se encontró con la reticencia de los nobles. Seqenenrá se dio cuenta de que su trono estaba cogido más que nunca por los pelos. Para colmo el embajador se permitía la chulería de no solo no contestarle a su pregunta de cómo se habían enterado de la existencia de ese estanque sino que, encima, le advertía que reflexionara sobre la razón por la que se le enviaba. Cuando el faraón se quedó debió llevarse un rato con la mandíbula desencajada. Pero para eso estaba allí su hermosa y lista esposa Ahhotep, que era tan lista como su madre Tetisheri. Entre las dos le pondrían las pilas y lo hicieron reaccionar. “O te espabilas o te sacan de la foto, Seqe. Estos barbudos vienen a llevárselo todo y nosotros ya les sobramos. Así que, a por ellos”. Pero los hicsos tenían una cosa que no tenían los egipcios, tropas profesionales y bronce. Así acabó el pobre Seqenenrá, muerto y destrozado. Su cuerpo estaba ya descompuesto cuando pudo ser rescatado por sus tropas y por ello cuando se sacó de una tumba escondida en el escondrijo Real de Deir-el Bahari, en el Valle de los Reyes, presentaba signos de putrefacción y rigor mortis. Cabe la posibilidad de que haya algo de cierto en la teoría masónica de que el rey hicso quisiera el secreto de la inmortalidad y el mensaje de los hipopótamos fuera también un anuncio de que el rey o iba a cargarse la religión egipcia o pretendía conocerla y apropiarse de ella.
El Imperio Nuevo
El hermano de Seqenenrá tuvo conocimiento de lo sucedido y no esperó a que a él le sucediera lo mismo. Formó un ejército y dirigió al norte, a la mismísima capital de los hicsos en Avaris. Antes había asaltado la ciudad de Buhen, primera del reino de Kush. Cuando el rey Apofis vio las tropas de Kamose, autonombrado faraón de todo Egipto, envió un mensajero a Nubia que nunca llegó. Supongo que cuando le llegó la cabeza del mensajero y la noticia de que Buhen había caído, Apofis tuvo un apretón de los fuertes y supo que de allí no saldría. Efectivamente, Apofis murió en ese asedio y le sucedió otro rey llamado Apofis (II) también. Pero antes le había antecedido en su camino a la verdes praderas el faraón Kamose que solo reinó tres años. Eso sí, en 1550 A.c., su último año en el trono, Kamose había acabado con el reino de Kush al sur y había conquistado todo el Delta, salvo la propia ciudad de Avaris que aun resistió sola como ciudad-reino de la ya casi acabada XV Dinastía.

Tetisheri

El hijo de Seqenenrá y Ahhotep, que solo contaba 10 años, subió al trono que le había dejado su tío Kamose. Entre su abuela y su madre le habían mantenido seguro en la ciudad de Tebas, a salvo de enemigos tanto de fuera como de dentro del reino. Ambas le inculcaron al niño la idea de que era por designio de Horus y Ra, el dios viviente en la tierra de Egipto y que tendría que acabar lo que su padre y su tío habían empezado. Estaba claro que había que dar machetazo al reino de la oscuridad del hereje cananeo. Si fuerte era Tetisheri, más fuerte era Ahhotep. Había visto el destrozado cadáver de su amado hermano-esposo Seqenenrá podrido antes de poder recibir el ritual mortuorio que lo hiciese inmortal. Había enviado a su otro hermano Kamose a la muerte y fue testigo de como se habían perdido los secretos de Horus, toda una tragedia para las generaciones venideras y para la buena marcha de la prosperidad del propio pueblo de Egipto. Pero no se amilanó. Asumió el cargo de regente y despidió a toda la chusma de la nobleza que había preferido seguir bajo el yugo bárbaro a cambio de estabilidad y se lanzó a la conquista de Avaris una y otra vez. Y llegó el momento de la mayoría de edad de su hijo Ahmose.

Kamose

Lo primero que hizo Ahmose fue recompensar a su fiera madre con un collar con tres moscas de oro que era la condecoración más alta que se podía dar a un militar, por su valentía frente a las tropas durante los asedios a Avaris, mientras él crecía en la tranquilidad de Tebas bajo el cuidado de su abuela. La reina se retiró a un templo de Luxor y dejó a su amado hijo la tarea de limpiar el país de reyes herejes. Por entonces gobernaba el heredero de Apofis II, Jamudy. Este Jamudy no sería más que un noble que había tomado el titulo ya nada más que representativo de rey de Egipto.


Ahmose toma los últimos reductos cananeos del Delta y rodea a la capital, Avaris, sin tocarla. Se dirige por el “camino de Horus”, la ruta que lleva por el Sinaí hasta Canaán y toma la ciudad-fortaleza de Tharo, la última ciudad antes de salir al desierto donde siempre paraban los ejércitos egipcios en sus campañas fuera de Egipto. La finalidad es cortar el suministro que venía desde Canaán y cercar Avaris. El faraón intenta por tres veces asaltar la ciudad de los hicsos pero no lo logra y encima tiene que regresar a Tebas porque los nobles forman una rebelión. Se supone que con los hicsos vivían muy bien, ya que el rey les permitía hacer lo que quisieran siempre que no le molestaran. Quizás de ahí también lo de que los hipopótamos no le dejaban dormir. Pero Ahmose volvió otra vez sobre Avaris y esta vez Jamudy tuvo que huir con todo su ejército hacia Palestina, refugiándose en la ciudad de Sharuen (entre Rafah y Gaza) fortificándola. Ahmose le persiguió hasta allí logrando tomar la ciudad y del rey Jamudy no se supo más.

Ahmose

Ahmose era ahora el faraón de todo Egipto y tras un siglo de gobierno extranjero y hereje, se iniciaba el Imperio Nuevo y la XVIII Dinastía. Corría el año 1450 A.c.